Receloso de las secuelas
negativas a las que se enfrentaría si la convocatoria resultara en un evento de
participación masiva, el comandante se entromete en el núcleo de un problema
crucial que todos conocen y que pocos denuncian: la ausencia de una campaña
destinada a animar una asistencia maciza a las urnas
Los candidatos deberían
estar interesados en impedir que febrero sea una mueca democrática
Es sólo una intriga. Claro
que, en este caso, sus maquinaciones están basadas en un supuesto de origen
razonable. Cuando Chávez insinúa que la oposición podría desconvocar las
primarias de febrero, no lo hace porque crea que tal cosa ocurrirá. La
escogencia de su competidor se hará conforme a lo planeado, aunque la cita no
logre descollar como el punto de partida para garantizarle a sus contrarios un
triunfo seguro en octubre del año que está por iniciarse.
Receloso de las secuelas
negativas a las que se enfrentaría si la convocatoria resultara en un evento de
participación masiva, el comandante se entromete en el núcleo de un problema
crucial que todos conocen y que pocos denuncian: la ausencia de una campaña
destinada a animar una asistencia maciza a las urnas, que le sirva al
abanderado electo como un eficiente trampolín, útil para ensanchar las
expectativas de una victoria a la cual no se llegará por la vía rápida de una
autopista sin baches.
Enterado como siempre se
encuentra de los enredos de la unidad opositora, Chávez juega en el bando de
quienes están interesados en unas primarias desteñidas, de las que surja un
candidato débil y, por tanto, necesariamente "manejable" y
dependiente de los capataces de las maquinarias partidistas.
Su esperanza -inútil, por
cierto- es que, bajo el pretexto de una convocatoria que se asome desastrosa,
algunos cuantos aventureros de la MUD desestimen la pertinencia de las
primarias, o de que, en su defecto -y en virtud de una cita poco lustrosa-, el
elegido se convierta en una suerte de arlequín, reo de las pasiones de sus
adversarios internos, bien dispuestos a aprovechar la ocasión para aplicar el
chantaje que suele envolver el "reparto" del poder.
Ya no es ocultable el hecho
de que los jefes de los partidos "más populares y tradicionales" de
la oposición, compraron todos los tickets para apostar a la derrota de quien,
durante ya largos meses, se ha mantenido en la cúspide de las preferencias; un
derecho que le asiste -porque de eso se trata la competencia-, muy a pesar de
que un triunfo alcanzado en unas primarias de participación deslucida, nada
añadiría al cuadro del 7 de octubre.
Sin embargo, aterrizados
como estamos en el mes de enero, y dicha sea la verdad, la responsabilidad va
extendiéndose al universo opositor en general... A estas alturas, todos los
candidatos deberían estar interesados en impedir que febrero se transforme en
una mueca democrática: de lo contrario, gane quien gane -incluyendo al notorio
representante de las maquinarias-, la tendrá muy difícil para hacer creíble la
posibilidad de su victoria sobre Chávez. Para ya, es tarde.
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