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sábado, 12 de noviembre de 2011

ALBERTO BENEGAS LYNCH (H) *: CRISIS GLOBAL, BARAJAR Y DAR DE NUEVO (CATO INSTITUTE)

En momentos de escribir estas líneas, el mundo está en vilo porque parece que la idea del default griego va y viene sea quien esté a cargo del gobierno y de elecciones anticipadas y la eventual ratificación parlamentaria del rescate, en el contexto de las nuevas alquimias europeas: “salvatajes”, quitas, recapitalización de bancos, autorización del G-20 en Cannes de una nueva línea de crédito al FMI (!nada menos!) y, como señala The Economist, discusiones sobre la posibilidad de que “la cuna de la democracia” en algún momento se aparte de la eurozona y se tiente con el dracma. Aunque estos asuntos no se precipiten y se estiren algo debido a los recientes cambios de timón, la situación (desatada por gastos y deuda estrambóticos) no se resuelve con nuevos manotazos de ahogados, paliativos siempre circunstanciales y parches que no cubren agujeros y solo acentúan la sangría de los contribuyentes. Por otro lado, una detonación aun más estruendosa puede venir por el lado de Italia, una economía siete veces mayor a la de Grecia pero con algunas grietas de mayor profundidad. En tanto, el gobierno estadounidense también sigue en la danza macabra de gastos inauditos, déficit y deuda crecientes y subsidios a empresas inviables (siendo Solyndra el caso más explosivo por su quiebra estrepitosa), mientras mira a Europa con cierto pánico debido a estrechísimas relaciones comerciales. Situación toda sumamente difícil debido a asfixiantes regulaciones anticapitalistas, desmenuzadas con rigor por Niall Ferguson de Harvard en su acalorado debate con el ultraintervencionista Jeffrey Sachs de Columbia, en el programa televisivo de Fareed Zakaria.

Piénsese lo que se piense son las soluciones y las recetas cotidianas en los diversos países del orbe, hay pocos que dudan que estamos frente a una crisis de proporciones mayúsculas de la que solo vemos la punta del iceberg. Las causas de tamaños desbarajustes no se gestaron de la noche a la mañana, se remontan a lejanos tiempos. Los aparatos estatales vienen inflándose a pasos agigantados de hace añares. Solo consideremos que antes de la Primera Guerra Mundial, la participación del gasto público giraba en el orden del tres al ocho por ciento del producto bruto interno. Hoy en algunos lares del llamado mundo libre alcanza al sesenta por ciento y en general ronda el cuarenta. El respeto a los derechos individuales en aquella época era ampliamente reconocido y protegido.

Hasta contradictores de la sociedad abierta como Keynes con las sorprendentes estadísticas que exhibió en su libro sobre moneda le ha dado sobrado crédito a esa etapa de la civilización que va del Congreso de Viena a la mencionada conflagración, y socialistas como A. J. P. Taylor en su célebre historia de Inglaterra recuerda que “Hasta agosto de 1914 un inglés sensible y cumplidor de la ley podía pasar por la vida y prácticamente no notar la existencia del Estado, más allá del correo y la policía. Podía vivir donde quisiera y como le gustara. No tenía ningún número oficial ni cédula de identidad. Podía viajar al extranjero y dejar este país sin pasaporte y sin ningún permiso oficial. Podía adquirir con su moneda cualquier otra sin restricción o límite alguno. Podía comprar bienes de cualquier país del mundo en los mismos términos con que podía hacerlo localmente. A esos efectos, un extranjero podía pasar su vida en este país sin informar a la policía […] El inglés pagaba impuestos en una escala modesta, menos del ocho por ciento del ingreso nacional”.

Stefan Sweig en su autobiografía subraya como en el siglo de oro de la Viena cosmopolita, el respeto a la propiedad, la seguridad en los transeúntes y en los hogares, la solidez de la moneda, la estabilidad en el trabajo, las mejoras en los niveles de vida de todos era consecuencia de que los gobiernos gobernaban muy poco y por la calle era valorado y reconocido un cantante de ópera o un literato pero no un político que pasaba desapercibido: “nuestro emperador Francisco José, en sus ochenta años, nunca leyó un libro más allá del Reglamento Militar” pero “celebrábamos la libertad del individuo que estimábamos como el bien más sagrado de todas las cosas”.

Tal vez el mayor malentendido de nuestra época consista en el concepto de igualdad. En lugar de comprenderlo como igualdad de derechos ante la ley, se pretende la igualdad de resultados lo cual es incompatible y mutuamente excluyente con la primera igualdad mencionada puesto que para utilizar la ley como instrumento igualador de resultados necesariamente debe imponer la desigualdad de derechos. Y la consecuencia inexorable de este travestismo que se traduce en la destrucción de marcos institucionales clave es el mayor empobrecimiento. El delta entre mayores y menores ingresos o el Gini Ratio que mide la dispersión del ingreso no resultan datos relevantes, lo medular es que todos progresen, es decir, el mejoramiento en el promedio ponderado, lo cual se logra maximizando las tasas de capitalización que son fruto de marcos institucionales civilizados, entre lo que sobresale el respeto a los derechos de propiedad. Al fin y al cabo, las desigualdades de patrimonios e ingresos son el resultado directo de los juicios emitidos por la gente respecto de las distintas eficiencias para atender sus respectivos reclamos (a menos que se otorguen privilegios a pseudo-empresarios en cuyo caso se contradicen las bases de la sociedad abierta). Este es el sentido por el que el premio Nobel en Economía Friedrich A. Hayek ha resumido la idea en The Constitution of Liberty : “La igualdad de las normas de derecho es el único tipo de igualdad que puede asegurarse sin destruir la libertad”.

