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miércoles, 18 de mayo de 2011

TRIBUNA LIBERTARIA. COMPENDIO OPINÁTICO. RAUL AMIEL. 18/05/11. OPINIONES DE WENDY MCELROY, ARMANDO RIBAS Y ALEJANDRO ALLE

"Los hombres son tan simples y unidos a la necesidad, que siempre el que quiera engañar encontrará a quien le permita ser engañado." .- Nicolás Maquiavelo

1.- PUEDE PASAR EN CUALQUIER LUGAR. WENDY MCELROY
2.- MARX NO TENÍA RAZÓN. ARMANDO RIBAS
3.- CUANDO SOBRAN LOS VERSUS..., Y LOS VERSOS. ALEJANDRO ALLE

La Fuerza de la esperanza se mueve. Esfuérzate, anímate y trabaja. Por la restauración moral de la República, ¡a la carga!. Solo faltan 602 días, cuenta regresiva inexorable. Artículo 231. Constitución de 1999. El nuevo Presidente tomará posesión el 10/01 del primer año de su período constitucional.- @raulamiel

PUEDE PASAR EN CUALQUIER LUGAR. WENDY MCELROY

Historia de un alemán son unas fascinantes memorias escritas por el periodista alemán Sebastian Haffner (pseudónimo de Raimund Pretzel) poco después de emigrar de Alemania a Inglaterra con su esposa judía en 1938. En él Haffner explora una pregunta similar a la que me ha perseguido desde el 11-S. Examina cómo una nación altamente culturizada y civilizada puede caer tan rápidamente en el bárbaro totalitarismo del gobierno nazi. Mi versión de esta pregunta es: ¿cómo pudo Estados Unidos, una nación con profundas raíces en la libertad individual, caer tan rápidamente en un estado policial?

No hay ningún misterio alrededor de los motivos de políticos ambiciosos o de sus lacayos, como los burócratas, pero un giro abrupto de la sociedad requiere a aceptación o aquiescencia de una mayoría de la gente que no es ninguno de ambos. La clave para la explicación de la Alemania nazi y los Estados Unidos actuales es la constante y profunda remodelación de las instituciones de la sociedad, del sistema escolar a la aplicación de la ley, de los tribunales a los hospitales. Las instituciones empiezan a expresar una visión distinta de la sociedad: por ejemplo, en lugar de expresar el estado de derecho y la protección al proceso debido, los tribunales han llegado a encarnar lo contrario.

En un ensayo publicado por primera vez en Modern Age (Invierno de 1980), Murray Rothbard explicaba elegantemente la importancia de este lento pero profundo cambio dentro de las instituciones. Los seres humanos nos nacen ni buenos ni malos, argumentaban, sino con capacidad para amabas cosas. Por tanto es esencial “para las instituciones animar a lo bueno y desanimar a lo malo”. Es un tema recurrente dentro de la defensa del anarquismo de Rothbard.

El estado es la única institución que puede usar los ingresos de su robo organizado [impuestos] para pretender controlar y regular las vidas y propiedades de la gente. Por tanto, la institución del estado establece un canal socialmente legitimado y santificado para que la mala gente haga malas cosas.

Por el contrario, una “sociedad libre” no establece un “canal para el robo y la tiranía” legítimo. Por el contrario “desanima las tendencias criminales de la naturaleza humana y anima al pacífico y el voluntario”. Así que en la medida en que las instituciones o la infraestructura social de una sociedad personifiquen la libertad y no el control del estado, en esa medida se maximizará “la armonía y los beneficios mutuos de los intercambios interpersonales voluntarios”.

Desde el 11-S un cambio radical en las instituciones de Estados Unidos nos ha llevado cada vez más lejos de la libertad individual y hacia el control del estado. Tal vez ningún cambio institucional encarne el cambio más claramente que la militarización de la aplicación de l ley a todos los niveles. El individuo medio es tratado ahora como un sospechoso criminal en aeropuertos, a la entrada de edificios públicos, en el creciente requisito de identificación y durante el ejercicio los llamados derechos garantizados, como el de reunión pacífica y portar armas: la aplicación de la ley ahora trata a la gente casi como combatientes enemigos.

Con el tiempo, el comportamiento alentado por las instituciones se convierte en un rasgo del carácter no solo de los individuos, sino asimismo de la propia sociedad. Y así una sociedad adquiere un aire cerrado en lugar de abierto; se insensibiliza ante la brutalidad, teme el disenso y se hace hostil al “otro”. Recompensada por las autoridades, la gente llega a ver el espionaje de sus vecinos como una obligación cívica.

Lo anterior rasca la superficie de “cómo” una sociedad se convierte en un estado totalitario. No explica el “por qué”. ¿Por qué los cultos alemanes o los rudos estadounidenses se quedan parados y contemplan la aparición del totalitarismo?

Una explicación común es que no se dieron cuenta. Salvo que conozcan bien la historia, los acostumbrados a la libertad o el civismo pueden ser alegremente inconscientes de mecanismos como el proceso debido: son quienes viven sin esas “sutilezas legales” los que saben bien que los equivalentes al habeas corpus son protecciones de las que dependerá la vida o muerte de gente inocente.

