Es
innegable el interés que han despertado en la comunidad internacional las
elecciones presidenciales del próximo 7 de octubre en Venezuela. La influencia
que este país ha querido ejercer en la región, y ahora el estado de salud del
mandatario venezolano, han producido infinidad de especulaciones en torno al
presente proceso electoral, dignas de las mejores películas de suspenso.
Comencemos
por reconocer que el actual proceso electoral ha estado plagado de
contradicciones desde sus inicios. Después de innumerables tentativas para
llegar a un acuerdo respecto a quién, o quiénes, serían los candidatos
presidenciales que se enfrentarían al actual presidente de la Republica, los
sectores opositores, reunidos en lo que se ha denominado Mesa de la Unidad
Democrática-MUD- optaron por la realización de elecciones primarias a fin de
que la población escogiera a un candidato único que los representara.
Distintas
motivaciones fueron presentadas para imponer a toda costa el mandato de la
unidad en la candidatura de la oposición, pero todas hicieron alusión al
peligro que representaba para el país el permitir el avance de la “revolución
bolivariana”, lo cual redundaría en la destrucción de la democracia, el
cercenamiento de las libertades, y la sustitución de una economía libre de
mercado propia del sistema capitalista, por una basada en la ideología
marxista.
Partiendo
entonces de esta amenaza, y tomando en cuenta que efectivamente la oposición no
solo escogió a un candidato único, Henrique Capriles Radonski, sino que lo hizo
en un clima de total armonía y bajo resultados numéricos mucho más amplios que
los esperados, la segunda etapa a desarrollar vendría dirigida al
establecimiento de una estrategia electoral que le demostrara al país entero -y
no ya únicamente a los 3 millones de opositores que votaron en las elecciones
primarias- los lineamientos respecto a cómo el recién electo candidato salvaría
la democracia en peligro y restablecería el orden jurídico, social y moral
lesionado. Ninguna otra razón habría para haber insistido en la tan mencionada
unidad, la cual castigaba de plano con el ostracismo político a cualquier otro
ciudadano que se hubiera atrevido a presentar una opción distinta para la
contienda electoral que se avecina.
Asumiendo
el inmenso reto al cual ha tenido que enfrentarse el candidato opositor, y
entendiendo las grandes limitaciones a las cuales se encuentra sometida su
participación electoral, esa estrategia debía lograr el máximo de eficacia a
fin de transmitir, de la manera más directa posible, ese vigoroso mensaje de
esperanza, capaz de demostrar no solo la capacidad de Capriles para dirigir al
país por los próximos seis años, sino el abismo existente entre su política y
la que ha venido ejecutando el actual régimen. Todo esto, bajo el horizonte de
una nueva Patria que incluya a todos los venezolanos, con ofertas novedosas,
con programas concretos y con la firmeza de espíritu propia de quien pretende
sustituir al liderazgo que durante casi catorce años ha venido ejerciendo el
presidente Hugo Chávez. Cuesta reconocerlo, pero la realidad ha sido otra.
Distintas
teorías han sido desarrolladas a lo largo de la historia democrática de los
pueblos, a fin de explicar la conducta del electorado. El objeto de estos
estudios ha sido el de lograr el establecimiento de una estrategia efectiva,
que de acuerdo a las características de los votantes y a las circunstancias del
momento, dirija al candidato al cumplimiento de su objetivo: ganar la elección.
En
el caso de Venezuela es bueno recordar que no estamos hablando de
circunstancias políticas normales, sino de la amenaza real -según afirmaciones
de los actores políticos opositores- al régimen de libertades y a la existencia
misma de la Nación. De allí que indistintamente de la escogencia de la
orientación teórica en materia de estrategia por parte de los asesores del
candidato Capriles, esta debía considerar dicha situación. Si las razones por
las cuales se llegó a la determinación del candidato único obedecieron a la
existencia de una crisis política de inmensas proporciones, es obvio que el
electorado debe conocer cuáles son esos nuevos fundamentos políticos que
neutralizarán los cambios ya iniciados por la revolución bolivariana, y
garantizarán la reconducción del país.
