Todo esto aclara la crucial diferencia entre democracia, entendida en sentido estrecho como elecciones, y libertad, entendida como existencia de un espacio inviolable de derechos del individuo frente al Estado y gobiernos de turno. Quizás el mundo árabe-islámico conquiste alguna democracia, pero de la libertad están tan lejos como de costumbre.
La
abrumadora victoria de los partidos islamistas en las elecciones parlamentarias
de Egipto, ha infundido cierta sobriedad y mesura a los despistados analistas
internacionales de las grandes cadenas de televisión en EEUU y Europa, que
llevan meses anunciándonos una tan famosa como etérea “primavera árabe”.
Dos
puntos merecen comentario: El primero se refiere a la realidad sociocultural de
buena parte de países del ámbito árabe-islámico y sus perspectivas; el segundo,
a la distorsión de la mirada analítica y de los pronósticos articulados por buena
parte de la prensa y televisión occidentales, con relación a lo que
verdaderamente ocurre en el Medio Oriente y el norte de África.
Para
tomar dos ejemplos: en el caso de Egipto, los estudiantes que llenaron las
plazas con sus teléfonos celulares, declarando en inglés a CNN y promoviéndose
como paladines de la libertad, constituyen una ínfima y privilegiada fracción
de un pueblo de ochenta millones de personas, casi 50% de los cuales son
analfabetos funcionales. Se trata de un país que importa la mitad de las
calorías que consume, cuyas finanzas están en quiebra y cuya tasa de desempleo
real se ubica en torno a 40%. La rebelión egipcia está dinamizada por el hambre
y no por ansias de libertad, y el aplastante triunfo islamista lo comprueba.
El
espejismo mostrado estos meses a través de las grandes cadenas de noticias,
como la BBC y CNN, y la prensa bienpensante de Occidente encabezada por diarios
como El País, The New York Times, Le Monde y The Guardian, entre otros,
controlados por la izquierda, se debe a que el “progresismo” internacional
sigue dominado por una visión hegeliano-marxista de la historia, aunque ni se
percaten de ello. Tal visión plantea que la historia siempre avanza hacia la
libertad, cuando en realidad se trata de un proceso complejo, lleno de
sorpresas, retrocesos, atajos y recovecos sin dirección única ni destino
uniforme.
En
Libia, para citar otro caso, la “intervención humanitaria” está desembocando en
la germinación de una guerra civil que ya empezó a cobrar muertes, torturas y crímenes,
y que está haciendo huir de ese país a los ingenuos grupos de franceses,
ingleses y norteamericanos que hacen de la defensa de los derechos humanos una lucrativa y prestigiosa profesión.
SHIÍ "PARTIDO DE DIOS"
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Todo
esto aclara la crucial diferencia entre democracia, entendida en sentido
estrecho como elecciones, y libertad, entendida como existencia de un espacio
inviolable de derechos del individuo frente al Estado y gobiernos de turno.
Quizás el mundo árabe-islámico conquiste alguna democracia, pero de la libertad
están tan lejos como de costumbre.
Sólo
una profunda revolución cultural, que afecte lo religioso y su separación de lo
político, podría producir la “primavera” que una ilusa opinión internacional ha
inventado; pero de tal revolución sólo se ven tímidos signos. En cuanto a un
“shock” externo que produzca el cambio necesario, como ocurrió con Alemania y
Japón mediante sus derrotas en la Segunda Guerra Mundial, Washington lo intentó
en Irak y Afganistán; pero en nuestros días las guerras han dejado de ser decisivas
y su eficacia se diluye, en medio de la demagogia de los políticos y la
hegemonía de medios de comunicación contagiados hasta los tuétanos por la
“corrección política”.
¿Resultado?
El mundo árabe-islámico, lejos de caminar hacia la libertad, se hundirá cada
vez más en el tumulto y desesperación de inmensas masas hambrientas, cegadas
por el fanatismo y enfrentadas por odios tribales, que nada tienen que ver con
la libertad del ser humano.
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