De los estudiosos del poder gubernamental y político surgen teorías a cada rato. Es un tema de nunca acabar. Así, a partir del siglo XIX se entronizó la teoría del cuarto poder referido al periodismo, por su impacto e influencia en la comunidad.. En Venezuela se ha sido dicho que quien tiene la información tiene el poder, con lo que se consolida el imperio de los comunicadores que atacan o defienden, llamando a discusión.
Ya no se discute si los periodistas influyen en la toma de decisiones sino quién influye más. Quién le habla al oído al mandatario de turno, quiénes son el centro de atención por sus escritos de apoyo o de oposición que inflan las ventas del medio para el cual trabajan son los cacaos del periodismo, los mandamases, que a veces asumen una postura pública de fingida humildad a sabiendas que manejan los hilos del poder.
La historia nos trae ejemplos de casos en los que el periodista incurre en el peor de los defectos, la vanidad y por ello llega al desprestigio de los contrarios para ser incondicional al partido de gobierno o al presidente, y siguiendo un impulso de superioridad que confunde con independencia se lanza a informar u opinar en contra de los intereses de sus patronos, provocando su defenestración.
Porque no nos digamos mentiras, los conglomerados económicos manejan los periódicos y emisoras, y con ello logran acallar las voces disidentes y encaminar la opinión hacia lo que quiere que diga el gobierno. En los tiempos que corren los medios de comunicación gubernamentales se han convertido en jueces, como punto de cierre de un círculo diabólico que nace en el ejecutivo y subsume al legislativo, para que las cosas no cambien. Se advierte un incesante ataque a las altas cortes, magnificando cualquier desliz verbal o conducta humana medianamente reprochable, con el propósito de someter a la justicia.
El papel de jueces se advierte en la condena por anticipado a aquél contra el cual se inicia una indagación preliminar. Ahora que, para eliminar la posibilidad de una demanda indemnizatoria o de un denuncio por calumnia e injuria, acuden al expediente de usar los términos “presunto” o “supuesto”, creyendo paliar los efectos del barullo que arman en la titulación o en el contenido de la noticia.
Por el contrario, cuando la investigación compromete a alguien cercano a sus afectos, a su partido o a su conchupancia política la omiten, o, en el mejor de los casos, la minimizan, llevándola a una sección poco leída o escuchada. Ser independiente no consiste en mostrarse desvergonzado, altanero o provocador, sino en buscar la verdad a toda costa y defenderla. Eso acrecienta la dignidad del ser humano que escribe y denuncia y hace grande al comunicador social, a los articulistas y columnistas de opinión.
En cambio, ser tendenciosos como lo son los medios del gobierno tanto televisivos como impresos, por conveniencia o por mandato superior, disminuye la credibilidad en ellos. Obtener reconocimientos públicos es el secreto mejor guardado de los comunicadores. Afirman no aspirar a ninguno pero se mueren por ellos. De hecho, ningún galardonado expresa en el momento de recibir su trofeo que lo tiene merecido.
Todos emplean la fórmula casi sacramental de decir “gracias por este inmerecido reconocimiento”. No hay que hacerse mala sangre por ello, forma parte de los lugares comunes socialmente aceptados. Estas reflexiones que hoy aquí hago, son aplicables de igual manera a las empresas periodísticas. Irán al fracaso si usan este poder en provecho personal o como plataforma de lanzamiento hacia otros destinos como los politiqueros. Podrán tener muchos lectores u oyentes, gozarán de muy buena pauta publicitaria, pero se hundirán finalmente por falta de credibilidad.
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