En la
Venezuela actual –en la que la propaganda política es tan infalible como las
ofertas de liquidación en los Centros Comerciales- el miedo es el rey, pues, de
su graciosa voluntad depende la vida, hasta donde alcanzan a ver los ojos; el
miedo es al presidente, al CNE y el que por si aun titubeas, hace el escrutinio
final. Y, así, el verbo se hizo miedo,
porque él es el origen de todo. El miedo es el que nos ata las manos; nos borra
la memoria; nos espanta el sueño; nos hincha los pies; nos tapa la boca para
que no opinemos. El miedo –tengo miedo de decirlo- es la excusa para no cambiar
las cosas desde que aprendimos que más vale ladrón conocido que ladrón ganoso
por conocer; y que en boca cerrada no entran moscas.
El
miedo es tan eficaz, como cultura política, como ideología subyacente, como
triple moral, que el mecanismo de defensa del individuo (da miedo saber que se
le tiene miedo a todo) es reproducir la causa que lo promueve, porque da más
miedo (que el miedo mismo) saber: qué se siente no tener miedo. Pero, tener
miedo a ser libres no es lo mismo que tenerle miedo a la libertad, en tanto
ésta es sólo el supuesto que nos faculta para: elegir dónde viajar; escoger el
trabajo que más nos guste; comprar lo que queremos. Sin embargo, esa libertad,
ese supuesto metafísico, desaparece cuando se mide lo ancho y largo del
bolsillo, porque es la que nos impide ser libres.
Esa
diferencia, aparentemente baladí, es la clave para transformar la sociedad
venezolana antes de que sea demasiado tarde, o sea antes que le tengamos miedo
a las dos cosas como si fueran una sola. Esto último lo ha aprendido, muy bien,
el pueblo venezolano en 14 años de socialismo-comunismo; esto último lo ha
vivido, muy mal, a fuerza de tanto ser un damnificado que sólo necesita estirar
la mano para comer, o abrir el sobre para gozar la remesa. Por eso, surten
efecto las amenazas que le hace en las elecciones: “si votas por los majunches,
ya no recibirás más remesas”, y entonces tiene miedo a ser libre, tiene miedo a
dejar de ser esclavo del dinero ajeno que – ¡Ah, dicha para que fuera eterna!-
le permite ser esclavo del sistema, y del consumo visual, y del conformismo real.
El
venezolano, como fiel exponente del latinoamericano sumiso, está siendo
sumergido en el pantano del miedo. Le dicen que la delincuencia está peor cada
día –según lo atestigua, entre lágrimas, la mamá de uno de los muchos
asesinados cada día, quien jura que su hijo no andaba en malos pasos- pero, al
mismo tiempo, le aseguran que este país vale la pena por su socialismo
revolucionario y que se va a fomentar el turismo, para que medio mundo venga a
ver la maravilla de país que somos. Entonces, surge la incertidumbre, y la
incertidumbre lleva al miedo, y el miedo a la amnesia, y la amnesia a ser
conservadores en política… y ser conservadores nos lleva a la estupidez. No le
tememos a la libertad de expresión (abstracto impersonal que se cree exclusivo
de los medios de comunicación) pero, le tenemos miedo a defender y producir
nuestras propias ideas, porque le tenemos miedo a ser libres de pensar.
No le
tememos a la democracia, pero le tenemos miedo a ser democráticos o a elegir
gobiernos populares (distinto al populista). No le tememos a la crítica, pero,
le tenemos miedo a ser críticos sociales, porque tememos llenarnos de dudas,
y... como de lo único que no cabe duda alguna es de quién nos explota, volvemos
a votar por él. Ese miedo a ser libres es una baratija que nos venden los
socialistas a través de su partido PSUV. Nos ofrecen la baratija y los que se
lo creen–como el tonto Juan Bimba- la compran
sin regateo. El gobierno socialista-comunista es quien fomenta el miedo
que se le debe tener a su tiranía, y por eso inaugura sus campañas electorales
en sus medios gobierneros y en las cadenitis permanentes. Se inaugura ahí
–insinuación macabra de impunidad- para que entiendan lo que va a significar no
votar por ellos –el vivo a señas y el tonto a balazos-
No le
tememos a la injusticia, pero le tenemos miedo a ser justos con nuestros
hermanos; no le tememos al futuro, pero, le tenemos miedo a soñar un mundo
mejor… le tenemos miedo a la utopía colectiva. No le tememos a la historia,
pero le tenemos miedo a escribirla, a hacerla, por lo que nos contentamos con
sufrirla. Pero también, cuando siendo funcionario de gobierno, se reproducen
los mismos vicios de la izquierda, se está expresando, a gritos, que se le
tiene miedo a ser libres.
britozenair@gmail.com
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