AMLO ha
recurrido a los instrumentos más extremos de la guerra electoral: la
difamación, el engaño, la mentira y… hasta la fantasía.
Ya estamos
en campaña. Ahora sí es posible decir que vemos en plena acción el músculo de
los presidenciables; que presenciamos el tamaño y los alcances de sus
estrategias y, por consecuencia, que sólo es cuestión de tiempo para que sean
visibles las estrategias fallidas.
Por lo
pronto, está claro que tres de “los cuatro” en contienda han movido todas sus
baterías contra el puntero, Enrique Peña Nieto. Pero también es cierto que la
estrategia que han seguido es la correcta: debilitar la imagen, la credibilidad
y todos los vestigios de una percepción ciudadana positiva a favor de Peña
Nieto.
El PAN, por
ejemplo, centró su estratagema en cuestionar y hasta ridiculizar “los
compromisos” de Peña Nieto en el Estado de México, al grado de que hizo de esa
batalla su motivo fundamental. Y tan fue acertada la apuesta del PAN, que el
IFE validó el spot de los azules en contra del mexiquense, a quien motejan de
“mentiroso”, que no cumple.
Todos saben
que Peña Nieto montó su campaña en su “fortaleza” como un político “que cumple”
—más allá de mentiras reales o inventadas—, y que resultó tan exitosa, que no
sólo lo convirtió en gobernador, sino que hizo ganar a su delfín Eruviel Ávila
y hasta le dio para colocarse en la punta de las encuestas, de la elección
presidencial. Por eso, el PAN atacó por ese flanco, para minar “la confianza”
ciudadana “en el candidato que cumple”.
Sin embargo,
lo que debemos entender los ciudadanos es que —en el fondo— lo que realmente
está en juego no es si Peña miente o no. Lo que se juega es la capacidad
estratégica de “engañar al ojo social”, de los electores, para quitarle votos a
Peña Nieto y trasladar esos votos a la
candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota.
Pero resulta
que los estrategas del PAN se equivocaron y no lograron derrumbar la imagen de
Peña Nieto. Peor aún, desde el inicio formal de las campañas presidenciales la
candidata del PAN es la única que ha visto reducir su preferencia de votos.
Acaso por ello, pronto cambiará de objetivo para buscar otro flanco débil de
Peña Nieto.
En el caso
de Andrés Manuel López Obrador, sus estrategas —en realidad él es su propio
estratega— también tienen “en la mira” a Peña Nieto. Está claro que AMLO hará
todo lo que tenga que hacer para debilitar al mexiquense, lograr que tropiece
y, si es necesario, aniquilarlo políticamente. En el fondo, de eso se trata en
la política, de acabar con el adversario político.
Por eso,
AMLO ha recurrido —con toda razón— a los instrumentos más extremos de la guerra
electoral: la difamación, el engaño, la mentira y… hasta la fantasía. AMLO ha
mentido sobre los spots de Peña Nieto; acerca de la incorporación de la
profesora Gordillo a la Secretaría de Educación en el eventual gobierno de
Peña; miente al comparar a Peña con Santa Anna y miente al subirse al carro de
los compromisos incumplidos de Peña Nieto.
¿Es bueno o
es malo que AMLO mienta, engañe, difame, invente y llegue al extremo de la
fantasía? Sería malo si AMLO estuviera peleando por entrar al cielo. Pero los
procesos electorales, en tanto batallas por el poder, son una guerra en la que
se vale todo. Y todo es todo; por inmoral y nada ético que parezca. Y aquellos
que pretendan creer que una lucha político-electoral por el poder es igual a
una competencia moral, ética, de valores y principios, se equivocan de cabo a
rabo.
AMLO está en
lo suyo —con todas sus mentiras y engaños—, en tanto Josefina hace lo propio
con la guerra de contraste. Pero les guste o no a los fanáticos de AMLO y a los
creyentes de Josefina, la diferencia es que Peña Nieto aplicó la mejor
estrategia de todas. Y el ejemplo es el “no voy a dividir a México”, que es uno
de los fantasmas que rondan a AMLO. Pero de eso hablaremos mañana.
EN EL CAMINO
Los
fanáticos de AMLO —que suelen actuar como jauría—, junto con los malquerientes
de Peña Nieto, vivieron su mayor excitación cuando el equipo del mexiquense
informó que no debatiría en el informativo de la señora Aristegui. Atrapados
por un ataque de histeria colectiva, miles cuestionaron que Peña Nieto
decidiera acudir a una entrevista con Maxine Woodside, y que rechazara la
“invitación” de la más fiel de las militantes del lopezobradorismo. Y, claro,
ciegos y sordos como suelen ser, no ven que los candidatos van a donde más les
conviene. Y con toda razón Peña no acude a donde lo van a madrear, como AMLO no
fue a que lo madrearan al primer debate, en 2006. Pragmatismo puro que, por
pura casualidad, suele ser veneno puro para los fanáticos. “¡Serenos!”, que el
cielo espera. Aconseja el mesías. ¿Qué, no?
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