Cuando Jacques Lacan, quien siempre manifestó
hostilidad hacia la política oficial afirmó en su Seminario 10 que “el inconsciente es la política” no
bromeaba ni incurrió en contradicción. Porque la política que el analista
denostaba era antes que nada la política ideológica, la de los años cincuenta y
sesenta del pasado siglo, esa que -para decirlo en clave freudiana- se
convierte en esclava de un implacable "Sobre Yo", sea éste individual
o colectivo.
Probablemente Lacan presentía que además de
convertirnos en alucinados ideológicos hay otras formas de hacer política. Una
de ellas es la que tiene que ver con la liberación de todo aquello que en la
escena pública oprime la necesidad de ser uno mismo. La ideología, y eso lo
sabía muy bien Lacan a través de algunos pacientes -entre otros, connotados
marxistas como Louis Althusser- puede convertirse en una barra que al clausurar
los llamados que vienen desde el inconsciente, impide la plena manifestación
del ser. Así, pienso que si Lacan viviera diría que la política ideológica
tiene lugar de modo offline. En cambio, la otra, la existencial, de modo
online. Ahora bien, el inconsciente actúa siempre de modo online.
Toda ideología incomunica el deseo de ser en
uno y con los demás. Es por eso que un buen psicoanalista debe ser, por lo
menos durante sus horas de consulta, enemigo declarado de cada ideología. En el
fondo –creo que Lacan estaría de acuerdo con esa afirmación- la sesión
psicoanalítica se guía por el propósito de des-ideologizar, mediante el
balbuceo de cada palabra, la mente del paciente, y con ello, la del analista
(el otro) pues del mismo modo que la liberación del oprimido libera al opresor
(Hegel) la liberación del paciente (el uno)
libera al analista (transferencia). Esa es la razón por la cual he
afirmado que toda ideología es una patología colectiva así como toda patología
es una ideología privada. Creo que alguna vez deberé patentar esa frase.
El inconsciente es político, pero no lo es
sólo por analogía, como ha creído ver, siempre más lacaniano que Lacan, su
apóstol Jacques-Alain Miller. Por cierto, desde el punto de vista analógico el
inconsciente es político porque por una parte se construye a sí mismo de un
modo gramático y, por otra, porque su deseo de ser va dirigido al “otro”. Pero,
además, el inconsciente es político porque el mismo deviene de un conflicto
insuperable: el deseo de ser más allá de sí. O dicho de otro modo: el
inconsciente viene del conflicto inevitable entre el deseo de ser y el deber
del estar. El inconsciente, cuando asoma, busca el poder: el poder ser y el
poder del ser. Y eso es político.
Radicalizando sólo un poco una de las tesis
centrales de Freud, podríamos decir que el inconsciente, al igual que la
política, es un hijo de la cultura. Esa
misma cultura que al dividirnos en dos produce un inevitable malestar, escisión
necesaria para ser lo que somos, pecado original que pagamos con nuestros
miedos y odios, algunos con tabletas, otros con las clínicas, también con los
manicomios, y no por último, con las prisiones.
El inconsciente, por lo tanto, no es un
subterráneo adonde van a parar los trastos viejos del alma, sino un agente
activo que pugna por ser, es decir, el inconsciente no es más ni menos que uno
mismo en su intención de ser. El inconsciente es tu propio cuerpo. En cada
inconsciente late un deseo reprimido de libertad. Por lo mismo, siempre está
(estamos) en disputa con lo que no nos deja ser. Más aún: el inconsciente sólo
aparece discutiendo. Y si ese conflicto
no existiera no habría inconciencia, y por tanto, tampoco habría conciencia. O
dicho en tono de síntesis: no es el inconsciente “quien” genera el conflicto
sino al revés: el conflicto genera al inconsciente del mismo modo como el deseo
no origina la prohibición sino la prohibición al deseo (San Pablo fue el
primero que así lo entendió). El inconsciente existe –eso es lo que estoy
intentando decir- a partir del momento de su negación. Y si todavía no está muy
claro, voy a poner un ejemplo:
A la disidente Yoani Sánchez de Cuba, el par
de dictadores que rige los destinos de la isla le niegan su derecho natural a
viajar lo que significa que ellos imaginan ser dueños del cuerpo de Yoani. El
cuerpo de Yoani, a su vez, protesta; su cabeza piensa y sus manos escriben. Eso
quiere decir: la protesta inconsciente del cuerpo de Yoani se hace consciente
escribiendo. Ahora, la protesta y la búsqueda del “otro” son acciones
esencialmente políticas y ellas no vienen de ninguna otra parte que no esté en
el inconsciente de Yoani, o lo que es lo mismo: de su propio cuerpo oprimido
que al escribir, clama y exige su libertad de movimiento.
Por lo demás, aunque vayamos donde vayamos,
aunque hagamos lo que hagamos, vivimos en permanente confrontación, ya sea con
“el otro” de afuera, ya sea con “el otro” de adentro. Y no hay otra
posibilidad. Más allá del conflicto –ese es uno de los mensajes lacanianos-
sólo habita la muerte.
¿Se entiende entonces por qué Lacan afirmó
que el inconsciente es la política?
El inconsciente no sólo es conflictivo; es el
conflicto y por eso mismo su forma natural de ser es el debate: la
contra-dicción. El debate, a su vez, siempre será palábrico, y
consecuentemente, gramático, sintáxico y retórico. O para decirlo en lacaniano:
El inconsciente es inscrito en sí mismo sólo cuando habla o escribe, es decir,
cuando se ex-presa, saltando la presión, o la o-presión. En eso no se
diferencia en nada de la práctica política. Osaría decir incluso que sin esa
lucha del inconsciente por abordar las orillas de lo consciente no sólo no
habría conciencia; tampoco habría política.
Así se explica por qué la razón de ser de
todo régimen antipolítico es la supresión del habla, la destrucción de la
gramática y el desorden sintáxico a través de la mentira programada y el
insulto sostenido. No hay libertad de opinión sin libertad de palabra (hablada,
escrita, impresa, digitalizada). Ese último dictamen, como es sabido, no es de
Lacan; es de Hannah Arendt.
También es de Hannah Arendt la siguiente
afirmación: “el sentido último de la política es la libertad”. Pero no hay
libertad sin deseo de libertad, deseo que habita, a veces adormilado, pero
siempre vivo, en la casa de la inconciencia. Esa es otra de las razones que
explican por qué el inconsciente es político. Creo que, en ese punto, Lacan
estaba muy en lo cierto.
Fernando
Mires
Fernando.Mires@uni-oldenburg.de
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