Como liberal, quisiera
reflexionar sobre la situación actual de El Salvador, marcada hoy no solo por
el relativismo, sino también por las corrientes seudoliberales o laicistas.
Después del intento
fallido de parte de la ciudadanía por convencer a la clase política (en
especial al FMLN), a realizar un cambio en la Constitución en esta legislación,
tal como lo marca la ley, definiendo al matrimonio como aquella alianza entre
un hombre y una mujer, parece conveniente repasar qué significa el liberalismo.
Primero, quiero reafirmar
que no es homofóbico ni discriminatorio el movimiento por fomentar el
matrimonio natural. De igual forma que impulsar el deporte no insulta a los
cómodos; así como preservar con una ley de origen al Champagne que viene de esa
zona francesa no es afrenta hacia la horchata o el fresco de jocote. De lo
acontecido en la Asamblea Legislativa recientemente rescato que se estableció
un verdadero diálogo intersectorial para dejar claro a los políticos cuáles
valores culturales considera la ciudadanía como imprescindible que se respeten,
independiente de las modas o tendencias jurídicas a escala global.
Mencionar criterios de la
fe para defender el matrimonio natural no es ir en contra de un estado laico ni
significa querer legislar con la biblia en vez de la Constitución. Hay que ser
pragmáticos: el cristianismo en el mundo es un hecho histórico incontestable,
algo que no se puede negar. “Un árbol sin raíces, se seca.” Las conquistas como
la razón, la libertad y la dignidad de la persona, que están en el origen del
liberalismo, son de origen cristiano, pero además son de alcance universal, por
lo que son defendidas y aceptadas por todos.
Habría entonces que hacer
una distinción entre estado laico y laicista. “Por laico entiendo el estado que
está separado de cualquier Iglesia y actúa de modo autónomo. El pensamiento
laico se desarrolla de modo racional, pero no excluye la dimensión religiosa.
El laicismo, por el contrario, es una ideología que se propone eliminar la
dimensión religiosa de las personas... Los valores liberales y democráticos
nacen del cristianismo. Por tanto, todos los demócratas deberían estar atentos
a esos valores de la tradición que dio origen a la cultura occidental. Defender
los valores propios de la tradición judeocristiana es un deber de todos, porque
la democracia necesita fundamentos sólidos, compartidos por todos los
ciudadanos. Por eso me parece a mi que no son estas conquistas exclusivas de
los cristianos. Si ha tenido lugar un feliz hallazgo, este ha de ser disfrutado
y respetado por todos, también por parte de un ateo, un agnóstico o un creyente
de otra religión distinta de la cristiana... Sostengo que Occidente ha ido
demasiado lejos en la apostasía y en la renuncia de sus propias raíces
judeocristianas. El ‘todo vale’ acaba por ir en contra del hombre, sea este
cristiano o no. Una conquista que ha durado siglos, sangre y no pocos errores
debe ser mantenida no porque sea cristiana, sino porque es un acierto y la
mejor de las posibles para todos los ciudadanos... No hace falta ser creyente
para apreciar los valores de una civilización” (Marcello Pera, Agnóstico).
En el hermoso árbol
liberal hay que proteger, ahondar y profundizar sus raíces judeocristianas,
porque si no iríamos a un suicidio cultural. Rescatarlas no es un acto
religioso, sino de mera supervivencia.
kvelado@yahoo.es
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