El común denominador de los problemas que actualmente se les presentan a las personas es la insatisfacción o infelicidad, resultado de situaciones humanas no bien resueltas que terminan desubicando, descentrando, sacando de la realidad a los jóvenes y llevándolos a perder el sentido de la vida y la confianza en sí mismos. Esa insatisfacción, casi siempre tiene su origen en los hogares.
El ser humano es por excelencia un sujeto familiar. Si crece en el seno de una familia normal que lo acoge, le prodiga amor, buenos ejemplos o modelos a imitar y cuidados para su desarrollo integral, será un ser equilibrado porque se siente querido, amado y tiene a quien amar.
Si, por el contrario, su hogar es inestable, disfuncional, si en él no encuentra amor, atención, compañía, apoyo, exigencia, y si en vez de ser acogido es rechazado y maltratado, buscará sucedáneos que llenen los espacios afectivos que satisfagan sus necesidades psicológicas de dignidad, seguridad, comunicación.
Su vida estará colmada de frustraciones, traumas, ajustes psicológicos; será incapaz de servir a otros, de entregarse sin condiciones a los demás y el lugar de su descanso será la soledad, vivirá profundamente aislado, solo, sin familia, sin quien lo ame y sin tener a quien amar; se sumirá en la infelicidad, generará violencia, deseos desmesurados de tener; ese será su futuro.
Cuando la familia se degenera o se corrompe, el daño que se le hace a cada hijo es irreparable --no es suficiente toda una existencia para restaurarlo--. Igualmente, la afección de la sociedad es insuperable, porque de la descomposición de la familia surgen todos los tipos de corrupción social: el hombre se vuelve cruel, avaro, ingrato, torpe, olvida su condición de hijo, por eso no sabe amar.
Ser padre es optativo, pero ser hijo es una realidad necesaria. El hijo nunca elige a sus padres, ese es designio divino, luego jamás se debe olvidar la condición de hijo y mucho menos acostumbrarnos a las situaciones familiares actuales.
El error hay que señalarlo, hacerlo ver con respeto, comprensión y cariño, sin herir ni ofender a quien está en el. Hay que luchar para preservar la esencia, la unidad de la familia, hay que respetarla y hacerla respetar dando ejemplo de vida; la felicidad del sujeto humano, el sentido de la vida nace en la familia.
Hay que afrontar con valor, criterio, dignidad y respeto los embates y ataques contra ella, que cada día son más agresivos y denigrantes. Sus enemigos ocupan altos cargos y sin estar facultados para legislar lo hacen con más autoridad y fuerza que los que sí lo están; imponen sus ideas y convicciones sin que nadie les haga frente.
Este es un tópico que se escucha con frecuencia y en el que todo mundo suele estar de acuerdo, pero que la cobardía del silencio concluye con la simple expresión "hay crisis de valores". Lo primero que hay que advertir a los que así reaccionan es que la crisis, antes que ser de los valores, es del sujeto de esos valores, es el hombre actual el que está en crisis, porque con su inteligencia o con su voluntad no puede responder a los interrogantes fundamentales que le plantea la existencia humana: ¿a dónde voy?, ¿qué quiero?, ¿cuál es el sentido de mi vida?
Y al haber perdido el rumbo, al no tener a la vista el fin de su existencia es lógico que los valores, --que son medios para llegar al fin-- se desdibujen. En consecuencia se puede decir que hay crisis de valores porque el hombre está en crisis.
La existencia humana se desenvuelve con celeridad y se orienta hacia la potenciación de la calidad de cada persona, a ella se llega mediante la realización de virtudes y de valores, proceso este que depende de cada quien en particular. Adquirir una virtud o un valor es dotar a la existencia de buenos contenidos, pues la calidad humana se acrecienta en la medida en que la persona adquiere más y mejores contenidos.
(britozenair@gmail.com)
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