Pero
a raíz del desmoronamiento del socialismo real, el pacto se ha ido deteriorando
progresivamente hasta llegar a nuestros días en los que parece definitivamente
roto, a la luz de los ataques del capital, los mercados se dice ahora, a un ya
de por sí maltrecho Estado de bienestar que para muchos empieza ya a ser
simplemente un Estado de estar, cuando no de malestar.
Quienes
militan a favor de la causa del pensamiento liberal conservador, o
sencillamente neoconservador, han encontrado en la crisis el mejor argumento
para atacar al Estado de bienestar, pues ahora más que nunca éste se muestra
inviable, dicen, por no ser económicamente sostenible. Esta corriente del liberalismo
se halla representada políticamente en España en las filas del Partido Popular,
donde, como se sabe, también tienen cabida otros conservadores que nada tienen
de liberales. Pese a todo, y aunque la derecha nunca vio con buenos ojos la
concepción social del Estado, esas son cosas de socialdemócratas cuando no de
comunistas disfrazados, lo cierto es que siquiera sea por motivos
electoralistas, es lo que tiene la democracia, la reivindicación del Estado de
bienestar está incrustada en el discurso de prácticamente todas los partidos
políticos, incluido el PP, instalado en el Gobierno desde el pasado mes de
diciembre.
El
tan celebrado y defendido teóricamente como denostado en la práctica Estado de
bienestar surgió en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, fruto del pacto
llevado a cabo entre liberales y socialdemócratas: mientras los primeros
renunciaron al Estado mínimo y reconocieron que el Estado debe garantizar no
sólo los derechos civiles y políticos sino también los económicos, sociales y
culturales, los segundos renunciaron al marxismo y con ello a llevar a cabo la
gran transformación y la construcción de la utopía socialista. El resultado fue
la proliferación de una gran clase media que durante años ha servido de colchón
amortiguador de los conflictos sociales y por ende de garante de la paz social,
así como la consolidación del Estado social y democrático de derecho, el cual
constituye la forma más desarrollada de la democracia representativa.
Pero
a raíz del desmoronamiento del socialismo real, el pacto se ha ido deteriorando
progresivamente hasta llegar a nuestros días en los que parece definitivamente
roto, a la luz de los ataques del capital, los mercados se dice ahora, a un ya
de por sí maltrecho Estado de bienestar que para muchos empieza ya a ser
simplemente un Estado de estar, cuando no de malestar.
Ahora
que el Estado de bienestar agoniza, quizás sea el momento de plantearnos si
éste representa el modelo de sociedad que queremos. Pues no debemos olvidar que
ni tan siquiera en los años de su máximo esplendor, el Estado de bienestar
arremetió nunca contra las grandes desigualdades sociales, pues entre sus
objetivos no se contaba el de erradicar las diferencias extremas en lo que a la
distribución de la riqueza se refiere, sino sólo garantizar el acceso a todos
los ciudadanos a una mínimas condiciones materiales de vida y a unos servicios
sociales básicos. Así las cosas, se me antoja que si no queremos renunciar a la
búsqueda de la justicia, debiéramos reivindicar un tipo de sociedad que vaya
más allá del Estado de bienestar, que apunte a la distribución igualitaria de
la riqueza y del poder y que, en suma, se oriente hacia la realización del
comunismo libertario.
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