Teniendo
ancestros judíos y siendo defensor de los derechos humanos, quise investigar la
tenaz predisposición histórica contra la etnia judía, más allá del flaco
servicio que la difusión del Nuevo Testamento ha hecho al “pueblo que mató a Jesucristo”,
olvidando que éste fue tan judío como cualquier miembro del Sanedrín de su
tiempo.
El
antijudaismo comenzó con el desplazamiento de los primeros clanes judíos (según
registros datados 1900 años A.C.) cuando Egipto y Mesopotamia designaban como
khapiru a la clase social más baja, formada en gran parte por nómadas y
esclavos hebreos.
El
cristianismo primitivo usaba mucho del ritual judío y ambos fueron confundidos
y marginados en el Imperio Romano, a medida que se popularizaron entre las
clases más pobres: la Iglesia de Jerusalén, fundada por Santiago, inició sus
reuniones en un anexo de la sinagoga judía. Los zelotes y otros grupos
antirromanos crearon revueltas contra Roma entre los años 67 y 70 D.C. que
propiciaron el sentimiento antijudío en los gentiles, griegos y romanos de esa
época, incapaces de distinguir entre nazarenos (seguidores de Jesús) y judíos
(adoradores deYHVH).
De
ahí que, buscando diferenciarlos, el evangelio de Mateo se escribiese como un
texto hostil hacia el pueblo judío, a quien responsabiliza de la crucifixión de
Jesús. Pero cualquiera que lea los primeros evangelios (incluso los apócrifos),
se encontrará con un Jesús judío que no vino a fundar religión o secta alguna
fuera del judaísmo, con un celoso cumplidor de los preceptos y tradiciones
hebreas, con alguien que según el Nuevo Testamento dijo “no he venido a abrogar
la Ley sino a consumarla”, haciendo con ello una profesión completa de la fe
judía.
Solo
en el evangelio de Juan, escrito en los primeros años del siglo II D.C. por un
griego cristianizado, se muestra cierto desprecio hacia la Ley judía y resalta
la frase “Yo y mi Padre somos uno”, con la que se diviniza a Jesús y se abre
formalmente la vía contra el judaísmo.
En
el año 325, durante el Concilio de Nicea, Constantino declara a Jesús
consubstancial con Dios, y la naciente iglesia cristiana termina por quitar la
responsabilidad de la ejecución de Jesús a la justicia romana (de la cual
dependía para prosperar), adjudicándola exclusivamente al pueblo hebreo.
A
partir del siglo IV los judíos, considerados por los cristianos como
victimarios de Jesús, son tildados de infieles (junto con los musulmanes) y con
el tiempo asesinados masivamente durante las cruzadas, aislados en ghettos o
juderías en Galitzia, Hungría, Polonia o Rusia, forzados a llevar distintivos,
y sus bienes saqueados en nombre de Dios. Ya por el Medioevo, si un niño
desaparecía, se culpaba a los judíos de haberlo crucificado y bebido de su
sangre, como cuentan Amador de Los Ríos (1845) y Alfonso X El Sabio (Partidas
VII y XXIV, Ley II), provocando repetidos ataques en masa contra la población
judía local.
El
crimen no comprobado del llamado Niño de La Guardia fundamentó el proceso
inquisitorial dirigido por el fraile Torquemada en 1491, dando pie al decreto
de 1492 por el que fueron expulsados de España todos los judíos no bautizados y
penalizados los conversos que decidieron quedarse en ese país, donde habían
nacido y echado raíces durante generaciones sin lograr nunca ser considerados
como verdaderos españoles.
Muchos
judíos buscaron refugio en el Imperio Otomano o en otras tierras más distantes
de su España natal, extendiendo su etnia por el mundo debido a la persecución
cristiana. Durante la Edad Media, la Iglesia Católica siguió manipulando a la
crédula e inculta población cristiana contra el “malvado pueblo judío”.
Las
teorías racistas prosperaron en Alemania después de la guerra franco-prusiana,
dando lugar a los partidos políticos antisemitas que luego idearon los campos
de concentración, perfilando en el siglo XX la meta nazi del exterminio judío
entre otros horrores que muchos olvidan mencionar cuando hablan del holocausto,
como la aniquilación masiva de gitanos, homosexuales o mestizos, por ser de
razas inferiores para la visión nazi del mundo ideal. El cristianismo, la
religión del amor, ejemplifica como pocas doctrinas el odio fraterno, como
responsable de perseguir a la fe judía a través de siglos y países
–irónicamente para vengar la crucifixión de un judío- o por ensangrentar la
historia de Francia, Inglaterra, Irlanda y otras naciones europeas al enfrentar
a católicos y protestantes.
