Puede que a último momento los políticos norteamericanos decidan que, pensándolo bien, no les convendría que el gobierno de su país cayera en default, aunque sólo se tratara de uno virtual puesto que a pesar de los muchos problemas económicos Estados Unidos aún cuenta con los recursos financieros necesarios para continuar saldando sus deudas. Pero también es factible que el gobierno demócrata del presidente Barack Obama por un lado y los legisladores republicanos por el otro no lleguen a un acuerdo sobre el techo de endeudamiento permitido antes del 2 de agosto y que, como resultado, el país más rico de la Tierra declare la suspensión de pagos, lo que, entre otras cosas, significaría que, además de molestar a los acreedores extranjeros, dejare de enviar a muchos jubilados los cheques habituales. Aunque Obama y sus simpatizantes han advertido que las consecuencias de un default serían catastróficas, los republicanos que insisten en que el endeudamiento ha aumentado tanto que es necesario poner límites ya y que hacer subir los impuestos –el remedio preferido por el gobierno– sería contraproducente se han resistido a ceder. Parecería que lo único que los haría cambiar de opinión sería saber que con toda probabilidad la mayoría de sus compatriotas los culparía por las dificultades resultantes.
RULETA RUSA |
De todos modos, pase lo que pasare en las menos de dos semanas que nos separan del 2 de agosto, la lucha en torno al límite de endeudamiento permitido por el Congreso al gobierno norteamericano continuará por mucho tiempo más. La terquedad de los legisladores republicanos se debe no sólo a su voluntad de poner en apuros a Obama sino también a la convicción de que sería suicida que Estados Unidos siguiera acumulando deudas cada vez más gigantescas y que por lo tanto hay que tomar ya medidas drásticas para recortar el gasto público. En cambio los demócratas se aferran a la idea de que, para reactivar una economía letárgica, será necesario aplicarle estímulos fiscales que sean todavía mayores que los ya ensayados, apostando a que por fin den pie a una etapa de crecimiento vigoroso que les permita saldar las deudas pendientes con facilidad relativa.
En la Unión Europea un debate muy similar fue ganado por los partidarios de la austeridad, razón por la que en los países que la conforman están poniéndose en marcha ajustes muy severos. Pero los encargados de la política económica del gobierno de Obama creen que la austeridad prematura sólo serviría para demorar la eventual recuperación, además de ocasionarle costos políticos abultados, motivo por el que se han negado a procurar emular a los europeos. Por desgracia, no hay forma de decidir cuál de los dos bandos en pugna está en lo cierto. Aunque la mayoría de los economistas propende a creer en la necesidad de alcanzar un equilibrio antes de que sea demasiado tarde, otros, incluyendo a los premios Nobel Paul Krugman y Joseph Stiglitz, se afirman convencidos de los méritos de los programas "keynesianos" porque a su juicio la alternativa sería llamativamente peor. Asimismo, mientras que en Estados Unidos el impacto de los "paquetes de estímulo" colosales confeccionados por la administración de Obama ha sido decepcionante, en Europa las medidas de austeridad que han elegido tantos gobiernos han provocado la resistencia de amplios sectores sociales y, de todos modos, no han servido para tranquilizar a los mercados, de suerte que los comprometidos con sendas estrategias pueden señalar que la experiencia reciente reivindica su propia postura. Irónicamente, en Europa la opinión pública siempre ha sido propensa a aprobar un nivel muy alto de gasto público, a diferencia de la norteamericana que se le opone por temor al estatismo exagerado, pero en la actualidad los gobiernos europeos están haciendo gala de actitudes "neoliberales" consideradas como norteamericanas y el encabezado por Obama ha optado por una estrategia que, según sus críticos, es típicamente europea. Sea como fuere, no cabe duda de que la magnitud de la deuda pública se ha convertido en el problema económico, y por lo tanto político y social, más apremiante de los países ricos y que en los años próximos habrá muchas batallas como la que, para alarma del resto del mundo, están librando los demócratas y republicanos norteamericanos.
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