“Pasa reforma light; diputados descafeínan reforma política”
México DF. Excélsior. Nov. 5, 20011
Durante los últimos 500 años se ha desarrollado un fenómeno de trascendencia inigualable; la constitución del mundo occidental. En los laberintos de la historia habíamos ya conocido culturas admirables como Babilonia, Persia, Egipto y la misma China. Sin embargo, en el occidente del planeta se gestaron los planos y la construcción del mundo moderno en el cual se han esculpido todas las avenidas posibles del progreso de la humanidad.
El mandato divino de los Reyes era retado en Inglaterra en una revolución que le diera vida al primer parlamento. Los enfrentamientos ideológicos entre John Locke y Lord Fildmord alcanzarían niveles legendarios cuando esgrimieran sus armas, el primero portando sus ideas de una ley natural anterior al Estado dándole vida a los derechos del hombre; el segundo insistiendo en el mandato divino de la monarquía. Los enfrentamientos parirían la obra histórica de Locke; “Dos Tratados de Gobierno”—y la democracia liberal moderna.
Sin embargo, hay un histórico personaje que no se le ha dado la dimensión que merece en la construcción de este mundo occidental. Hacia mediados del siglo XVIII numerosos pensadores expresaban esa liberadora visión que en Francia se llegara a conocer como Laissez—Faire. Robert Jacques Turgot la ponía en acción. Como Contralor general de su país—una nación dominada por una monarquía absoluta—él daba gigantescos pasos hacia su liberación. Hablaba de tolerancia religiosa, libertad de expresión, libertad para comerciar, reducción drástica de los gastos del gobierno, rechazaba el papel moneda y promovía el del patrón oro.
Turgot era un impresionante visionario. Predijo la revolución de independencia de los EU 20 años antes de su inicio. Advirtió a los americanos la aberración de la esclavitud y su incompatibilidad con un sistema político constitucional. Los previno afirmando deberían de temer más una guerra civil, que a sus enemigos en el extranjero. Declaraba que los EU sería el paño de lágrimas del mundo, convirtiéndose en el asilo de los oprimidos. Advirtió a Luis XVI el que, a menos de que se abolieran gran parte de los impuestos y gastos del gobierno, habría una revolución que le podría costar la cabeza.
En 1761 Turgot fue nombrado administrador de la provincia de Angomois. Los 500,000 habitantes de la región vivían en una pobreza vergonzosa. Sin embargo, eran oprimidos con infinidad de impuestos los cuales se ejecutaban en más de 1,600 aduanas establecidas en todo el país, controlando el flujo de mercancías. Existía inclusive un impuesto sobre la sal, tarifas feudales y diezmos para la iglesia. A los paupérrimos residentes de la zona, se les permitía mantener sólo una quinta parte de lo que producían.
Tradicionalmente los oficiales del Rey estimaban cada año lo que requerirían para financiar sus guerras, la burocracia, los gastos del palacio de Versalles e imprevistos, y de esa forma establecían la cantidad de impuestos necesarios a exprimir al pueblo que trabajaba. Turgot a pesar de ello, reducía los impuestos de su zona en 200,000 livres. Luego aboliría el trabajo forzado, una especia de esclavitud mediante lo cual los súbditos estaban obligados a trabajar en los requerimientos del Rey, hasta 30 día el año sin paga.
En Mayo de 1774 Luis XVI, un joven de solo 19 años, sucedía en el trono a su abuelo Luis XV. Francia en esos momentos portaba la burocracia más grande del mundo occidental, y sus finanzas después de la guerra de los siete años con Inglaterra estaban comatosas. El palacio de Versalles era la gran hemorragia. En su nómina contaba con 8 arquitectos, 50 músicos, 60 cazadores, 900 nobles con sus familias, secretarios, mensajeros, médicos, capellanes y aproximadamente 10,000 soldados responsables de la guardia. Cada semana se celebraban por lo menos tres banquetes, dos grandes fiestas y tres obras de teatro.
Para hacer frente al grave problema, el novel Rey nombraba a Turgot Contralor General de la nación. Con urgencia se daba a recortar gastos, declaraba moratoria en impuestos, no permitió nuevos endeudamientos y estableció como política no evadir a los deudores vía declaración de quiebra. Para estimular la economía, de inmediato se dio a eliminar las restricciones en el comercio interior. Un ejemplo de tal barrabasada, era el comercio de granos en el cual, por decreto real, solo comerciantes con la bendición del Rey podían participar produciendo así los monopolios y oligopolios celestiales.
El nuevo Contralor se convertía en el hombre más odiado por la realeza. Aun así le presentaba al Rey seis edictos para liberar totalmente la economía. En ellos proponía abolir los monopolios, declaraba la libertad para que cualquiera—incluyendo extranjeros—pudieran participar en el comercio, abolía el trabajo forzado, despedía a los funcionarios que no permitían el libre flujo de mercancías en puertos, eliminaba un impopular impuesto sobre el ganado y otra serie de gravámenes. Pero tal vez el edicto más revolucionario, fue el que liberaba el comercio del vino. En las diferentes provincias productoras de vino, no les estaba permitido venderlo fuera de su territorio.
El joven Rey, ante las protestas de sus hermanos y consejeros, aceptaba con valentía los edictos y en Febrero de 1776 los presentaba al Parlamento. Pero el legislativo real compuesto de nobles, monopolistas, clérigos, abogados, se oponían ferozmente a tal ataque a sus intereses. La propuesta de Turgot era rechazada y el monarca, presionado por esa elite, lo cesaba. Pero este visionario hombre al despedirse del Rey le sentenciaba: “Recuerde su Majestad, fue debilidad lo que hizo rodar la cabeza del Rey de Inglaterra Carlos I en las calles de Londres.”
Rechazadas las reformas, para 1788 los gastos militares absorbían una tercera parte del presupuesto del país, y la mitad era requerida para pago de la deuda nacional. El desesperado Rey convocaba a una Asamblea Nacional tratando de activar algunas de las propuestas de Turgot, y confiscaba las propiedades de la iglesia. Pero como lo había advertido el despedido funcionario, estallaba la revolución del caos y en Enero de 1793, Luis XVI era llevado a la guillotina.
Antes de la revolución la Monarquía era el gran enemigo de la libertad. Después el movimiento se convirtió sistema totalitario de terror y un Estado policíaco. La Revolución Francesa, al igual que la mexicana, confundiría el concepto igualdad con expropiación y pillaje, no igualdad ente la ley; libertad con ausencia de la ley; justicia con venganza y, de la misma forma que a Mexico, le servía al pueblo una larga herencia de de penurias y una nueva dictadura aun más sangrienta; la de Napoleón.
“Aclaración del autor.” Cualquier semejanza con México, es pura coincidencia. Jacques Turgot se retiraba a la vida intelectual para hacerse gran amigo de Adam Smith, quien afirmaba lo había inspirado en su obra.
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