Es
sabido que las diferencias de fe han sido siempre en los pogromos judíos, en
las cruzadas, en el exterminio cátaro, en la destrucción de la Orden Templaria,
en la Noche de San Bartolomé, en las hogueras encendidas por la inquisición
contra herejes y brujos, en la cruenta colonización europea de África y
América, por nombrar algunos casos, solo un pretexto para que la iglesia
católica ampliase su poder social, económico y político, usando la
justificación -ante sí misma y ante el mundo- de estar cumpliendo la Voluntad
de Dios al defender con sangre humana los intereses divinos.
Todos
estos hechos históricos, entre otros, muestran que el judaísmo es una realidad
cultural perseguida incesantemente por el cristianismo y por otras formidables
realidades sociopolíticas, lo que Europa ha tardado en reconocer.
Pero,
¿a qué se debe tanto ataque y persecución contra los judíos? En mi caso, para
tratar objetivamente sobre este tema, debí desligarme de las tendencias
heredadas por ambas ramas de mi familia: mi antepasado Martínez de Pascualis
organizaba con Cazotte logias secretas en el siglo XVIII, desde una postura
panteísta basada en la creencia del Dios Uno, que finalmente los llevó a la
teurgia cabalística. Mi abuelo paterno, descendiente de la tribu levita, fue
iniciado en la Masonería y la Rosacruz por su padre, donde alcanzó niveles
reconocidos. Indudablemente de ambos lados proviene mi interés por el tema, que
no lavó mi bautismo católico. Esta digresión plantea discretamente mi linaje
judío y sugiere lo que me costó llegar a zafarme de toda creencia religiosa y
de las presiones familiares asociadas, hasta lograr ser agnóstico y poder hablar del presente tema con objetividad,
desde el punto de vista judío y también desde la óptica del cristianismo y
otras posiciones a menudo contrarias al judaísmo.
Porque
es justo reconocer que los intelectuales y revolucionarios judíos, junto con
los filósofos árabes y heterodoxos, han representado para la iglesia católica
un serio peligro que ésta contraatacó por simple cuestión de supervivencia y
predominio, por la misma razón que combatió ferozmente a los dioses
grecorromanos, la mitología druida o la escandinava, la reforma de Lutero, la
exégesis de Nicolás de Lyra, el panteísmo indígena en América, o sumó el
sincretismo religioso a la imposición por la fuerza de la fe cristiana.
Las
incursiones judías en rituales mágicos y en sociedades secretas han provocado
muchos ataques contra su etnia. Desde el punto de vista de la iglesia católica,
hay que entender su reacción defensiva ante el tremendo movimiento
anticristiano que se viene dando desde el siglo XVII, cuando Boxtorf y Wolf
rescataron viejas polémicas hebraicas, o cuando en el XVIII el Toledot Yeschu
revivió contra Jesús y María las mismas fábulas irrespetuosas de los fariseos
del siglo II, retomadas a su estilo por Voltaire, Heine o Disraelí.
Es
notable la contribución judía al panteísmo y al materialismo árabe que tan
fuertemente sacudieron la fe cristiana y difundieron la incredulidad, desde que
los judíos tradujeron al hebreo muchos tratados árabes y griegos, incluyendo
los de Aristóteles. Numerosos herejes bebieron de la fuente panteísta del Fons
Vitae de Avicebrón.
Los
avances científicos de los últimos seis siglos han añadido progresivamente luz
a la llama de la fe ciega, llevando a muchos durante todo este lento proceso
desde la creencia fanática en el dogma hasta el ateísmo, pasando por la duda y
la apostasía, lo cual ha sumado más ira y miedo a la fe cristiana. Negar el
derecho a la defensa de la iglesia católica sería tan improcedente como negar
el instinto de supervivencia, o creer en los personajes judíos o cristianos
idealizados por los respectivos creyentes.
Pero
el antisemistismo (que, valga la aclaratoria, también incluye al pueblo árabe)
no solo viene de intereses religiosos contrarios, ni la etnia judía ha sido
siempre una víctima inocente e indefensa ante la maldad humana.
Ya
de antiguo los griegos y romanos envidiaban los privilegios que permitían a los
arteros judíos ejercer el comercio en mejores condiciones que los locales.
