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domingo, 10 de junio de 2012

CARLOS BLANCO, CAPRILES PUEDE GANAR; PERO NO HA GANADO, TIEMPO DE PALABRA

¿Hasta dónde llegar?


Para ganar una elección en un país democrático hay que obtener más votos que los contendores. Para ganar una elección en un país dominado por un régimen autoritario no basta sacar más votos, sino que es necesario que, al lado de poder ser mayoría, se cuenten los votos y su resultado se reconozca. 


Sacar más votos es un tema electoral; crear condiciones para que los votos se reconozcan, va más allá de eso. 

Si se quiere derrotar a un adversario a través de elecciones hay que hacer campaña y obtener muchos votos. Si se quiere derrotar a un adversario que mantiene y genera condiciones autoritarias y despóticas en el marco de las cuales hay que concurrir a las elecciones, hay que vencer esas condiciones. 

Desmantelar condiciones no democráticas no equivale a derrocar al régimen, sino a ponerle travesaños en las ruedas al fraude que se propone cometer y que ha cometido varias veces. 

Si no hay todas las condiciones para una elección democrática no necesariamente hay que abstenerse de participar; pero nada impide tratar de impedir el ventajismo y fraude. 

PARA QUE CAPRILES PUEDA OBTENER LOS VOTOS..

En una elección democrática, claro que importa si el que gana es Carlos A. Pérez o E. Fernández, si es J. Lusinchi o R. Caldera, pero se sabe que en la próxima el derrotado o su partido puede ganar. La democracia real impide a las mayorías el desenfreno despótico, porque al final del período presidencial puede vencer el contrario y nadie querrá hacerle hoy la vida imposible a la minoría porque mañana esta puede ser mayoría. 

Si gana Chávez el 7-O, o su sucesor, el nivel de hegemonía política e institucional arropará a los demócratas y les hará mucho más difícil plantearse la recuperación democrática del país. Una ola de vacío y depresión se apoderaría de la sociedad por un tiempo imprevisible (a menos que el sistema chavista explote desde sus pústulas íntimas hasta convertirse en un amasijo de escombros). 

Ante este panorama, la responsabilidad para desafiar los astros con la victoria de Capriles no sólo responde al candidato, a su partido y al grupo que lo rodea. Dicho de manera directa: Capriles no es el único dueño de su candidatura en esta circunstancia dilemática de la vida del país; por lo tanto, no puede hacer con ella lo que provoque en solitario sino que le corresponde abrirse para representar a todo el país que quiere cambio: a los que votaron por él y a los que no; a los blandos, a los intermedios y a los radicales; a los que no fueron nunca chavistas y a los que cojearon por esa pata. La variedad de la representación que ha pasado a ejercer convierte a todos en codueños y por tanto con derecho a opinar sobre su desempeño. Dicho sea para aliviar la urticaria de los que se quejan de la crítica. 

Uno de los asuntos esenciales que Capriles tiene que abordar no es solo ni tanto enfrentar directamente a Chávez, actitud que ha comenzado a adoptar como resultado positivo de las críticas que se le han hecho, sino también mostrar que su candidatura -no necesariamente en forma personal- posee una irreversible vocación de poder. Tal vocación se expresaría si la búsqueda de los votos "casa por casa" se acompaña de una feroz lucha por condiciones en las que esos votos que potencialmente tenga ni se asusten, ni se vendan, ni se escondan, ni se abstengan, ni desaparezcan; y, por otra parte, que los votos de su contendor ni se inflen, ni se multipliquen en una misma persona, ni se lleven arreados, ni se produzcan de la nada automática que la tecnología podría permitir. 

TRES TEMAS ELECTORALES. 


El primero es el ventajismo. Tan asumido como normal está, que hace pocos días Vicente Díaz, el representante de un sector de la oposición en el CNE, clamaba no por su cese absoluto sino "por una disminución del ventajismo electoral". 

Uno de los elementos fundamentales en la denuncia de esas condiciones groseras de beneficios electorales con las instituciones públicas, es el propio CNE, agente indesmentible del Gobierno, aparte del uso de los recursos, de las instituciones controladas por el régimen, y del aparataje internacional que forma parte del entramado financiero y político del régimen. Capítulo especial lo constituye el sistema de medios de comunicación controlados por el Estado. 

Un segundo tópico es el Sistema Automatizado de Identificación (SAI). Especialmente ahora que la captahuella está asociada a la máquina de votación. Al margen de una discusión sobre si el CNE, es decir, el Gobierno, puede saber por quién votó cada cual, el problema es que esa asociación entre la identificación del votante y el acto de votación puede simular que el Gobierno sabe por quién se vota. Desde luego que un régimen de tan altos niveles de incompetencia tendría muchas dificultades hasta para saber lo que tecnológicamente podría saber; incluso puede ser realmente imposible que en tiempo real se sepa por quién vota cada ciudadano. Sin embargo, el problema de fondo es que un sector de la sociedad recele y sospeche que su decisión se pueda conocer, sea por mala información, por desinformación o porque interesadamente no se ha hecho énfasis desde el Gobierno sobre el secreto del voto. Este es el asunto: la generación de miedo. Sin dejar de lado el que las máquinas se pueden programar en forma remota. 

El tercer tópico es el de las huellas y el Registro. Se sabe del crecimiento metastásico, anormalmente alto del RE en relación con el de la población y la existencia de centenares de miles con cédulas pero sin partida de nacimiento. Aquí hay un tema esencial porque hay ciudadanos cuyas huellas no están registradas; hay "votantes" de cuya existencia fantasmal se sospecha. 

PUEDE QUE SÍ, PUEDE QUE NO.


Como se ha dicho en este espacio, Capriles puede ganar pero no ha ganado. Esa posibilidad está directamente relacionada con el número de votos y también con las posibilidades de que estos se cuenten, además de que otros no se añadan artificialmente al contendor. La sentencia que despoja a Ismael García de su partido y se lo dona a Didalco Bolívar, así como la decisión sobre el PPT, muestran hasta qué punto el Gobierno está dispuesto a llegar. Allí no hay pudores, ni Constitución, ni leyes, ni apariencias, ni el "qué dirán" dentro o fuera del país; allí lo único que existe es la decisión de no desalojar el poder bajo ningún mecanismo y se usará todo, absolutamente todo, para impedirlo. Como Luis XV, Chávez parece decir, después de mí, si no el diluvio, el vacío. 

Juego duro, durísimo, agónico para los que participan y los que lo padecen, terminal en el sentido de las irreversibilidades que genera. La gran cuestión es hasta qué punto están dispuestos a jugarlo los demócratas.Sin duda hay un camino: ganar votos y resistir el fraude. 

www.tiempodepalabra.com 


Twitter @carlosblancog

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