La dinámica es un impulso vinculado al movimiento
y a las fuerzas que lo producen, pero también es el sistema que integran esas
fuerzas cuando se dirigen hacia un fin. La definición calza como un guante para
describir el proceso de la delincuencia en este país, desde la época en que un
ladrón escapaba ante la llegada de los dueños de casa, hasta una actualidad en
que los rapiñeros balean a quemarropa a quienes se resisten.
La dinámica ha
intervenido para mover así las cosas, transformando lo que era un fenómeno
incruento y esporádico hasta convertirlo en un drama continuo, sangriento y con
presencia protagónica en el cuadro de las noticias diarias, cuyo impacto es
capaz de mantener a la población en vilo.
Además de crecer, esa fuerza se ha sistematizado,
como si hubiera una organización por detrás de ella. De hecho la hay, cuando un
grupo de cinco o seis jóvenes -a menudo inimputables- asalta un comercio de
acuerdo al plan trazado previamente, y en eso cumple con aquella definición al
hacer cálculos para dirigirse a un fin. Por el momento la organización es
rudimentaria, el sistema es incipiente y el plan es precario, pero a esa fuerza
en embrión se refiere la Policía cuando señala que están dadas las condiciones
para que surjan las "maras", esas siniestras pandillas que imponen el
terror en países centroamericanos y en el sur de California. Bastará con que
aparezca un cabecilla dotado de cierto carisma y capacidad de liderazgo, para
que el pronóstico se materialice y la pesadilla se confirme.
La Policía no se engaña cuando estima las
condiciones propicias para que se produzca ese brote. Sabe que en su caldo de
cultivo figura no sólo la disponibilidad de conductas violentas, el ocio
improductivo o el acceso ilimitado a las armas de fuego, sino también la complicidad
del medio que rodea a una banda y la lealtad casi sacramental entre sus
potenciales integrantes, una fórmula capaz de generar esa suerte de
religiosidad que hace tan compactas (y de ferocidad tan impenetrable) a las
maras. La dinámica actualmente en curso no se frenará ante el umbral de esa
nueva amenaza, que no está creciendo sola sino auxiliada por el avance de las
drogas, los modelos de agresividad como versión patológica del heroísmo, la
descomposición moral de sectores marginales, los brutales contrastes
socioeconómicos y la voracidad consumista alborotada por el materialismo de la
cultura contemporánea.
A medida que van pasando los años, el gobierno
nacional (y el municipal) han demostrado en los hechos su incapacidad para
enfrentar esa maldita combinación de fuerzas con la inteligencia, la eficacia y
el vigor necesarios para combatirla, de manera que la dinámica con que esa
avalancha delictiva sigue rodando por su pendiente, ya parece irreparable.
Decir eso equivale a reconocer que la bola crece a medida que baja, porque una
ley de ese movimiento consiste en que no tiene pausas ni atenuaciones, sino
sólo agravamiento y aceleración. Por algo el Uruguay de hoy es un país donde se
han registrado 134 homicidios en los primeros 160 días del año, una cifra que
resulta escalofriante si se la compara con el pasado, pero que en adelante será
apenas otra de las estadísticas de una realidad que va habituándose a sus
peores componentes. Ocurre lo mismo con los estados de ánimo de la ciudadanía y
con los temores que la situación va provocándole, porque esos sentimientos se
oscurecen a medida que la violencia invade su entorno, su lugar de trabajo o su
medio familiar. Ya nadie podrá contemplar la escalada delictiva como algo
distante o ajeno. No es nada fácil sentirse envuelto en esa oleada que nos
compromete a todos.
Igual que en una carrera de obstáculos, la
dinámica del crimen salta sobre vallas cada día más riesgosas y alcanza metas
cada vez más atrevidas, porque con ello responde a una presión que le impide
estacionarse, apaciguarse o detenerse. Como ocurre en la evolución de una
enfermedad o en el proceso de una adicción, esa fuerza atraviesa etapas de
ascendente gravedad que se profundizan y se extienden, a veces silenciosamente
y otras veces con revuelos o escándalos, como en los motines carcelarios o los
asesinatos a mansalva. La dinámica delictiva tiene eso: delata el avance de
algo que no cede y que a menudo desemboca en el padecimiento y la muerte.
Este es un reenvío de un mensaje de "Tábano
Informa"
http://www.elpais.com.uy/12/06/06/predit_644911.asp
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