“El bien de la comunidad es mayor y más divino que el bien de uno solo” Aristóteles
Detener la
violencia es el reto y la responsabilidad de un gobernante, cuya genuina misión
debe ser la protección de sus gobernados y garantizar la convivencia de
tranquilidad y paz en el país. Esta premisa ha sido abandonada y hoy día los
índices de muertes de ciudadanos venezolanos
alcanzan cifras alarmantes.
Los hábitos de
interrelaciones humanas han cambiado totalmente, así como los resguardos para
cumplir jornadas laborales que ameritan largas horas de trabajo en horas
nocturnas. Es riesgoso inclusive ir al cine, tomar un taxi, asistir a una
comida en un restaurant y mucho menos en actos públicos o privados, con el
temor de ataques por parte del hampa.
Además que el ataque lleva consigo la perdida de la vida.
Cuantas vueltas ha
dado en la Asamblea Nacional la nombrada Ley Desarme y aún no se vislumbra una
solución, como tampoco ninguna otra
efectiva para enfrentar la delincuencia. Tenemos derecho a una ley que
nos defienda. De tal manera que hemos de terminar por creer que la complicidad
se suma a una especie de interés por mantener a la población acechada,
atemorizada para que no volteen la mirada hacia otras situaciones que se
presentan en el país de índole legítimo y conservacionista, sobre todo en el aspecto de la vida diaria en
lo que se refiere a los servicios básicos, el precio de los alimentos y la
producción económica.
Venezuela se
encuentra fracturada y sin temor a exagerar está sufriendo un exterminio
sostenido de sus habitantes, que al decir de todos los comentarios se trata de
una guerra permanente como no la hay en otros países, tomando en cuenta el
parte de víctimas que semana a semana indica como mueren los venezolanos como
consecuencia del aniquilamiento de
pillos que en su mayoría son adolescentes y obviamente dirigidos por otros de
vieja data con historial criminal.
La permisividad que
mantienen los funcionarios en el tráfico de drogas, agrega un poderoso
detonante en el exterminio que se ha venido desarrollando en todas las esferas
sociales, sin reparo de menores, mujeres y hombres que han caído en el submundo
de los estupefacientes, extendiendo así la contaminación que existe en el
ámbito social, atrapando implacablemente todos los estratos con su carga
putrefacta de corrupción y odio extendido.
Venezuela no debe
hundirse más con nuevas calamidades, es tiempo de que cada habitante en nuestro
territorio asuma la responsabilidad de contribuir a la depuración de los
principales estamentos que sostienen al Estado. Solo y únicamente se puede
lograr, participando electoralmente el próximo 7 de octubre para decir con el
voto ¡Basta de violencia!
susana.morffe@gmail.com
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