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jueves, 7 de junio de 2012

EL PAÍS (URUGUAY), EDITORIAL, SOBRE LA DINÁMICA DEL MAL

La dinámica es un impulso vinculado al movimiento y a las fuerzas que lo producen, pero también es el sistema que integran esas fuerzas cuando se dirigen hacia un fin. La definición calza como un guante para describir el proceso de la delincuencia en este país, desde la época en que un ladrón escapaba ante la llegada de los dueños de casa, hasta una actualidad en que los rapiñeros balean a quemarropa a quienes se resisten. 

La dinámica ha intervenido para mover así las cosas, transformando lo que era un fenómeno incruento y esporádico hasta convertirlo en un drama continuo, sangriento y con presencia protagónica en el cuadro de las noticias diarias, cuyo impacto es capaz de mantener a la población en vilo.

Además de crecer, esa fuerza se ha sistematizado, como si hubiera una organización por detrás de ella. De hecho la hay, cuando un grupo de cinco o seis jóvenes -a menudo inimputables- asalta un comercio de acuerdo al plan trazado previamente, y en eso cumple con aquella definición al hacer cálculos para dirigirse a un fin. Por el momento la organización es rudimentaria, el sistema es incipiente y el plan es precario, pero a esa fuerza en embrión se refiere la Policía cuando señala que están dadas las condiciones para que surjan las "maras", esas siniestras pandillas que imponen el terror en países centroamericanos y en el sur de California. Bastará con que aparezca un cabecilla dotado de cierto carisma y capacidad de liderazgo, para que el pronóstico se materialice y la pesadilla se confirme.

La Policía no se engaña cuando estima las condiciones propicias para que se produzca ese brote. Sabe que en su caldo de cultivo figura no sólo la disponibilidad de conductas violentas, el ocio improductivo o el acceso ilimitado a las armas de fuego, sino también la complicidad del medio que rodea a una banda y la lealtad casi sacramental entre sus potenciales integrantes, una fórmula capaz de generar esa suerte de religiosidad que hace tan compactas (y de ferocidad tan impenetrable) a las maras. La dinámica actualmente en curso no se frenará ante el umbral de esa nueva amenaza, que no está creciendo sola sino auxiliada por el avance de las drogas, los modelos de agresividad como versión patológica del heroísmo, la descomposición moral de sectores marginales, los brutales contrastes socioeconómicos y la voracidad consumista alborotada por el materialismo de la cultura contemporánea.

A medida que van pasando los años, el gobierno nacional (y el municipal) han demostrado en los hechos su incapacidad para enfrentar esa maldita combinación de fuerzas con la inteligencia, la eficacia y el vigor necesarios para combatirla, de manera que la dinámica con que esa avalancha delictiva sigue rodando por su pendiente, ya parece irreparable. Decir eso equivale a reconocer que la bola crece a medida que baja, porque una ley de ese movimiento consiste en que no tiene pausas ni atenuaciones, sino sólo agravamiento y aceleración. Por algo el Uruguay de hoy es un país donde se han registrado 134 homicidios en los primeros 160 días del año, una cifra que resulta escalofriante si se la compara con el pasado, pero que en adelante será apenas otra de las estadísticas de una realidad que va habituándose a sus peores componentes. Ocurre lo mismo con los estados de ánimo de la ciudadanía y con los temores que la situación va provocándole, porque esos sentimientos se oscurecen a medida que la violencia invade su entorno, su lugar de trabajo o su medio familiar. Ya nadie podrá contemplar la escalada delictiva como algo distante o ajeno. No es nada fácil sentirse envuelto en esa oleada que nos compromete a todos.

Igual que en una carrera de obstáculos, la dinámica del crimen salta sobre vallas cada día más riesgosas y alcanza metas cada vez más atrevidas, porque con ello responde a una presión que le impide estacionarse, apaciguarse o detenerse. Como ocurre en la evolución de una enfermedad o en el proceso de una adicción, esa fuerza atraviesa etapas de ascendente gravedad que se profundizan y se extienden, a veces silenciosamente y otras veces con revuelos o escándalos, como en los motines carcelarios o los asesinatos a mansalva. La dinámica delictiva tiene eso: delata el avance de algo que no cede y que a menudo desemboca en el padecimiento y la muerte.

Este es un reenvío de un mensaje de "Tábano Informa"
http://www.elpais.com.uy/12/06/06/predit_644911.asp

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