Muy
por el contrario, con la intención de presentar una imagen conciliadora, capaz
de atraer a los afectos al chavismo y a quienes sin pertenecer a este sector no
han sido ganados al mensaje opositor, el planteamiento político del candidato
Capriles prácticamente se ha circunscrito a ofrecer la continuidad de la
política pública más emblemática que ha desarrollado el gobierno bolivariano en
toda su historia, como son las llamadas “misiones”, cuyo fundamento radica en
la ejecución de programas sociales de distinta naturaleza en beneficio de los
mas desposeídos, los cuales representan el grueso de la población. Por si esto
fuera poco, la oferta electoral no solo se ha basado en mantener esta política,
sino en garantizar su permanencia eterna bajo la figura de una Ley que las
ampare.
En
otras palabras, que mientras los venezolanos se han mantenido en alerta frente
a la posibilidad de destrucción de su democracia, y han decidido renunciar a
cualquier otra posibilidad electoral con miras a concentrar su energía en un
solo candidato; este, en vez de enfrentar la situación con propuestas concretas
que eviten la hecatombe del país, ofrece como panacea precisamente el
mantenimiento de estos programas, que durante todos estos años han sido
criticados por la misma oposición por obedecer a “respuestas puntuales”, que en
nada propiciaban el desarrollo del país.
Pero
las circunstancias van más allá de la oferta electoral. Es innegable que a
pesar de las peculiaridades de la personalidad del candidato-presidente, el
gobernante ha logrado mantener un liderazgo solido durante el tiempo de su
mandato. Es posible que no se comulgue con sus ideas, pero lo que resulta
improbable es que los venezolanos no sepan quién es Hugo Chávez, y qué
representa en el contexto político venezolano. De allí, que sin necesidad de
transitar por el mismo terreno del candidato oficialista, el otro elemento
fundamental para convencer a los votantes sobre la necesidad de un “cambio de
timón”, obedece a demostrar aquellas características del candidato opositor,
capaces de garantizar la existencia de una firme personalidad, en base a su
experiencia, logros, y cualidades y en donde no haya lugar a dudas que bajo su
mandato no se perdería la Republica. No olvidemos que la imagen que se tiene de
la personalidad del candidato es un elemento fundamental a la hora de la
decisión del voto.
El
candidato Capriles es un joven profesional con interesantes experiencias en el
mundo político. Tuvo en su haber el ser presidente de la cámara de diputados y
vicepresidente del antiguo Congreso de la Republica, ha sido alcalde y ahora
gobernador, tiene estudios en distintos países del mundo, como los Estados
Unidos, los Países Bajos e Italia. Sin embargo nada se dice sobre esto, y sobre
muchas otras cualidades adicionales que seguramente posee. En su defecto se le
presenta como un candidato neutro, capaz de mimetizarse con cualquier cosa que
a juicio de sus asesores lo identifique con los votantes. De allí que
regularmente sea presentado al público, llevando alguna gorra, tipo beisbolista
sobre su cabeza, o portando un collar similar a los que regularmente usan
quienes se dedican a ritos vinculados con la santería.
Los
asesores del candidato deberían tener en claro que tales circunstancias podrían
producir un efecto totalmente contrario al deseado, siendo que en vez de lograr
identificarlo con el electorado chavista, podría perder su autenticidad. Si a
esto le agregamos la repetición de las llamadas “frases cohete” tan utilizadas
por los políticos del pasado para definir cualquier cosa, así como sus
publicitadas visitas, “casa por casa” en los barrios marginales del país,
(mecanismo usado hace más de treinta años por el entonces candidato
presidencial del partico “COPEI”, Eduardo Fernández), los resultados podrían no
ser alentadores.
En
lo que respecta específicamente al tipo de estrategia utilizada, si bien ésta
no ha sido definida textualmente, de las declaraciones facilitadas por el jefe
de campaña opositor, puede inferirse que la estrategia no es otra que las ideas
contenidas en el llamado “TEOREMA DEL VOTANTE MEDIANO”, cuya creación se le
atribuye a Duncan Black. En 1948 Black estableció que en las elecciones de voto
por mayoría, la política pública ganadora seria “el punto ideal del votante que
tiene un número igual de conciudadanos a su izquierda y a su derecha.” Esta
idea sería desarrollada diez años después por Anthony Downs, quien en su
“Teoría Económica de la Democracia” concluía que los partidos políticos cuyo
sistema electoral corresponda al de mayoría relativa (tal y como sucede en
Venezuela), tendrán mucho más éxito si trasladan sus “plataformas” hacia el
punto del votante medio.