Muchos de los que sí se dieron cuenta rechazaban creer que su libertad se deterioraría más allá de cierto punto. En Historia de un alemán, Haffner señala cómo sus educados colegas ridiculizaban constantemente los nazis como algo pasajero. He escuchado casi lo mismo a colegas en Estados Unidos que rechazan el aumento del totalitarismo con las palabras: “¡Pero esto es América! No puede pasar aquí”.

Algunos otros que se dan cuenta son convencidos con tácticas de atemorización de las autoridades de que es necesario renunciar a derechos para garantizar la continuidad de su comodidad y seguridad. En Alemania, la crisis que se explotó fue la devastación causada por las cláusulas punitivas de Tratado de Versalles tras la Primera Guerra Mundial. La aparición del socialismo y la presencia del “otro”, especialmente los judíos, fueron usadas tanto para generar enojo contra un enemigo común como para atemorizar a la gente para su sumisión.

En Estados Unidos, la lenta crisis es la guerra contra el terrorismo realizada al producirse el 11-S: el extremismo islámico y cualquiera que trate de pasar la frontera son las amenazas.

Haffner también habla de la “continuación automática de la vida diaria que dificultaba cualquier reacción rápida y fuerte contra el horror” de Hitler. También esto puede ser aplicable a muchos estadounidenses, que ven diariamente la erosión de la libertad. Sin embargo, como se levantan en sus hogares, comen los mismos cereales en el desayuno, realizan el mismo trabajo aburrido al que llegan siguiendo rutas familiares, tienen una sensación de que todo es como siempre ha sido. El hecho de que la estructura legal, las protecciones políticas y otras instituciones que salvaguardaban sus libertades estén desapareciendo no algo tan real como sus rutinas diarias.

En una crítica de 2002 a Historia de un alemán, Steven Martinovich comentaba: “El proceso [de estatismo] fue tan lento que uno casi podría entender cómo un día los alemanes andaban por las calles como miembros de una tambaleante democracia y al siguiente eran prisioneros. (…) Entre estos dos días, Alemania [Haffner] creció en ambos figuradamente y desapareció literalmente”.

Estados Unidos está desapareciendo día a día. Espero fervientemente que su desaparición esté en el horizonte y no ya en el pasado, porque si ún no ha llegado, los que la advertimos aún podemos reclamar una nación que fue una vez tan libre como culta fue Alemania.

MARX NO TENÍA RAZÓN. ARMANDO RIBAS

Recientemente Terry Eagleton publicó un libro cuyo título es “Why Marx was Right” (Porqué Marx estaba en lo cierto). Por supuesto no he leído el libro, pero en una nota publicada por el autor parece expresar las conclusiones a las que habría arribado en la obra completa. En primer lugar señala que Marx “despreciaba la idea de que el socialismo pudiera arraigarse en sociedades desesperadamente pobres y atrasadas como Rusia y China”. Por supuesto en su errada predicción había supuesto que la razón en la historia, a través de la dialéctica hegeliana, modificada ad hoc pasaba de la lucha de los estados a la lucha de clases, que habría de producir el enfrentamiento de la clase obrera con la burguesía. Y ésta desaparecería bajo la égida de la dictadura del proletariado que se encargaría “de expropiar a los expropiadores”(SIC). Así se alcanzaría el nirvana comunista de la libertad como la superación de la escasez, y del antagonismo. Consecuentemente, se vendría el fin de la historia.

Esta, a mi juicio, estúpida predicción se cumplimenta en sus escritos sobre la Ideología Alemana. Allí partiendo de la idea absurda de que se eliminaría la división del trabajo existente en la sociedad capitalista, en la sociedad comunista nadie tendría una esfera exclusiva de actividad. Consecuentemente cada uno puede satisfacerse en cada rama que desee, y la sociedad regula la producción general, y puede hacer posible para mí hacer una cosa hoy y otra mañana…” (SIC) Como podemos ver a través de la historia esa estúpida predicción jamás se cumplió, entre otras razones precisamente porque la teoría de la anarquía es inconsecuente con la naturaleza humana.

Quien primeramente rechazó la predicción marxista de la Revolución proletaria fue Eduard Bernstein quien en 1899 escribió “Las Precondiciones del Socialismo”. Allí discutiendo a Marx también comenzó con un principio equívoco de que el socialismo era el heredero legítimo del liberalismo y que no había ningún pensamiento liberal que no perteneciera igualmente a los elementos de las ideas del socialismo. En este presupuesto se exageraba la falacia de la social democracia, y se ignora que el socialismo y el liberalismo parten de dos concepciones diametralmente opuestas respecto a la naturaleza humana. En tanto que el socialismo pretende la creación de un hombre nuevo, de conformidad con el pensamiento de Rousseau, el liberalismo parte de la naturaleza humana tal cual es, y es precisamente el sistema político el que determina el comportamiento de conformidad con el concepto mismo de justicia. O sea el respeto por los derechos individuales.

