Cierta tradición política denomina conservadores a los que están alineados a la derecha, en ese discutible y vetusto formato que pretende definir ideologías, sin demasiado sentido.
Quienes utilizan esta terminología, la más de las veces, lo hacen de modo despectivo, intentando asignarle peyorativamente a dicho vocablo, una vinculación con ideas del pasado.
Habrá que decir que CONSERVAR es una actitud, que solo detentan aquellos que procuran que nada cambie, que todo siga igual. En realidad, un conservador es alguien que desea que el rumbo no se modifique, que el sendero iniciado continúe de la mano de las viejas prácticas.
Ser conservador implica una postura ante los hechos, y no una mirada ideológica específica. En definitiva, en la Cuba comunista ser conservador sería algo bastante diferente a lo que la acepción cotidiana indica.
Por eso, resulta paradójico observar como determinados sectores de la política, utilizan este concepto de un modo crítico, cuando en realidad muchas veces, esa acepción los describe a ellos mismos.
Y en esa línea, vale la pena recordar que vivimos, hace décadas, una interminable continuidad en la que pocos se animan a modificar rumbos, en todo caso, se han perfeccionado, mostrando la peor cara del pasado.
La sociedad evoluciona, pero solo por sus mecanismos naturales, por las fuerzas espontaneas que avanzan, pese a los escollos que propone el más duro estilo conservador, ese que no se decide a modificar ni una coma.
La política contemporánea, hace como que hace, simula revoluciones, propone rimbombantes ideas, promete ambiciosos planes, pero solo milita en la cobardía crónica, porque cuando del fondo de la cuestión se trata, queda siempre a mitad de camino y vuelve invariablemente a las fuentes.
Cualquier diccionario que se precie de cierta seriedad, dirá que ser conservador implica ser partidario de la continuidad de las formas y adverso a los cambios bruscos. Esta descripción se ajusta a muchos políticos y a casi todo el arco partidario. Son pocos los trasgresores, los que se atreven siquiera a proponer algo demasiado diferente.
Con solo una mirada superficial, es posible darse cuenta que los aspectos que están en manos del Estado siguen su dirección de rutina. La seguridad recorre un camino sin retorno. Cada vez mas presupuestos, poco ingenio, una demanda creciente por parte de la sociedad y soluciones ausentes. Las estructuras siguen siendo las mismas de siempre. La política solo propone lo habitual, más recursos, mucho esfuerzo, mega estrategias, pero los resultados están a la vista, y hay poco que decir en su favor.
La justicia solo parece ensayar mecanismos que la hacen cada vez menos independiente. Se cuestiona su eficiencia y muchas veces hasta su imparcialidad. Pero las soluciones propuestas, las grandes reformas al sistema siguen ausentes. Todos plantean más de lo mismo. Las formulas repetidas que ya conocemos que siguen la predecible línea de la obviedad.
Inclusive en asuntos en los que el Estado podría no estar presente, como la salud y la educación, no solo nada cambia sino que se profundiza esa crisis, ya sistémica a estas alturas, que empeora lo actual, nos aleja de la salida para solo destinar más dinero a lo que ya sabemos ineficiente, insuficiente y fundamentalmente inviable.
Ni hablar de la corrupción, los privilegios, y el arsenal de problemas endémicos que nos describen como sociedad, de forma cotidiana. Esa lista tampoco merece que nadie se ocupe de ella con seriedad, por lo tanto forma parte también de la lista a CONSERVAR.
Son demasiadas las pruebas que disponemos para seguir perseverando con recetas ya conocidas. Sin embargo buena parte de la oferta partidaria solo nos ofrece insistir con el pasado, profundizar estrategias ya fracasadas, vendernos ilusiones. Pretenden que la sociedad termine creyendo que solo se trata de una mejor administración, de una gestión más inteligente, sin comprender que los problemas permanentes que padecemos tienen que ver con empecinarse en perimidos paradigmas que no explican de modo adecuado el comportamiento social de este siglo.
El miedo a la libertad parece paralizarnos y entonces preferimos seguir apelando a los matices, a las tonalidades, a pequeños giros que no modifican el escenario actual, para ofrecernos esperanza, con el inconveniente adicional de solo renovar la frustración.
En cada tropiezo, en cada oportunidad, los ciudadanos vamos perdiendo la fe, y con ella, nos abalanzamos sobre la política con desprecio, al sentirnos defraudados, engañados, estafados. Y eso tampoco es bueno.
Se trata de paradigmas equivocados, de ofertas políticas que nos plantean soluciones parecidas, senderos ya transitados, tácticas que ya hemos utilizado en el pasado, y que han sido una secuencia de decepciones.
Tal vez debamos romper viejos esquemas, animarnos al cambio en serio, con mayúsculas, abandonar los temores a lo políticamente incorrecto. Este círculo vicioso que estamos transitando no nos sacará del pozo, muy por el contrario, seguirá hundiéndonos en él, porque solo probamos más de lo mismo. Pero para ello, habrá que entender primero que la retorica anticuada que intenta describir a los conservadores como algo vinculado al pasado, es cada vez más autobiográfica, porque ese término se aplica con más contundencia a quienes les viene tocando en suerte gobernar, los de ahora y los de antes, los oficialistas, y los que dicen ser opositores. En definitiva, se trata de una expresión más de la dinastía de los conservadores.
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
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