Lo pensé, lo pensé mucho, para decidir no
escribir más mis columnas para algunos
diarios regionales a partir de este año que comienza. Me movían muchas
inquietudes: descansar de la disciplina diaria de expresar mis opiniones y de
vez en cuando de darle rienda suelta a mis gustos políticos; dejar que los
lectores se libraran de mí y que muchos diarios para quienes he escrito durante
varios años ya no lean ni publiquen los artículos de colaboradora que les envío
semanalmente.
En fin, descansar, y aunque era insistente el recuerdo de la máxima de
Don Gregorio Marañón, el médico escritor, autor, entre otras obras, de Tiempo
nuevo y Tiempo viejo: “Descansar es empezar a morir”, la desechaba y me decía
que ya bastaba que eran muchos años de escribir y de escribir.
Y sí. Aquí estoy escribiendo como todas los
días, sólo ellos me hicieron desistir, esos entrañables lectores a los que
llamo motivadores (esa parte de la máquina que surte de energía al resto para
que siga en su trabajo). Mis motivadores
son los lectores que no conozco tanto nacionales como internacionales, a
ellos les agradezco que me lean siempre en todos los diarios y en los blogs
para quienes escribo, los que me proporcionan energía están bien definidos,
constantes y no silentes.
Son los que me llaman o me escriben
semanalmente correos electrónicos a comentar lo que he dicho algunas veces
emocionados, otras con disgusto porque pudo ser más fuerte el artículo.
Cómo quedarme sin los comentarios de un
lector, que en su mensaje, sobre mi última columna me dijo: “…no veo a una
Zenair a las cinco de la mañana mirando al Occidente cuando ella siempre ha
mirado al Norte”; sin la risa acelerada del amigo Luís cuando dice “Hoy hubo
sopa y seco para los escritores”, o sólo hacer comentarios de otros, cuando no
le ha gustado el tema que he tratado; sin
los amigos de (España) que me invitan reiteradamente que me vaya a
escribir en los diarios de allá; a Julio Belisario que en estos días está
callado, él muchas veces me ha dado con sus comentarios temas para mis
columnas.
A muchos que no me imaginan amasando arepas
ni como ama de casa entregada, y tantos que se me haría prolijo enumerar, y si
bien no escribo los apellidos de los mencionados, es por el temor a que no les
guste o a olvidarme de alguno y crea que lo estoy discriminando.
Y las mujeres, ellas no escriben, no
comentan, sólo cuando en los lugares
menos apropiados: templos, Centros comerciales, en la peluquería, siempre me dan el mismo saludo: “Me encantan
tus columnas”
Si bien en mi amplia carrera como psicóloga,
profesora titular universitaria y escribidora nunca me han interesado los
halagos, digo interesado, porque si digo que no me gustan sería una hipócrita
redomada, ¿a quién no le gusta un halago?, creo que hasta a los santos, lo
importante es que con ellos no se nos suban los humos y veamos a los otros por
encima del hombro y nos creamos merecedores de un Nóbel y no nos permitan
aguantar una crítica no favorable.
Pero
hablaba que no me han interesado, en el sentido que mi vida sigue sin anhelos
inalcanzables, solo con mi impenitente afán de animar a los talentosos a que
sigan adelante a que no desfallezcan, a que exploten el don con el que nacieron
y que sean conscientes de que el arte en
todas sus manifestaciones nos redime de penas y tristezas, nos hace ver a los
amigos como pedacitos del alma; nos da paz aunque sea por ratos.
Escribir es dolor, es trabajo, es terapia, es
catarsis, es disciplina, es superación intelectual, es ensanchar el espíritu,
es desfogar rabietas, es sublimizar sentimientos. Y sí.
Es conseguir motivadores que no sólo son
acicates para seguir, sino que se
convierten en amigos que nos quieren bien, por ellos sigo y por ellos haré caso a Don Gregorio Marañón:
“Vivir no es sólo existir, sino existir y crear, saber gozar y sufrir, y no
dormir sin soñar. Descansar, es empezar a morir”.
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