En el Siglo XXI no tiene cabida la premisa de que un extranjero que opine sobre determinado país está “violando su soberanía”. Generalmente los gobiernos autocráticos son los que utilizan esta excusa para evitar críticas adversas, pero les complacen cuando son favorables. Además, quizá por tener la piel muy sensible, algunos demócratas también parecen molestarse con declaraciones foráneas.
Si aceptamos ese absurdo concepto de soberanía, ningún gobierno, ni ciudadano que no fuese de Sur Africa hubiese podido repudiar el odioso apartheid establecido por el gobierno de Pretoria, ni las violaciones a los derechos humanos cometidos por muchos dictadores. Por principio, tenemos que ser tolerantes ante las críticas externas.
Para los internacionalistas y corresponsables extranjeros opinar sobre un país que no es el suyo es su razón de ser y sería absurdo exigirles silencio. Aunque algunos gobiernos se molestan con sus análisis, por lo general no reaccionan contundentemente. Sin embargo, cuando quien hace la crítica es una notoriedad internacional o políticos que ocupan o han ocupado cargos importantes, muchos se rasgan las vestiduras.
En contra de la dictadura Siglo XXI del teniente coronel venezolano, destacados intelectuales se han sentido con la obligación moral de opinar. Así, el recientemente fallecido mexicano Carlos Fuentes, lo llamó payaso y acusó de ser un Mussolini tropical. Vargas Llosa, Enrique Krauze, Carlos Montaner y otros intelectuales han sido críticos acerbos del régimen militarista venezolano, provocando la ira del de Sabaneta. Otras veces son intelectuales de poca talla como Ignacio Ramonet, quienes alaban a Chávez, despertando rechazo entre los opositores. Por lo general estas críticas levantan ronchas y sacan a relucir lo acomodaticia que resulta la palabra soberanía.
Lo que sin duda molesta más a muchos es cuando un político de otros lares se pronuncia sobre nuestra situación. Lula, Correa, Ortega, Vilma Rousseff y desde luego los hermanos Castro frecuentemente se refieren al buen gobierno venezolano. Bush, Hillary Clinton, Martinelli y Uribe, entre otros, han señalado su naturaleza autocrática. Al respecto debemos aceptar que no hay injerencia, ni violación de soberanía, sino que en un mundo globalizado es muy difícil que un político se limite a sus fronteras patrias. Desde luego que las declaraciones amenazantes son inaceptables, pero en general las opiniones deben ser toleradas y refutadas, sin recurrir a conceptos acomodaticios de soberanía.
Como en botica: Injerencia es enviar dólares de Pdvsa a la Argentina para apoyar a la Kirchner y proporcionar armas a la FARC. También las amenazas de Fidel ante el triunfo de la alternativa democrática. Werner Corrales y su equipo presentaron el documento “Los siete consensos de la Venezuela que queremos”, elaborado en talleres con participación de partidarios del gobierno y de la alternativa democrática ¡Bravo!. ¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!
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