No son deseos sino realidades.
Su trayectoria como gerente público eficiente en Venezuela, diplomático exitoso
en el extranjero, lo confirma.
Hoy, Venezuela atraviesa una
etapa sombría sólo comparable a los tiempos de la guerra independentista, con
un agravante: para aquel entonces nuestro país contaba con una dirigencia
patriota convencida y dispuesta respecto a los sacrificios implícitos a la
causa política de entonces.
En la Venezuela presente, el
estatismo petrolero, en mala hora consagrado en la propia Carta Magna, configuró
una sociedad acomodaticia, acostumbrada a exigir derechos al Estado, sin
embargo ajena al cumplimiento de sus deberes, auténtico certificado de una
efectiva ciudadanía.
De allí qué luego de
"Las bacanales del petrodólar", viabilizadas por la estatización de
la industria petrolera a partir del 1º de enero de 1976, y su muy lógica
"resaca" económica en los cercanos 90, el pueblo venezolano buscó con
denuedo el cambio político en la comprensible necesidad de recuperar el orden
institucional perdido. Ello es del todo loable. El problema estriba en que una
vez electo el llamado a corregir tales entuertos, a saber "Hugo
Chávez", éste no sólo resultó peor que cualquiera de los anteriores jefes
del estatismo venezolano, lo que es más grave aún, nosotros, luego de 13 años,
habíamos resultado incapaces de promover una dirigencia política apta para el
necesario reemplazo.
Dicha tragedia, descrita en
tan escuetos términos es por supuesto debida a un cúmulo de factores entre los
que destaca la referida perversión política llamada estatismo, que hace posible
un Estado nacional, gerente y administrador de la casi totalidad de la riqueza
venezolana (yacimientos petrolíferos, auríferos y demás minerales
económicamente valiosos) encargado además del enorme poder fáctico implícito en
su condición de representante jurídico y político de la nación. Tal hipertrofia
funcional convierte a cualquier presidente de Venezuela en verdadero monarca
medieval y a nosotros los venezolanos en súbditos pedigüeños de la peor
condición.
Así entonces nos encontramos
en la particular circunstancia donde ante un régimen político evidentemente
totalitario, por ende criminal, socialista para más señas, tolerante con la
Constitución sólo en la medida que ésta le posibilite sostener la muy valiosa
"fachada democrática", un precandidato presidencial ha sido capaz de
ensalzar la recuperación del orden institucional como la prioridad política
nacional, ese es Diego Arria.
Porque más allá de buenas
intenciones, quién si no un dirigente político independiente, de certificada
experiencia gubernativa, nacional e internacional, exitosa por lo demás,
estaría en real capacidad de capitalizar la mayoritaria voluntad de cambio de
la fuerza demócrata nacional hasta alcanzar lo que no hemos podido desde hace
cuando menos 30 años: un Estado Democrático y Social de Derecho y de Justicia,
al servicio de ciudadanos libres y dignos, capaces de merecer la prosperidad y
el Bien Común mediante el trabajo lícito y justo, algo característico de
cualquier país desarrollado.
Sólo alguien dispuesto a
consagrar lo que le reste de vida en pro de restaurar la constitucionalidad
democrática en Venezuela tendría oportunidad para hacer lo que corresponde
hacer, sin pensar en las próximas elecciones, sino en las próximas generaciones.
Quién sino aquél que ha sido idóneo para coordinar transiciones políticas de
regímenes aun más violentos que el vigente en Venezuela, verbigracia: Bosnia,
Serbia, Sudán, se atrevería a solicitar sólo 3 años de mandato popular para
conforme a la Constitución "poner orden en la casa". Esta es sin
dudas una propuesta política que merece consideración. ORA y LABORA.
caballeropercival@hotmail.com
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