La crisis sistémica que venimos comentando desde finales del 2007 desde estas páginas, que por cierto nos sorprende en su profundidad y extensión, muestra la irrupción de un nuevo fenómeno social en lo que se creía que eran las principales democracias de Occidente: el de los indignados.
Se trata de movimientos sociales nacidos en Europa y Estados Unidos que ocupan espacios públicos en las principales ciudades de los países endeudados y con graves crisis económico-financieras: Occupy Wall Street o el Movimiento 15-M de España proponen democracia directa y el fin del dominio de los bancos y los burocráticos partidos tradicionales. Estos fenómenos se completan con fuertes movilizaciones populares en Italia, Grecia y Portugal y las que vendrán en otros países en tanto se ha optado por profundizar la crisis, reforzar el control ciudadano e intentar salvar a los bancos quebrados.
La actividad de estos movimientos ha demostrado, por ejemplo, en Nueva York (en Estados Unidos se han sucedido en más de cien de ciudades, incluso con tomas de muchas legislaturas estaduales durante varios días, lo cual se omite en los grandes medios de comunicación) que el sistema de represión social es vigoroso y prácticamente no hay semana en que no se produzcan decenas de arrestos de los reclamantes. La frase "I'm Getting Arrested" (me están arrestando) vincula a los manifestantes mediante teléfonos celulares para avisar sobre el accionar policial. Las denuncias se han intensificado contra Google por borrar imágenes de represión en Nueva York, Oakland y Denver.
Sin embargo, esta corriente no está exenta de límites y contradicciones: no hay propuestas claras ni líderes fuertes que dirijan y se han comenzado a observar intervenciones en la financiación de estos grupos por lo menos contradictorias. Me refiero concretamente a los aportes que el movimiento estadounidense recibe a través de la fundación Tides o el Centro Mareas, financiados por la Fundación para una Sociedad Abierta (OSF) del magnate George Soros. Este verdadero testaferro apostó contra la libra inglesa en 1992 y ganó más de mil millones de dólares. Esto sirvió para que Inglaterra se retirara del mecanismo europeo de tipos de cambio, que dio origen años después al euro, moneda a la cual paradójicamente los ingleses no adhirieron manteniendo su independencia monetaria, cambiaria y fiscal –ello aun a pesar de integrar la Unión Europea, que coincidentemente se creó en 1992 por el tratado de Maastrich–. La salida del mecanismo de tipos de cambio le permitió a Inglaterra devaluar su moneda y estabilizarla, superando un estancamiento prolongado para crecer durante los siguientes quince años a porcentajes promedios mayores que la Unión Europea.
Dado que no existe recuperación a la vista, las protestas sociales por cierto irán en aumento ya que el ajuste y la emisión monetaria son las dos únicas medicinas ensayadas para enfrentar un fin de ciclo: la consolidación de un gobierno único afirmando la bancocracia política y económica o el tránsito en algunos años a un sistema más democrático y equitativo. Se observa una lucha de intereses entre las otrora democracias de Occidente por un lado, frente a Rusia, China y algunos otros países. El último frente de defensa actual de la globalización es Europa, donde se ensayan las estructuras económicas e institucionales de consolidación del proyecto global, herido por cierto. El presidente de la Unión Europea, Herman van Rompuy –político belga de escasa imagen y desconocido hasta hace pocos meses–, dijo en el 2009 que se trataba del primer año de la gobernanza global. Luego de aquella afirmación se han sucedido proyectos de reforma del tratado de la Unión Europea para unificar impuestos de los países, niveles uniformes de déficit fiscal, sanciones a los países incumplidores y modificación de las constituciones nacionales privilegiando el pago de sus deudas soberanas. La obsesión para someter a los Estados ha llegado incluso a modificar el artículo 135 de la Constitución española (¿alguien lo sabe?) estableciendo que en los presupuestos tendrán privilegio de pago absoluto los intereses y el capital de los créditos de las administraciones del Estado.
Hace escasos días, en su despedida como presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet manifestó: "Hay que impedir que un Estado miembro se descarrile y genere problemas a los otros, hay que imponer decisiones incluso sobre los vetos de los Estados… se trata de un problema de supervisión y gobierno dentro de la UE… hay que proteger a las firmas soberanas de Europa, proteger a los bancos y a todas las instituciones financieras". Es interesante la lectura de las memorias de Nelson Rockefeller ("Memoirs", 2002), con participación accionaria en la Reserva Federal de Estados Unidos (banco central privado), donde explica que un gobierno mundial es la única manera de garantizar la paz mundial, integrando las estructuras políticas y económicas globales. Concordante, hace pocos días el Vaticano pidió a través del Consejo de Paz y Justicia una autoridad pública con competencia universal para el ético funcionamiento de la economía a través de un banco central mundial que regule el sistema y el flujo de intercambio monetario.
El movimiento de indignados, los okupas de los espacios públicos y las movilizaciones sindicales y políticas enfrentan el desafío de abordar la crisis estructural de larga duración de un sistema que atraviesa contingencias adversas (especulación desenfrenada, guerras, oligopolios, degradación ambiental, control social, consumismo, desinformación) propias del agotamiento de un modelo de acumulación de capital elaborando y construyendo una perspectiva de sustitución social y económica más sustentable que preserve a la humanidad.
http://www.rionegro.com.ar/diario/rn/nota.aspx?idart=746493&idcat=9539&tipo=2
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