Los cambios políticos, económicos y sociales están a la vista. La complejidad de lo que viene requerirá de desafiantes ideas y de un pensamiento continuo. Lo que vamos a enfrentar, lo que ya estamos enfrentando, abarca profundidades que llegan hasta interrogantes sobre el sentido mismo del hombre. Uno de los primeros en planteárselo en estos términos fue Bertrand Russel en su libro ¿Tiene futuro el hombre? Russel andaba preocupado ante la aparición del armamento nuclear y por la Guerra Fría que amenazaba una confrontación destructora, pero sus planteamientos sobre la creación de una conciencia y de un gobierno mundial siguen allí. Las circunstancias se han modificado pero nos hemos encargado de crear nuevos peligros, como el que vemos prácticamente a diario: la ceguera ante un mundo que se acaba y la resistencia al nuevo que emerge.
La política es un campo esencial de acción y dentro de ella la de la filosofía política. Hemos repetido sobre la necesidad de un pensamiento complejo que cambie paradigmas y de nuevas respuestas abarcadoras a las dimensiones actuales del mundo en convulsión. Está claro que esas nuevas formas dependen del hombre y de su transformación, de su inmersión en la aceptación de la idea de un futuro que ya está en nuestras casas y que implican ideas como la unidad en la diversidad, transformación inmediata de los organismos multinacionales hacia la adopción de las nuevas maneras de expresión global, concepción de formas económicas para el desarrollo de lo humano y de muchas más que incluso dejan las estructuras de la organización para hendirse en conceptos sobre la evolución misma de nuestra especie.
Dentro de nuestra contingencia y limitaciones o entendemos que el objetivo es la búsqueda del bien común y la realización de la persona humana o seguiremos al garete, situación propicia para que un futuro no deseado juegue con nuestra suerte. Cuando comenzó el interrogatorio sobre qué podría hacerse con y desde el hombre subió el interrogatorio de qué debe hacerse con la organización social. Siempre está presente la necesidad de nuevas descripciones o como lo he llamado, la perentoriedad de una interrogación ilimitada. Lo que sí es cierto es que todo hombre debe tener que ver con una experiencia intelectual, desde los principios hasta las causas y efectos para hacer de la libertad una nueva reformulación trascendental. Al hombre del siglo XXI le es vital aprender a comprenderse, mucho más que en cualquier otro tiempo, porque más que en cualquier otro tiempo su permanencia no está garantizada.
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