América Latina es un libro abierto para leer, aprender y cambiar. Pero a veces tenemos la impresión de que nuestros países se mueven en un círculo político vicioso: tratando de cambiar, volvemos a los mismos errores del pasado. Luego, vuelta a empezar. ¡Qué importante y escaso es eso de aprender de las experiencias! Sin embargo, hay países que han aprendido del pasado.
Por ejemplo, en la nueva etapa democrática de Chile la población y los dirigentes aprendieron de los graves errores y desviaciones antidemocráticas en tiempos de Allende y de Pinochet. Volvieron los partidos con la firme voluntad de no caer en las equivocaciones de ayer, y lograr acuerdos para alcanzar el desarrollo económico con democracia, libertad y justicia social. También Brasil y Uruguay parecen haber aprendido.Las recientes elecciones del Perú dejaron para la segunda vuelta dos fórmulas presidenciales contaminadas de golpismo autoritario. Cualquiera de las dos alternativas (Ollanta Humala o Keiko Fujimori) significa una grave incógnita para la democracia y el desarrollo del Perú. La primera vuelta hizo imposible la continuación política de una década exitosa con gobiernos distintos pero democráticos. El fujimorismo, a pesar de significativos logros en el pasado, tiene merecidamente en la cárcel a su jefe autoritario, manchado de corrupción y abusos criminales. El militar Humala en un primer momento pretendía imitar al chavismo fracasado de Venezuela.Las fórmulas políticas que coincidían con una continuidad en el modelo económico exitoso en una década con gobernantes distintos, tenían la mitad de los votos del país pero fueron derrotadas por ir divididas en tres candidatos. Ahora, además de lamentar, hay que preguntarse por qué la mayoría, a pesar de la bonanza, busca un cambio con Fujimori o Humala.
No es porque son tontos; ni sólo por la división de los tres candidatos perdedores, con similar proyecto político. Aquí es donde decimos sí, pero no.Sí: se requiere desarrollo económico con sostenido crecimiento del PIB, con fuerte inversión privada nacional e internacional y libre iniciativa empresarial, como ha tenido Perú. No hay futuro para ninguno de nuestros países sin desarrollo económico moderno, y es funesto que se recurra, como en Venezuela y otras naciones, a mitos que bloquean toda sensatez y a modelos estatistas cuyo fracaso está a la vista en todas las latitudes donde se ha intentado. El resultado electoral expresa, en nuestra opinión, que no basta el desarrollo de una economía de mercado con una vigorosa presencia de la empresa privada nacional e internacional, aunque sea necesario. Pero no: no basta esperar sentados el “derramamiento” de bienestar hacia los pobres, que vendrá por desbordamiento de ese crecimiento; es demasiado lento e insuficiente y no llega a muchas personas y regiones del país.
La empresa privada y un Estado de calidad con políticas decididas y vigorosas para fortalecer los sectores y regiones más pobres. No meras ayudas de sobrevivencia que alivien su miseria, sino desatar y potenciar sus talentos y sus ocultas capacidades.
No hacemos esta lectura para dar lecciones al Perú, sino aprender para nuestro país. No volver a repetir los errores de un izquierdismo inviable y fracasado, ni de un liberalismo unidimensional y carente de visión integral e inclusiva. Los demócratas venezolanos debemos tener clara la siembra convincente de cultura de solidaridad y de inclusión, con iniciativa privada y pública apoyándose para generar riqueza y empleo. Al mismo tiempo es indispensable un Estado con autoridad e instituciones públicas democráticas con eficiencia y transparencia, y no cuevas de ladrones. Pero todavía no basta para que los pobres secularmente excluidos sientan de verdad que la Empresa y el Estado les benefician y les ofrecen oportunidades a su alcance.
Hay que apostar a fondo con políticas públicas enfocadas en educación, salud, vivienda y empleo, que les favorezcan más que a otros sectores que ya se valen por sí mismos; se trata de ponerlos al mismo nivel de oportunidades.
En Venezuela los demócratas tenemos menos de un año para levantar esta bandera con persuasión y entusiasmar a las mayorías. Con la misma claridad, vigor y evidencia debemos mostrar que el modelo actual lleva al suicidio, a pesar de las abundantes limosnas petroleras.
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