Tengo un libro en mi biblioteca
cuyo título ilustra lo que quiero trasmitir en esta nota: Organismos
internacionales, expertos y otras plagas de este siglo de Ángel Castro Cid,
profesor de derecho en la Universidad de Chile en el que se lee que “Hoy, en
cambio, los economistas siembran el oscurantismo en todo el globo; el flagelo
de los planificadores azota a la humanidad entera y los expertos muestran por todas
partes su lenguaje esotérico y sus mentes difusas. Ni siquiera los esquimales o
los watusis se encuentran libres de los organismos internacionales, cuyas
misiones pueden caerles en cualquier momento, con la velocidad del avión y la
potencia destructiva de la bomba atómica […] Nos infunde respeto la oscuridad
del lenguaje de quienes nos guían, y no nos detenemos a meditar si ella obedece
a profundidad conceptual o a poca claridad de las ideas”.
Hace años se publicó en la
revista Newsweek un artículo de Philip Brougthton que aludía al léxico sibilino
y pastoso de los burócratas internacionales para lo que ilustró su punto con un
cuadro de tres columnas de nueve palabras en cada una e invitaba a los lectores
a combinar una palabra de cada columna para el armado de expresiones típicas en
los ensayos, libros y, sobre todo, documentos de trabajo de megalómanos. Recojo
cinco ejemplos traducidos, siguiendo la metodología sugerida: “programación
funcional equilibrada”, “movilidad estructural paralela”, “proyección
direccional sistemática”, “instrumentación global integrada” y “dinámica
operacional coordinada”. Esta palabrería hueca sirve para impresionar a los
incautos y es la cáscara que envuelve los deseos superlativos de funcionarios
estatales que aspiran a incrementar su poder sobre la vida y la hacienda del
prójimo bloqueándoles todo resquicio de confort mientras ellos viajan en
primera clase, se hospedan en suntuosas suites de hoteles de lujo, pasan por
las aduanas sin ser revisados y obtienen suculentas remuneraciones, todo a
cargo de los contribuyentes.
En Venezuela, acaba de
constituirse una nueva organización continental que, por razones políticas,
excluye a Canadá y EE.UU., que adoptó el rimbombante y grandilocuente nombre de
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños que naturalmente tiene su
sigla: CELAC. Esta novel entidad se agrega y superpone a UNASUR, ALADI,
MERCOSUR, CAN, OEA, CEPAL, CARICOM y SELA, todas con sus funcionarios,
organigramas, estatutos y demás parafernalia. Se dice que en este caso no habrá
costos adicionales aunque la sola inauguración significó viajes de mandatarios,
adiposas comitivas, hotelería, comidas suculentas y bebidas de todo tipo,
estrambóticos ramos florales en los salones del evento, equipos de audio,
fotógrafos y regalos entre mandatarios.
En la sesión en la que hacía
uso de la palabra Raúl Castro hubo una multitudinaria y ruidosa marcha de
protesta en Caracas, en las inmediaciones del lugar en donde se celebraba la
reunión, “por el insoportable desempleo, alta inflación y la inaceptable inseguridad”.
El orador interrumpió su discurso para preguntar a que se debían las
explosiones y el griterío a lo que Chávez respondió que era “para festejar el
establecimiento de la organización”. Por su parte, Rafael Correa de Ecuador,
Porfirio Lobos de Honduras y Ricardo Martinelli de Panamá la emprendieron
contra el periodismo independiente a lo que se agregaron las reiteradas
expresiones de Ortega de Nicaragua en el sentido de condenar enfáticamente la
tradición filosófica de EE.UU. (y no por su actual latinoamericanización), todo
ello con el aval del dueño de casa que puso de manifiesto “la valentía” de
semejantes declaraciones con el epílogo de suscribir la política de Irán. Por
otro lado, Cristina Kirchner de Argentina dijo que había que “aprovechar esta
oportunidad para convertirnos en protagonistas del mundo” y “encarar de manera
efectiva la crisis económica mundial” que a su modo ejemplifica con el envío de
gendarmes y sabuesos al mercado cambiario para amedrentar a los demandante de
dólares en Buenos Aires. Por otro lado, informa Prensa Latina que Evo Morales
de Bolivia conjeturó que “Luego de 500 años de resistencia indígena, 200 años
de independencia, por fin nos juntamos para liberarnos”. Finalmente, dos de los
mandatarios presentes declararon off the record que asistían “por razones
estrictamente diplomáticas”.
