La visión funesta adoptada por el Gobierno de la integración ha aislado al país y lo convertido en más dependiente de las importaciones, más endeudado, menos soberano y más débil en el plano internacional, a pesar de la montaña de petrodólares que reparte entre los socios oportunistas que se aprovechan del manirrotismo del caudillo criollo
Los problemas internacionales que confronta el sistema financiero en Europa, los Estados Unidos y algunos países asiáticos, han determinado que el Gobierno vuelva a hablar sobre las nuevas formas de integración que deben producirse en el mundo y acerca de la multipolaridad que conviene construir para evitar la hegemonía de la potencias tradicionales. El movimiento de los “indignados” en distintas naciones del planeta ha propiciado este relanzamiento del tema. Conviene recordar lo que el Presidente de la República entiende por relaciones internacionales. Comencemos por El ALBA.
Esta fue la opción que el régimen propuso frente al ALCA. Su fracaso en el plano económico ha sido un rotundo. Solo ha servido para que los recursos que deberían invertirse dentro del país, se malgasten en otras naciones a través del financiamiento de planes alocados. ¿Por qué este fiasco? ¿Por qué el Gobierno no ha logrado aumentar y diversificar sus exportaciones, ni siquiera a los países que ha satelizado, a pesar de ser Venezuela la única potencia financiera de ese disminuido grupo?
La razón fundamental reside en que una economía tan intervenida por el Estado como la nuestra, está incapacitada estructuralmente para integrarse o complementarse con otras economías, ni siquiera con las de gobiernos que comparten el mismo proyecto ideológico y político. Igual ocurrió con los países de Europa Oriental durante la era comunista. Ninguna de las naciones periféricas de la Unión Soviética fue capaz de abrocharse a las otras del bloque o a la URSS, debido a que contaban con economías raquíticas, sin propiedad privada, azotadas por los controles y las regulaciones; es decir, comunistas. Apenas lograban sobrevivir gracias a los subsidios proporcionados por el Kremlin y por la República Democrática Alemana (RDA), que ostentaba el aparato industrial más desarrollado antes de la II Guerra Mundial.
La experiencia enseña que solo pueden acoplarse economías de mercado vigorosas, donde se respetan las leyes de mercado, se estimula la competencia, se fomenta la productividad, existe la división y especialización del trabajo, se aprovechan al máximo las ventajas comparativas y competitivas del país, se respeta el Estado de Derecho y, especialmente, los derechos de propiedad.
El régimen actual, ocupado en construir el socialismo del siglo XXI, cargado de estatismo y colectivismo, confiscaciones y expropiaciones, ha bloqueado toda posibilidad de que Venezuela se convierta en líder de la integración, aun dentro del ALBA. El ensamblaje con otros países ha sido sustituido por una visión perversa de la integración y de las relaciones internacionales. El chavismo entiende por integrarse al resto de la región y al mundo de cinco maneras distintas, todas dañinas para la nación, pues se basan en el derroche de los dólares aportados por el petróleo.
La primera forma consiste en desconocer los acuerdos preexistentes y destruir los grupos que constituidos antes de 1999. Se salió de la Comunidad Andina de Naciones, acabó con el Grupo de los Tres (México, Colombia y Venezuela) y deterioró gravemente las relaciones bilaterales con Colombia, nuestro principal socio comercial, después de USA.
La segunda visión se traduce en importar cantidades ingentes de bienes. La destrucción del aparato económico nacional, sobre todo el agrícola, ha obligado al Gobierno a importar enormes volúmenes de productos. Más de 60% de los alimentos que consumimos provienen del exterior. Lo peor de este cuadro es que esos productos se les compran a empresarios privados que desarrollan sus actividades en ambientes donde se respeta y fomenta la iniciativa particular y donde los controles son escasos. Entre quienes más se han beneficiado de este particular modo de entender la “integración” está Brasil, una de las potencias económicas emergentes más importantes del planeta.
La tercera vía se basa en subsidiar a los países satélites. Mediante esta práctica imperialista se transfieren recursos financieros a los gobiernos protegidos para luego presionarlos, amenazarlos, chantajearlos y someterlos: Bolivia, Ecuador y Nicaragua han sido los más favorecidos (Cuba, que ocupa el primer lugar en este combo pues recibe gratuitamente cien mil barriles diarios de crudo, también forma parte de otra categoría aun más nociva).
El cuarto camino se fundamenta en endeudarse irresponsablemente. La contribución a la multipolaridad se limita a hipotecarse hasta la coronilla con China, y, en menos, con Rusia e Irán.
La quinta categoría de la integración se basa en subordinarse a otros países y renunciar a la soberanía nacional. Esta especial forma de enganche se da con Cuba. A los hermanos Castro se les entregaron la seguridad personal del Presidente de la República, el manejo de las notarías y los registros, la fabricación de las cédulas de identidad, la formación del personal de la FAN. Su bandera ha ondeado en Fuerte Paramacay y ante ella se han cuadrado oficiales venezolanos.
La visión funesta adoptada por el Gobierno de la integración ha aislado al país y lo convertido en más dependiente de las importaciones, más endeudado, menos soberano y más débil en el plano internacional, a pesar de la montaña de petrodólares que reparte entre los socios oportunistas que se aprovechan del manirrotismo del caudillo criollo.
trino.marquez@gmail.com
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