Imagine que en unas décadas Venezuela tuviera un Gobierno liberal, y una mayoría liberal en el Congreso. El proceso habría sido contundente y categórico al principio, pero los niveles de ajuste social habrían sido rápidos.
En primer lugar, debido a la limitación del gobierno a cumplir sus funciones básicas y a la eliminación de aranceles al comercio dentro de nuestro país y con las demás naciones, empezarían a surgir nuevas empresas y nuevos negocios. Desde el que tiene poco capital hasta el gran inversor tendrían un sinfín de actividades económicas en las que participar.
No sólo crearíamos nuevas empresas, sino que las grandes corporaciones y multinacionales extranjeras querrían invertir y producir en nuestro país. Por consiguiente mejoraría la infraestructura aduanera, la producción e importación de materias primas y crecería desenfrenadamente la oferta de empleo.
Al haber más trabajo y caer el desempleo, la renta per capita aumentaría y habría más riqueza en nuestras manos. Nuestro nivel de vida aumentaría inmediatamente y la pobreza empezaría a desaparecer.
Venezuela contaría con las mejores infraestructuras del continente. Al destinar el gobierno mucho más dinero a las obras públicas, tendríamos las mejores autopistas, puentes, túneles y carreteras. El problema del tráfico desaparecería.
Caracas optaría por el sistema de autopistas subterráneas, como el de ciudades como Boston, y por la creación de nuevas zonas verdes y peatonales. Nuestra capital sería comparada con Londres y Madrid. El modernísimo centro de Caracas sería sede de importantes empresas y gracias a la Policía, uno de los lugares más seguros de la ciudad.
Las zonas costeras se modernizarían y se enfocarían hacia los capitales inversores y el turismo. El Estado Vargas sería un pequeño Panamá, minado de rascacielos con vistas al mar, y con actividades de ocio y turismo para los visitantes.
Las pequeñas ciudades se modernizarían y surgirían como nuevas opciones para los capitales nacionales y extranjeros. Se descentralizaría el poder predominante de Caracas y Maracaibo hacia los nuevos núcleos urbanos emergentes: San Cristóbal, San Juan de los Morros, Maracay, Mérida, Puerto Cabello.
La inversión en seguridad traería consecuencias. Habría contacto constante y transparencia entre los cuerpos policiales municipales y las Policías Nacionales y Judiciales. Los policías venezolanos tendrían los sueldos más altos del continente y los mejores equipos para realizar su trabajo. La delincuencia descendería, los crimines desaparecerían lentamente y los índices de homicidios bajarían rápidamente.
Mejoraría la justicia pública, y los criminales pagarían sus condenas íntegramente. La justicia sería sinónimo de nitidez pública e imparcialidad.
Contaríamos con un Servicio de Inteligencia de vanguardia. Nuestra inteligencia prestaría servicios en el interior del país y en los intereses de Venezuela en el extranjero. Nuestras Fuerzas Armadas estarían dotadas de los mejores equipos y contarían con el más profesional de los entrenamientos para proteger y defender la soberanía nacional.
Al ser el liberalismo una ideología de paz, fomentaríamos la diplomacia con los demás países del globo y tendríamos buenas relaciones con todos independientemente de su ideología. Seríamos un país ejemplar, y por ello, contaríamos con una mayor participación en los grandes acuerdos internacionales.
Aumentaría la población, pero sabríamos enfrentar los problemas demográficos. No importaría el número de jubilados o el de personas en edad laboral porque habríamos optado por sistemas de Seguridad Social privados, justos y efectivos. Superaríamos a la Seguridad Social de Chile en ingresos personales, y la eliminación del Impuesto sobre la Renta haría que aumentara la riqueza personal. Al no haber transferencia de capitales, nuestro dinero de jubilación ganaría intereses con los años.
El presidente, obviamente, tendría que comparecer ante el Congreso -o Asamblea Nacional- para dar parte a los diputados sobre los asuntos nacionales. En nuestra cámara, los miembros del Partido Liberal estarían sentados en el centro y la derecha, los partidos de izquierda socialdemócrata como UNT, el MAS o AD, llenarían el centro izquierda de la cámara, y los diputados del PSUV se sentarían en la extrema izquierda. Reinaría el respeto y el Estado de Derecho.
El gobierno contaría con los ministerios necesarios para cumplir las funciones básicas: seguridad interior y defensa, orden, diplomacia, infraestructura y obras públicas, economía libre y justicia.
Habría libertad de prensa, opinión, acción y movimiento. Desaparecería la corrupción pública porque sería penada con prisión, y la especialización eliminaría la burocracia.
Aunque todo esto parece una historia de ficción, una quimera, esta hipotética Venezuela está basada en principios que han demostrado su efectividad práctica históricamente. No es una hipótesis, sino la consecuencia directa de la aplicación de los principios liberales en la política nacional.
Es una Venezuela posible.
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