Por su parte, la denominada
“Juventud Rebelde de Cuba” declaró que CELAC “es un hito en la historia
mundial” y que con eso “estamos enviando un mensaje a los indignados y pobres
del mundo”, suscribiendo con entusiasmo la Declaración de Caracas de 39 puntos,
la mayor parte de los cuales resulta anodina como suele suceder en los ámbitos
de organismos internacionales al efecto de recolectar el mayor número de
adhesiones posible, salvo el punto 30 que declara la “participación voluntaria”
para suscribir una larga serie de otros documentos con fuerte carga estatista y
el punto 26 que apunta a la “reducción de desigualdades sociales”,
desigualdades que en gran medida se generan, por una parte, como fruto de la
cópula entre empresarios que surgen de la dádiva y los aparatos gubernamentales
y, por otra, consecuencia de las alarmantes corrupciones de gobernantes, puesto
que las desigualdades en el contexto del mercado libre se deben a las
votaciones que a diario efectúa la gente en el supermercado y afines, con lo
que las consecuentes tasas de capitalización permiten elevar salarios en
términos reales.
No solo descreo en general de
los organismos internacionales (excepto los del tipo de Interpol, siempre que
se incluya en sus funciones el atrapar a gobernantes que se fugan con dineros
malhabidos) y creo en marcos institucionales que garanticen y aseguren la
protección de derechos individuales, sino que, a esta altura de los
acontecimientos, descreo de la existencia de embajadas las cuales se
establecieron al efecto de adelantarse a posibles conflictos en vista de la
precariedad de los medios de comunicación de épocas remotas. Pero, hoy en día,
con Internet y la posibilidad de teleconferencias, no tiene sentido continuar
con costosas estructuras del tiempo de la carreta, las cuales pueden suplirse
con un simple consulado (la embajada estadounidense que se está construyendo en
Irak tiene semejanzas con el Vaticano). Incluso, las actividades comerciales se
llevan a cabo de un mejor modo a través de la comunidad empresaria (Guatemala
no mantiene relaciones diplomáticas con China y, sin embargo, es el país con el
volumen más alto de comercio por habitante de Latinoamérica con China).
Las reverencias, los saludos y
las pomposas formaciones en los aeropuertos, las alfombras coloradas, las
ceremonias, las marchas militares, los discursos y los elogios desmedidos
(nunca tienen en cuenta aquello de que “entre lo sublime y lo ridículo hay solo
un paso”), son parte esencial y alimento vital de los demagogos del momento,
cuya incontinencia verbal y desproporción en el uso del idioma es directamente
proporcional a la pauperización de quienes habitan en sus jurisdicciones. Ese
es el sentido por el que propuse retomar el debate en la asamblea constituyente
de EE.UU. sobre la conveniencia de designar un Triunvirato en el Ejecutivo: es
para aplacar tanta arrogancia y soberbia y mitigar en algo el deseo
irrefrenable del caudillo (y mejor aún si se eligiera por sorteo como sugirió
Montesquieu, en cuyo caso la atención se concentraría en limitar el poder
puesto que cualquiera lo podría ocupar). Es por eso que en el último debate
presidencial en EE.UU., Rick Perry ha sugerido que el Legislativo se limite a
sesionar dos meses en el año y durante el resto del tiempo cada uno se dedique
a actividades útiles ya que constituye un peligro la carrera por dictar leyes
(“la inflación de las leyes se traduce en su depreciación” ha sentenciado
Palniol). Es por eso que Bruno Leoni insiste en retomar la costumbre del common
law y la República romana de contar con jueces en competencia en un proceso de
descubrimiento del derecho y no de ingeniería legislativa, limitando al
Parlamento a sus funciones originales, es decir, administrar y controlar las
finanzas del rey o el emperador y abstenerse de fabricar nueva legislación
frente a cada problema que se presenta, que además de encorsetar la situación
la estropea. Por último, es por ello que los Padres Fundadores estadounidenses
subrayaban la importancia de descentralizar el poder vía el federalismo, al
contrario de lo que proponen los entusiastas de los centralizadores y unitarios
organismos internacionales.
Si queremos que las cosas
cambien pero mantenemos las mismas “vacas sagradas”, el resultado no se
modificará un ápice. Afortunadamente hay quienes trabajan denodadamente para
revertir la situación con propuestas de fondo que revelan honestidad
intelectual y coraje moral que evitan a toda costa lo que Hannah Arendt bautizó
como “el síndrome de la indefensión” que es el darse por vencido paralizado por
la inacción, el pesimismo, la desidia y el miedo.
Se requiere más recato y pudor
en las funciones gubernamentales que, en esta instancia del proceso de
evolución cultural, se limiten a la seguridad y la justicia, que, como hemos
dicho una y otra vez, son las faenas que en general no cumplen para dedicarse a
otras que no solo no le competen sino que dañan los intereses de la gente. En
lugar de crear nuevos organismos internacionales superpuestos a los anteriores,
los aparatos estatales debieran retomar la senda del constitucionalismo liberal
al efecto de abrir cauces a la energía creadora que da lugar a niveles de vida
más dignos y fortalece el respeto recíproco.
* Académico asociado del Cato
Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia
Nacional de Ciencias de Argentina.
Este artículo fue publicado
originalmente en El Diario de América (EE.UU.) el 15 de diciembre de 2011.
CATO Institute - 18-Dic-11 -
Opinión
http://www.elcato.org/nace-otro-adefesio-en-caracas
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