Sin entrar en asuntos demasiado técnicos, uno de los aspectos económicos más delicados se refiere al sistema bancario de reserva fraccional manipulado por la banca central que se traduce en que los bancos están de hecho en estado de insolvencia permanente, lo cual se pone en evidencia cada vez que ocurre un cambio en la demanda de dinero. Esto debe modificarse con urgencia en lugar de insistir en los inconducentes Acuerdos de Basilea (uno, dos y tres) cuyos gruesos errores se ponen en evidencia en detalle en el ensayo en colaboración de Kevin Down, Martin Hutchinson, Simon Ashby y James Hinchliffe titulado “Capital Inadequacies, the Dismal Failure of the Basel Regime of Bank Regulation” (Policy Analyisis, Washington DC, Cato Institute, No. 681, 2011).

Pero la crisis global es antes que nada consecuencia de un grave problema ético, puesto que de eso se trata cuando no se respetan los proyectos de vida de quienes no lesionan derechos de otros. En todo se ha metido el aparato de la fuerza del Leviatán. Hasta los llamados “moderados” aceptan esa insolente intromisión. Frente a cualquier problema se sugiere que se dicte una ley con lo que no se dejan resquicios para la libre disposición de la vida y la hacienda de cada cual. Los colegios y las universidades están plagadas de textos en los que de una u otra manera se cantan loas al apretujamiento del individuo hasta convertirlo en una caricatura humana que se asemeja más al rebaño servil y dúctil por las resoluciones siempre crecientes de gobiernos cada vez más voraces y adiposos.

En este sentido, la situación es como la describe Tocqueville: “aquellos lugares en los que primó un gran progreso moral y material, tienden a dar eso por sentado” y ese es el momento fatal puesto que la libertad requiere —exige— que se conozcan sus fundamentos y se los difunda, de lo contrario se revierten esos valores y principios sobre los que se edifica la sociedad abierta y el derrumbe es seguro. Como tantas veces hemos insistido, todos estamos interesados en que se nos respete, independientemente de cuales sean nuestras inclinaciones y actividades, por ende, todos tenemos la obligación moral de contribuir a  mantener el edificio de la libertad y el consecuente respeto recíproco. Si solo se declama pero no se hace algo cotidianamente, el resultado está a la vista, esta es la explicación de la decadencia, a diferencia de lo que hacen los gramscianos quines trabajan a diario en el estudio y la difusión de su ideario autoritario.

Para oponerse a esta maldición recurrente se necesita honestidad intelectual y coraje moral. Es indispensable “barajar y dar de nuevo” en el sentido de reconsiderar los crímenes —en sentido figurado y literal— que ha comedido el monopolio de la fuerza, el agente teóricamente encargado de velar por nuestro derechos que los ha conculcado a mansalva, sin piedad para nadie que se pretenda interponer al barrido de las libertades de las personas. Tal como previó Hamlet en la quinta escena del primer acto, estamos “fuera de quicio” y, por eso, en la tercera escena del quinto acto ofrece la solución al enfatizar que “las enfermedades que crecen drásticamente, deben ser curadas con medidas drásticas, o no serán curadas en absoluto” (lo cual ya había anticipado en su tan reiterada y poco comprendida respuesta al “ser o no ser”).

Por ahora, si nada se hace de fondo para cambiar la situación, seguiremos la tendencia que utilizamos metafóricamente y que Julio Cortázar marca en sentido literal en su “Casa tomada”: estamos en retirada, mientras los intrusos e invasores al mundo civilizado agrandan exponencialmente sus posiciones en nuestro  propio territorio (esto dicho a pesar de las tenebrosas e inaceptables simpatías del autor del cuento por la sanguinaria tiranía castrista y su apoyo incondicional al adefesio sandinista).

Ortega y Gasset ha resumido bien el asunto que venimos tratando: “Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización, pero no se preocupa usted por sostener la civilización…se ha fastidiado usted. En un dos por tres se queda usted sin civilización. Un descuido y cuando mira usted en derredor todo se ha volatilizado”. En mi país, la Argentina, hoy es frecuente la cantinela de que “la oposición es un desastre, todos fragmentados y no hacen nada” a lo que suelo responder con escasa dosis de diplomacia “¡que oposición ni oposición! ¿qué haces vos querido?”

Personalmente me he sumado a tantos trabajos que apuntan a revisar y reconstituir las instituciones en muy diversas direcciones, al efecto de permitir que se abran de par en par las ventanas por donde entrará nuevamente el oxígeno vivificador a un mundo que pueda llamarse legítimamente libre y digno. Esto justificará nuestra existencia frente a nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, para que nunca puedan decir que no intentamos trasmitirles un ámbito decente en el que puedan vivir sus vidas en plenitud y sin las amenazas y acechanzas del canibalismo de megalómanos incrustados en los pasillos del poder.

* Académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de América (EE.UU.) el 10 de noviembre de 2011.


http://www.elcato.org/crisis-global-barajar-y-dar-de-nuevo


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