En
algunas sociedades más que en otras, el culto al líder, al jefe, al
"Duce", al "Führer", al "César" está más
extendido que en otras, y también se ha ido modificando según las zonas y los
tiempos. En todos los casos, siempre pensé que se trata de un signo claro de
atavismo, de primitivismo que nos remonta a la época de la tribu, con sus
típicos dogmas y tabúes. Y por mucho que esto pueda sonar primitivo o cosas de
tiempos remotos, no es tan así como sucede.
En lo
que aquí diremos, la palabra autoridad esta empleada en el sentido de mando, de
poder o de imposición. No nos referimos al sentido etimológico del término
autoridad, como cuando se alude a la autoridad de un determinado escritor; de
allí que no usaremos expresiones tales como la de, por ejemplo, autoridad
intelectual, ya que no reflejan adecuadamente lo que con ello se quiere
representar en estas líneas. A lo que describiremos aquí es a la autoridad
autoritaria (valga la aparente redundancia), es decir, al autoridad derivada
del autoritarismo entendido este como degeneración de la autoridad [1]
La
autoridad -en el sentido en que utilizaremos el vocablo en lo que sigue-
importa una relación de sumisión, con un sujeto dominante y otro dominado, o
bien, con una pluralidad de ambos, lo que no viene al caso, por no hacer -en
rigor- ninguna diferencia para lo que deseamos expresar ahora.
El punto en
cuestión es que, la autoridad impuesta, como sostenemos, sólo admite dos
conductas posibles: o se la obedece o se la desobedece. Pero nunca jamás se la
"respeta" espontáneamente. Por considerarme un hombre libre, (y que
desea seguir siéndolo) me resisto a obedecer cualquier clase de autoridad, en
todo caso, sólo me obligo a obedecer la mía propia; en otras palabras, me reconozco
el poder de obligarme a obedecer las reglas y principios que me he impuesto a
mí mismo y rigen mi vida propia. En otro plano, mas metafísico si se quiere, -y
como cristiano- solo reconoceré autoridad por sobre mí a Dios y a su Hijo
Nuestro Señor Jesucristo. Pero en el ámbito humano, no hay autoridad alguna a
la que debamos someternos, ni siquiera voluntariamente, ya que ningún hombre
tiene el derecho a gobernar a otro y otros semejantes. Sólo en este sentido
acepto el empleo de la palabra "autoridad". Puedo admirar las
cualidades de otras personas, puedo necesitar su ayuda, pero ello no implica
que deba al mismo tiempo someterme incondicionalmente a ellas, ni idolatrarlas.
De
hecho, el culto al líder se fomenta en los primeros años y se sigue promoviendo
a lo largo de toda nuestra existencia, variando, desde luego, de lugar en
lugar, de época en época y de situación en situación. Se exaltan los adalides a
seguir ya en la escuela, con la enseñanza de la historia y de los principales
próceres de cada país, a la vez que, tanto en el colegio como en nuestras
propias casas se nos da una visión sesgada (frecuentemente) y se personalizan
tales modelos. Pocos son los hogares donde se educa a los niños en el cultivo
de su propia personalidad e individualidad. La tendencia -por el contrario- fue
y es la de socializar al infante, con la repetida excusa de "integrarlo a
la sociedad".
En
todos los casos se nos exhibe a "alguien" a quien seguir, adorar u
obedecer, o todas estas cosas al mismo tiempo. Y no hay base racional alguna
para inclinarse ante otras personas, que -en esencia- son tan humanas como
nosotros. Para un creyente como nosotros, sólo tiene base racional inclinarse
ante Dios, que lejos de ser un mito, es la más absoluta de todas las
realidades, o quizás mejor dicho, Él es la realidad en si misma considerada.
Porque ningún hombre tiene la totalidad de sus atributos, ya que ninguna
persona es omnisciente, omnipotente ni todopoderosa, ¿por qué razón entonces
deberíamos adorar a otras personas que no poseen ninguna de dichas cualidades,
aun cuando ellas manifiesten creer que si las tienen? Por el contrario, solemos
inclinarnos ante personas cuyas debilidades y defectos son evidentes, pero que
intentamos disimular en vano. Por eso decimos que no hay base racional alguna
para idolatrar a otros seres humanos atribuyéndoles "poderes"
sobrehumanos o cualidades divinas que no tienen. Y si -en cambio- hay base
racional (y mucha o toda) para idolatrar a Dios y a todo lo que Dios
representa. En última instancia, quien se diga "ateo" haría mucho
mejor en seguirse a sí mismo que en rendir culto a otro ser humano como él o
ella. La idolatría a un líder humano externo a nosotros -tan vigente hoy como
ayer- es puro materialismo, y el materialismo sólo es una parte de la realidad,
más no es -en modo alguno- la realidad en sí misma. Y como dejamos dicho, quien
no obstante, porfíe en creer que el universo "es" pura materia, se
honraría más en idolatrarse a sí mismo que en convertir en objeto de adoración
a otro ser humano ajeno. El ateo que reniega de Dios a la vez que rinde
pleitesía o profesa adulación a otras personas diferentes a sí mismo, asume en
los hechos una actitud idéntica a la de los antiguos paganos, para quienes su
"dios" o sus "dioses" no eran más que sus césares humanos o
sus estatuas de madera, piedra o mármol.
Nada
de lo dicho quita ni implica negar que existen personas que son admirables o
poseen excelentes virtudes, ya sean físicas o intelectuales. No tiene nada de
malo admirar y elogiar tales cualidades excepcionales. Lo que criticamos es
que, en razón de una pretensa "admiración", pasemos seguidamente a
someternos a esas personas a su voluntad, o nos dediquemos a calcar
radiográficamente sus vidas, ya que implicaría negar nuestra propia individualidad,
esforzándonos en intentar de ser "el otro", cosa que es material,
psicológica y espiritualmente imposible desde todo punto de vista. Se trata de
la diferencia entre admiración y sumisión, y en tanto y en cuanto la admiración
nos parece sana, la sumisión nos resulta enfermiza. Claro que muchas veces,
ambas van de la mano, pero ello no significa que necesariamente siempre deba
ser así, porque empíricamente no lo es, ya que pueden existir una y otra,
juntas o por separado. Y recalcamos que, en tanto una admiración sin sumisión
es positiva, la conjunción de ambas es -a no dudarlo- negativa. Esto tampoco
significa desconocer que existan personas que logren el sumun de la felicidad
sometiéndose a otros/as a quienes admiran. No son extraños los casos de
esclavos que admiran a sus amos. Nuestra intención no es forzar a nadie a nada
y -menos aun- a despojar de su "felicidad" a un esclavo que ama a su
amo o amos. Solamente señalamos que, a nuestro juicio, un esclavo de esta
naturaleza reafirma su esclavitud y se aferra a ella, con lo que tenderá a
permanecer en tal condición autolimitándose. Como liberales debemos respetar
tales tipos de actitudes, pero no alentamos las mismas, porque conspiran contra
el liberalismo que defendemos, es decir, atentan contra la naturaleza humana
que es esencialmente libre.
(Fragmento
del libro del autor, titulado La teoría del mito social)
http://www.atlas1853.org.ar/articulos/articulos.asp?Id=12496
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