Durante la Edad Media, la figura del despiadado usurero judío fue emblemática y
un personaje familiar en las novelas históricas, popularizadas por Walter Scott
hasta nuestros días. El pueblo judío, con su astucia y viveza características,
ha oprimido a gentiles amparado por su propia Ley, asfixiado económicamente a
naciones que luego le pasan cuentas, conquistado seguridad y poder a través del
fraude y la depredación, con tanta o mayor habilidad que cualquier otro pueblo.
También es responsable de alienar a la sociedad moderna con visiones sesgadas o
violentas mediante la industria del cine y de la televisión, dominada en su
mayor parte por judíos, cuyos capitales también sostienen muchas manipulaciones
de masa a favor de las industrias farmacéuticas y armamentistas. Su etnia
controla guerras y medios de comunicación, modas y tecnología.
En
lo personal, jamás me he topado con un judío que no valore excesivamente el
dinero ni hable de él como tema preferido. Pero hay algo que no puede negarse:
el pueblo judío se ha deteriorado moralmente hasta representar el materialismo
más acentuado, por las circunstancias que ha vivido desde sus primeros éxodos
tribales. Su espíritu ha sido moldeado por la Ley, las tradiciones y los
recuerdos que le aprisionan. Ha desarrollado cautela, astucia y codicia contra
la triple presión del mundo, del Talmud y del dios patéticamente humano, celoso
y vengativo, en el cual el judío creyente encuentra razón de vida y
supervivencia. Su esclavitud y sufrimiento históricos vienen de sí mismo, de la
Thorah y del poder del dinero que emplea como instrumento de protección,
control, dominio y retaliación. El pueblo judío no está exento de miedo, su
sufrida historia lo ha incorporado a sus genes. Y todo aquel que tiene miedo,
daña y se daña. El judaísmo que expolia y manipula, así como el antijudaismo
que lo discrimina y ataca, son muestras de ese miedo vital que afecta al ser
humano y saca a flote lo peor que tiene como ser pensante y actuante.
Si
al resto del mundo le repugna que la etnia judía domine la industria y las
finanzas, compitiendo actualmente con los chinos por el dominio económico de
Occidente, es porque aún le cuesta aceptar que la antigua tribu de pastores y
esclavos posea habilidades y bienes materiales superiores a los suyos.
Por
su parte los mismos judíos, tan dados a victimizarse con tal de salirse con la
suya (nadie les gana en regateo y manipulación; el síndrome de la madre judía
está tipificado en el ámbito psicológico); tan expertos en convertir sus
sufrimientos en dinero (para muestra recordemos el Diario de Ana Frank, el film
La lista de Schindler o los best sellers
de León Uris); tan pesados por sus ínfulas (la biblia remonta su ascendencia
hasta Adán, pasando por innumerables reyes y profetas judíos); tan claros en su
idea de que serán los supervivientes finales de la Humanidad y sus amos (se consideran con sospechosa
humildad el Pueblo Elegido por Dios), por todo ello se han autodiscriminado y
perjudicado, separándose del resto de la Humanidad debido a sus tradiciones e
intereses materiales.
Pero,
a pesar del auto sabotaje judío, tampoco hay que olvidar que solo una minoría
de esa etnia abunda en riquezas y que gran parte subsiste pobremente, como la
mayoría de la población mundial; que nuestra especie vive alienada por falsas
creencias y por metas ajenas que la esclavizan a adicciones de todo tipo, sin
importar su raza ni su fe; que hay judíos -así como católicos, musulmanes,
ateos, y cualquier otro tipo humano etiquetado bajo un nombre- que son ejemplos
de nobleza, rectitud, solidaridad y aportes culturales significativos; que al
poder del dinero a veces se opone el cuestionamiento judío contra el dinero, y
entonces se yergue un Marx o un Lassale ante un Rothschild.
Y
cierro con una opinión personal y que sé es compartida por muchos: todo juicio,
discriminación, separación, manipulación o ataque del hombre contra el hombre,
venga del materialismo o de la espiritualidad, lo sitúa en la estupidez más
destructiva, lo degrada a la irracionalidad, lo excluye de la dignidad que
fundamenta cualquier visión positiva de la Humanidad con respecto a sí misma.
Sea judía o no. Porque el hombre o la mujer de cualquier raza, credo o época,
ha de verse como un ser humano hermanado con su especie para serlo cabalmente,
sin necesidad de etiquetas discriminatorias, tan absurdas como las fronteras
que distinguen a un país de otro dentro de nuestro pequeño planeta, donde lo
cotidiano muestra que toda desunión entre semejantes atenta contra el bien
común.
Gustavo
Martínez Clarus soyotuel@hotmail.com
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