Si él
amara al pueblo, pediría perdón por el daño inmenso que ha hecho y permitido
hacer, que sufrirán generaciones.
Semana
Santa, para los creyentes es tiempo de oración, reflexión, arrepentimiento y
conversión; es tiempo de sentir y comprender el amor de Dios -misericordioso,
que siempre está dispuesto a perdonar-, el amor a Dios y el amor al prójimo.
Hasta
los que no tienen fe piden a Dios un milagro, incluso la vida, pero como
carecen de fe, no comprenden que sin ella no hay milagro posible, y si no,
revisen en el evangelio y encontrarán que el único lugar donde Cristo no hizo
milagros fue en Galilea porque la gente de allí no podía aceptar “que el hijo
de José, el carpintero”, pudiera ser un profeta capaz de hacer milagros y
muchísimo menos, aceptar que fuera el Mesías, el Hijo de Dios.
Una
voz arrepentida que pide a Dios perdón y tiempo para resarcir los daños
causados, muchos quizás imposibles de reparar, es escuchada; y es lo que
posiblemente a la mayoría de los venezolanos les hubiese gustado oír. ¿Sería
eso lo que dijo, o simplemente cuando pidió vida porque “todavía le quedan
cosas por hacer” la pidió para continuar en la ruta de la “profundización” del
daño, de la destrucción, de la distribución equitativa de la miseria espiritual
y material, de la promoción de la violencia? Nosotros los católicos apreciamos,
deseamos exigimos, respeto para Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, para
nuestra liturgia y para nuestra fe.
Los
que tenemos fe debemos perdonar en el corazón a quien nos ha dañado y dejar la
administración de la justicia en el mundo de los hombres a las instancias que
le corresponda, debemos pedir a Dios que la persona que nos ha ofendido o
dañado tenga la posibilidad de arrepentirse, pedir perdón y resarcir lo que le
sea posible. Si no hay arrepentimiento, ni resarcimiento, ni propósito de la
enmienda, no hay fe y cuesta mucho creer que lo que falta por hacer sea para el
bien de la gente.
Una
de las cosas más graves que vivimos es el
escándalo que contribuye al clima de violencia contra todos, que daña a
los más sencillos, los influye al justificar el daño en la discriminación. El
espiral de violencia ha degradado a niveles insospechados los crímenes incluso
contra niños.
Lo
más maravilloso que nos da nuestra fe es la esperanza de la resurrección que
hoy celebramos. Nada es más grande que el poder de Dios, confiemos y esperemos
en Él, como decía Juan Pablo II cuando no encontramos solución a una situación
es porque no hemos rezado suficiente. Invito a todos los creyentes a desagraviar
a Dios.
Alegrémonos
en el bien del prójimo, ayudemos, compartamos, contribuyamos al bien común, a
la justicia, a la verdad. No permitamos que el egoísmo, la envidia, la ira, la
pereza, la avaricia y la soberbia, tome nuestros corazones, construyamos un
muro de contención de la bondad que no significa ser tontos.
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