De tanto
repetirse, Hugo Chávez se convirtió en un ser predecible y hasta carente de
ingenio. El tema del magnicidio aburre, le falta el toque humorístico de cuando
metía en el mismo saco a supuestos conspiradores de la talla del presidente
George W. Bush o del ministro colombiano Juan Manuel Santos con Alberto Ravel,
Miguel Henrique Otero, José Miguel Vivanco y el periodista peruano Jaime Bayly.
Como es
costumbre en época electoral, Chávez apela al magnicidio y, con el cuento bufo
de un supuesto marine norteamericano con apariencia de “mercenario”, vuelve con
sus piruetas distraccionistas, que no sorprenden ni conmueven a nadie. Chávez
necesita utilizar el imperio norteamericano para catapultarse en la epopeya de
su trágica imaginación y no desaprovecha oportunidad para denunciar a Estados
Unidos como el enemigo que quiere derrocarlo y asesinarlo para apoderarse del
petróleo.
En febrero de
2005, sin pruebas ni detalles reveladores, denunció que el presidente de
Estados Unidos George W. Bush intentó asesinarlo. Chávez se ha pasado 14 años
exprimiendo su condición de “condenado a muerte”, sea por una supuesta
enfermedad mortal o por diversos atentados. Lo hace para victimizarse y evadir
su responsabilidad en los graves problemas que aquejan a los venezolanos, y es
su única respuesta a los planteamientos del candidato presidencial de la unidad
cuando pone de manifiesto la incompetencia devastadora de la revolución
bolivariana.
Hay un primer
responsable en toda la debacle nacional y está plenamente identificado: Hugo
Chávez Frías. Es el mismo guión utilizado permanentemente por el líder cubano
para distraer la atención de los conflictos que mantiene con su martirizado
pueblo. La cifra oficial de atentados contra Fidel Castro, proporcionada por su
gobierno, es de 638 atentados. ¡Una pelusa! El Gobierno cubano ha reconocido
públicamente que de todos los atentados sólo 167 fueron preparados con hombres
y armas.
Los otros 500
magnicidios no pasaron seguramente de ser simples comentarios y deseos,
expresados a viva voz por exiliados en Miami.
Los
venezolanos también estamos perdiendo la cuenta de los francotiradores y
mercenarios contratados por el imperio norteamericano para matar a Chávez.
Cuando salió en libertad Luis Posada Carriles, implicado en la voladura del
avión cubano, se desplegaron todos los operativos de inteligencia militar para
evitar que Posada, con el apoyo de Estados Unidos, infiltrara un grupo
terrorista para asesinar a Chávez.
Las teorías
sobre el magnicidio han abarcado casi todas las variables, desde el clásico
envenenamiento, pasando por el secuestro del Presidente o hacer estallar el
avión presidencial. El Gobierno perdió también toda compostura y circunstancia
al fabricar 2003 un grave incidente con República Dominicana y suspender la
venta de petróleo por la presencia en Santo Domingo del ex presidente Carlos
Andrés Pérez, que, según Chávez, utilizaba el territorio dominicano para
planificar un magnicidio y, sin presentar las pruebas, intentó convencer a
Hipólito Mejía de que lo declarara persona no grata y lo expulsara de ese país.
Recordemos que
la respuesta de Pérez no pudo ser más sugestiva al asegurar que un magnicidio
contra Chávez sería un “tiranicidio”, lo cual fue interpretado por sus
detractores como incitación al asesinato político.
De nuevo
intentan reforzar la imagen de invencibilidad del líder con la estrategia del
magnicidio ficticio y anuncian la captura de un supuesto mercenario, armado con
una libreta de apuntes, que entró en el país en un autobús. ¡De vaina no dicen
que venía montado en el autobús del progreso!
msalazar@cantv.net
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