En
el caso particular de las elecciones venezolanas, ese “termino medio” al cual
quiere dirigirse el candidato se ve reflejado en la presentación de ofertas
como la antes señalada, de continuidad de las misiones. Con esto pretende
atraer al extremo más liviano dentro del chavismo (por aquello que no vale la
pena perder el tiempo con el “voto duro”), así como al extremo opuesto a este,
el cual todavía no se ha definido. De allí que, transitando en un campo minado,
Capriles se mantenga sin una definición concreta, más allá de estas ofertas, a
fin de no provocar una reacción negativa de ambos lados.
Esta
estrategia podría ser efectiva en Venezuela si pudiéramos hablar de la
existencia de dos extremos ideológicos totalmente definidos; de donde pudiera
identificarse a la izquierda con el chavismo, y a la derecha con la oposición.
Pero la realidad nos demuestra, por lo menos hasta el presente, que no existe
ningún fundamento, objetivamente comprobado, para atribuir la existencia de
alguna ideología en particular, ni al apoyo al presidente Chávez, ni a su
rechazo. Muy por el contrario, si damos por verdaderos los análisis que
periódicamente presentan las distintas encuestadoras del país, concluiremos,
que en el caso de los seguidores del candidato Chávez, el elemento de enlace
entre su persona y el electorado obedece a aspectos de carácter espiritual, del
modelo “religioso”, como lo define una de esas organizaciones de análisis.
Proviniendo ese apoyo al candidato-presidente de los sectores populares del
país, estos ni siquiera conocen los fundamentos de ideología alguna que por sí
sola los hiciera movilizar.
En
el caso del sector denominado “NI-NI”, (Ni apoyan al gobierno, ni apoyan a la
oposición) el cual se ha intentado satanizar desde hace algunos años, la
situación es aún peor. Si bien existe un rechazo natural por parte de estos
electores potenciales frente al candidato-presidente, estos tampoco se sienten
atraídos hacia elementos políticos de la oposición a quienes identifican con el
pasado, representado por los partidos políticos Acción Democrática y COPEI,
actualmente miembros de la Mesa de la Unidad Democrática. Tal y como sucede con
el chavismo, hasta ahora no ha podido identificarse a este importante número de
votantes (equivalente al 30 % del electorado) con ideología alguna.
De
allí que al proponérsele al candidato opositor el mantenerse en una posición
tal, capaz de atraer al votante medio de supuestos dos sectores de la población
electoral, (o por lo menos evitar al máximo su rechazo), no solo se corre
temerariamente el riesgo de parecer “neutral” en momentos en que se requiere
todo lo contrario, sino que se le cercena a este la gran oportunidad de
reflejar lo que a su juicio sería la verdadera situación del país y la manera
de resolverla, hecho que le permitiría en el peor de los casos, mantener un
liderazgo irrefutable para mejores oportunidades.
El
último aspecto que vale la pena destacar, pero no menos importante, se refiere
a la utilización de ciertos temas como parte del mensaje de campaña; entre
ellos la enfermedad que padece el presidente Chávez. Es indudable que la
enfermedad del candidato-presidente, indistintamente del interés periodístico,
y de la obvia curiosidad de los espectadores, ha venido siendo utilizada como
parte de la estrategia electoral, tanto por parte del oficialismo, como del
lado de la oposición. Del lado del oficialismo la estrategia ha venido
desarrollándose creándose total hermetismo respecto a la salud presidencial.
Con esto se ha logrado mantener en zozobra a un importante sector de la
población, e incluso de la comunidad internacional, facilitando con su silencio
toda serie de rumores, para luego, en un lapso prudencial presentar
públicamente la imagen del presidente Chávez, realizando alguna actividad que
en principio estaría contraindicada si el jefe de Estado estuviera en
verdaderas condiciones críticas.
De
parte del sector opositor hemos visto infinidad de partes médicos, atribuidos a
fuentes cercanas al mandatario, los cuales hacen ver la existencia de una
enfermedad terminal, con escasos meses de vida, lo cual supuestamente estaría
promoviendo un estado de “caos” entre sus seguidores.
Verdad
o mentira de ambas posiciones, el hecho es que la utilización de la salud
presidencial como estrategia electoral no necesariamente produce los mismos
resultados para ambas tendencias.
