Cuando uno sabe que un familiar, o un buen amigo, está pasando por una delicada situación de salud, o, incluso, cuando se entera de que un individuo a quien no conoce personalmente sino sólo a través de los medios, se encuentra en esas condiciones adversas, uno no puede menos que sentir compasión hacia él y desearle, de todo corazón, una pronta recuperación. Además, día tras día, uno se preocupa de seguir de cerca la evolución de su enfermedad y se alegra cuando la situación tiende a mejorar, o se entristece cuando las cosas empeoran. Sucede también que cuando un jefe de Estado sufre algún serio percance de salud, los valores de los Bonos y Papeles emitidos por la Nación que gobierna tiendan a desplomarse ante la incertidumbre de desconocer qué sucedería si dicho gobernante tuviera que dejar sus atributos de mando antes de lo esperado.
Traigo a colación estas reflexiones, Hugo Rafael, debido al estado de salud en que te encuentras ya que, aunque nadie sabe a ciencia cierta cuál es la gravedad del mismo, tu comportamiento permite inferir que es más grave de lo que intentas aparentar. Y la mejor confirmación de esa gravedad se deriva del hecho de que, a pesar de lo que te gusta figurar y hacerte sentir en medio de tus pares y de tu pueblo, suprimiste la Cumbre de Unasur donde todos los presidentes de Latinoamérica iban a rendirte pleitesía, y tampoco estuviste presidiendo el desfile del Día de la Independencia renunciando a las aclamaciones y vítores de esa gran masa de gente a quien calificas como “mi pueblo”.
Pero más grave aún que la precaria condición que estás viviendo, es el hecho de que, a medida que llegaban de Cuba las informaciones y especulaciones sobre tu salud, una gran mayoría de venezolanos, de esos seres que dices gobernar, se sumían en una grata complacencia pensando que, al parecer, ¡por fin!, estabas de partida. Pero la cosa no quedaba a nivel interno pues resulta que los valores de los Bonos y Papeles emitidos por la República de Venezuela mostraron un alza significativa en las Bolsas europeas y estadounidenses; es decir, todo sucedió al revés de lo humanamente esperado.
Es por todo eso, Hugo Rafael, que, al igual que la deteriorada salud de un ser querido o la de un buen amigo, tu estado de salud inspira compasión. Como también la inspira la denuncia, acusación y condena a treinta años de prisión que, en diez minutos de uno de tus programas domingueros, decretaste contra la jueza Afiuni; o contra los comisarios Vivas, Forero, y Simonovis, y contra los nueve policías que estaban a sus órdenes el 11 de abril de 2002 evitando que tus sicarios aumentaran el número de víctimas mortales; o contra Peña Esclusa; o contra los veintidós mil expulsados de PDVSA. Y crece aún más esa compasión cuando el cáncer se está llevando en la prisión a Afiuni, a Forero y a Peña Esclusa sin posibilidad de ser atendidos médicamente porque tú así lo decidiste. Como ves, Hugo Rafael, dos diferentes estilos de compasión donde, mientras uno causa sufrimiento, el otro genera cierto grado de satisfacción y esperanza por lo que te pueda deparar el futuro.
Por eso, Hugo Rafael, si deseas que tu recuerdo lo recoja para bien la historia reciente, antes de que te vayas caracoleando sobre tu caballo en busca de Maisanta, procura enderezar entuertos para que la sensibilidad de ese pueblo que crees que muere por ti, te recuerde, al menos, por tu generosidad de farolillo rojo del furgón de cola.
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