Hoy se inicia en Caracas el decimo octavo encuentro del Foro de
Sao Paulo, organización fundada en 1990, que congrega un verdadero aquelarre de
agrupaciones e individualidades de la izquierda delirante latinoamericana. Se
trata en lo esencial de gente que no se ha dado por enterada del colapso de la
URSS, del patético y estéril fracaso de la revolución castrista en Cuba, del
desfondamiento del socialismo en el mundo y de las inmensas y reiteradas
capacidades de recuperación del capitalismo.
Solo en un continente mareado por las prestidigitaciones de lo
real-maravilloso y acosado sin fin por sus fantasmas sin exorcismo, podría
darse una reunión tan enajenada y frenética de espectros políticos, zombis
ideológicos y traficantes de quimeras. Solo en América Latina sobreviven tantos
restos del pasado, superpuestos y coexistiendo en una especie de laboratorio
abandonado de fantasías, conservadas en frascos de formol.
El rocambolesco Foro de Sao Paulo se caracteriza sobre todo por
la hipocresía, la mentira y la extravagancia. En cuanto a lo primero, si se
tiene la paciencia de leer los documentos oficiales de la organización, podría
creerse que uno se halla en medio de un debate del parlamento británico. Los
miembros del Foro se rasgan las vestiduras hablando de su apego a la libertad y
la democracia, pero reivindican el despotismo cubano y se arrodillan ante el
caudillo venezolano y sus petrodólares. Sus causas son, siempre, las que
conducen a los pueblos a la opresión en nombre de la sociedad perfecta, a la
pobreza en nombre de la purificación, y a la violencia en nombre de la paz.
Los integrantes del grupo usan la mentira como moneda corriente.
Proclaman al "hombre nuevo", pero pocos de ellos se atreven a
convivir con los millones de cubanos que llevan sesenta años presos en su isla,
rindiendo pleitesía a dos ancianos ahítos de poder y culpas. No pocos de los
integrantes de esa izquierda esperpéntica son meros oportunistas, que
usufructúan sus posturas cuasi-románticas asegurando a la vez unas buenas
cuentas bancarias. Farsantes como Rigoberta Menchú y Hebe Bonafini son parte
inefable del circo, así como tontos útiles al estilo del despistado Adolfo
Pérez Esquivel, sin olvidar íconos tan cuestionables como el Che Guevara, cuyo
prontuario de desmanes se procura ocultar tras fotografías idealizadas.
La izquierda radical latinoamericana vive en medio de una
ciénaga de supercherías que ahora exhiben sin pudor alguno en la capital de un
régimen autocrático y militarista, aliado con Estados forajidos y con
guerrillas vinculadas al narcotráfico.
No deja de producir repulsión, aparte de estupor, el descenso de
la izquierda latinoamericana hasta semejante abismo de doblez y engaño; asombra
igualmente la intensidad del desvarío ideológico que despliegan. Sus desatinos
nos pintan un futuro paraíso socialista, que más se asemeja a Corea del Norte
que a las disparatadas utopías con las que Marx soñaba en sus momentos menos
malos. La doble moral del Foro de Sao Paulo condena los golpes de Estado, pero
de hecho la izquierda radical, aupada y financiada desde Caracas, los promueve
activamente contra sus adversarios.
¿Y para qué vienen a nuestro país precisamente ahora? Aparte de
disfrutar un poco más la dadivosidad de la "revolución bolivariana",
el propósito del circo es contribuir a legitimar el gran fraude electoral ya en
marcha, cocinado por el régimen chavista, y dirigido a asegurarse que el
venidero 7 de octubre la oposición sea escamoteada del triunfo que a todas
luces cuaja alrededor de Venezuela.
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