Si
bien existen algunas discrepancias de cifras entre las distintas empresas
encuestadoras venezolanas, todas coinciden en atribuirle al
presidente-candidato un aumento en su popularidad a raíz de conocerse la grave
enfermedad que padece. Hasta el presente nada indica que el candidato Capriles
haya aumentado su popularidad como consecuencia directa de la enfermedad que
sufre el jefe de Estado. No obstante, pueden apreciarse los términos en que
esta situación ha venido siendo manejada por el sector opositor, en el sentido
de tratar de identificar al candidato Capriles, como una persona sana y en
capacidad de dirigir el futuro del país, en contraposición con el candidato
Chávez, quien además de enfermo, se ha mantenido alejado del territorio para
seguir tratamiento médico en la isla de Cuba.
Reiterando
que hasta ahora no existe certeza alguna respecto al verdadero estado de salud
del presidente Chávez, el caso es que estas especulaciones han traído como
consecuencia otras especulaciones más, las cuales han venido superando al
sentido de la realidad y de toda lógica jurídica. Así tenemos que lideres de
diversos sectores de la sociedad han venido advirtiendo sobre la posibilidad de
que el candidato Chávez se viera obligado, por su enfermedad, a designar a un
sustituto, negándose aquellos tajantemente a admitir la idea de tener que
cambiarse el calendario electoral con miras a otorgar las condiciones
necesarias, no solo al candidato sustituto, sino a “los electores” para ejercer
su derecho a elegir y ser elegido.
Quienes
así opinan no solo desconocen que el mandato constitucional únicamente
establece el lapso para la asunción al poder del candidato electo, y en ningún
caso impone como condición una fecha determinada para la realización de las
elecciones. Olvidan incluso que fue el Consejo Nacional Electoral el pasado
año, que de manera arbitraria modifico el calendario electoral que por
costumbre había impuesto las elecciones presidenciales para diciembre,
adelantándolas para el mes de octubre, sin que la oposición hubiera manifestado
algún tipo de rechazo ante tal decisión. Más allá de la necesidad para ambas
partes de mantener la sindéresis en momentos de tensión política, la asunción
de actitudes de esta naturaleza podrían resultar contrarias incluso a los
intereses del sector opositor, toda vez que de la misma forma en que por causa
de fuerza mayor pudiera impedirse la participación del candidato Chávez en las
elecciones presidenciales, igualmente en un futuro podría existir alguna
circunstancia en la cual se viera imposibilitado el candidato opositor de
participar. De allí que muy posiblemente las mismas objeciones presentadas hoy
en día por los seguidores de este para negar la posibilidad de un cambio en el
cronograma electoral, podrían ser aducidas por los simpatizantes de aquel para
impedir el ejercicio de un derecho inmanente a todos los ciudadanos.
De
igual forma, como parte de las especulaciones de rigor, existen aspectos de la
vida nacional que se han venido incluyendo dentro del tema electoral, y que de
continuar así terminarán desviando totalmente la atención del electorado de los
verdaderos temas de interés. Aspectos que van desde la aparición ante los
medios de comunicación de un ex Magistrado del Máximo Tribunal del país
denunciando hechos de corrupción, la amenaza del Jefe de Estado respecto a la
posibilidad de excluir al país de la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos, la reciente promulgación de la Ley Orgánica del Trabajo, o la
designación por parte del mandatario de los miembros del Consejo de Estado, son
ejemplos de lo que a simple vista representa los llamados “trapos rojos” hacia
donde los sectores políticos opositores están siendo conminados a distraer su
atención, mientras la actividad electoral oficialista camina de manera paralela
y sin pausa.
Estos,
grosso modo, son algunos de los muchos elementos que pueden apreciarse de esta
contienda electoral, que paradójicamente oficialmente no ha sido declarada,
pero que evidentemente empezó hace años. El próximo mes de octubre los
venezolanos tendrán la oportunidad de decidir su destino político. La rapidez,
o la lentitud con que estos cinco meses que nos separan de las elecciones
presidenciales transcurran, estarán determinadas por los logros puntuales que
obtengan cada una de las partes. Del exacto conocimiento que estas tengan de la
realidad, así como de la estrategia desarrollada por aquellas dependerá el
triunfo, o una estrepitosa derrota. Suele decirse que nunca es tarde para
rectificar, pero ojala que ese nunca no sea demasiado tarde.
trinitron208@aol.com
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