Bernstein en sus discusiones con Lenin, ignora, que para el heredero supuesto del pensamiento de Marx en Rusia, el objetivo de éste era como había sido históricamente la búsqueda del poder político absoluto, y la revolución era el medio. Como bien había señalado Tocqueville: “El socialismo y la concentración de poder son frutos del mismo suelo”. Y es en función de la realidad de la naturaleza humana que la predicción marxista de la anarquía, se convierte en la social democracia en el retorno a la presunción hegeliana de que la burocracia representa los intereses generales frente a la concupiscencia de las corporaciones. O sea frente al interés particular.

Bernstein siguiendo con el pensamiento de Rousseau y de Kant sostiene que el socialismo llegaría no a través de la revolución como había predicho Marx, sino de la democracia, o sea el sufragio universal. Consiguientemente sostiene que “en la democracia los partidos y las clases que la componen rápidamente aprenden a reconocer los limites del poder…”. Nada más falaz que esa predicción, que parte del supuesto de que el bien común es conocido por todos y nadie se hace daño a sí mismo. Por tanto sostiene que a la sociedad le es indiferente si además de las corporaciones y las empresas públicas existen empresas privadas, que con el tiempo se convertirían en cooperativas. Esa es la realidad que enfrenta hoy la Unión Europea, donde prevalece la regla de las mayorías y se ignora el Rule of Law que implica definitivamente que las mayorías no tienen el derecho de violar los derechos de los individuos.

Evidentemente el Sr. Eagleton, fue quien no entendió a Marx. Para Marx el socialismo implicaba en última instancia la destrucción del sistema que llamó capitalismo, precisamente para descalificarlo éticamente a partir de las falaces tesis de la explotación y la alienación. Y siguiendo con ese pensamiento señala que Marx se pregunta ¿Cuáles son los mecanismos por los que la opulencia de una minoría puede engendrar penurias e indignidad para mucho? Esa supuesta pregunta es de hecho una falsa afirmación. Jamás los trabajadores vivieron mejor relativamente que cuando comenzó el sistema capitalista. Como bien dice Ayn Rand “El capitalismo no inventó la pobreza, la heredó”.

Otra afirmación del Sr. Eagleton, implica asimismo otra falsedad y es cuando dice que “ningún documento prodiga elogios tan floridos a ese poderoso logro histórico como el Manifiesto Comunista, ni siquiera el Wall Street Journal”. Evidentemente no leyó el documento, pues si bien reconoce la creación de riqueza por parte de la burguesía, no deja de descalificarla como tal, y su propósito es que desaparezca bajo la dictadura del Proletariado. Tanto así que dice Marx expresamente en el Manifiesto: “La abolición de la individualidad burguesa, la independencia burguesa, y la libertad burguesa es indudablemente el objetivo”. La teoría del comunismo puede ser sintetizada en una simple sentencia: “La abolición de la propiedad privada”.

Pero a mayor abundamiento en su crítica al capitalismo Marx señala: “El trabajador moderno, por el contrario, en lugar de subir con el progreso de la industria, se hunde más profunda y más profundamente debajo de las condiciones de existencia de su clase”. No creo que este comentario constituya un elogio al sistema capitalista. Inclusive acusa a los burgueses de ver a sus esposas como meros instrumentos de producción. Cada vez más elogioso.

Bien; aquí termino por el momento mi crítica a la estupidez sostenida por el Sr. Eagleton. Mi preocupación es precisamente que la caída del Muro de Berlín destruyó la realidad del sistema comunista, tanto como se puede apreciar aparentemente en la China, pero no así la ilusión de su utopía. Y esa utopía que prevalece en la Unión Europea, parecería estarse apropiando de los Estados Unidos. Por supuesto esa utopía embarazada de fascismo prevalece en gran parte de nuestro continente, donde se ignoran los crímenes de Castro que superan los de Osama Bin Laden.

Insisto, no estamos ante la lucha de civilizaciones sino en la lucha por la civilización, que es el logro del prevalecimiento del Rule of Law. Y este principio que representa el respeto por los derechos individuales, tal como señalara Ayn Rand no fue jamás reconocido por los intelectuales europeos. Y nosotros que históricamente hemos sido una farsa de la tragedia europea nos empeñamos en ignorarlos en nombre del bien común, que es la excusa moral para el poder político absoluto. Es importante saber que es lo que estamos discutiendo. Sr. Eagleton, le ruego vuelva a leer a Marx.

CUANDO SOBRAN LOS VERSUS..., Y LOS VERSOS. ALEJANDRO ALLE

Para escarbar en la raíz de los problemas económicos de un país, un primer paso es abandonar esa peregrina pretensión, tan humana como falsa, de suponer que existe algún tipo de "excepcionalidad" en sus fundamentos económicos.

Ni siquiera los Estados Unidos, con la enorme ventaja que les brinda ser emisores de la moneda utilizada como medio de pago para las transacciones internacionales y de vender títulos de deuda que (por ahora...) ostentan una calificación exageradamente alta, escapan a la norma básica que indica que los fundamentos económicos no admiten excepciones.

El tema es abordado en un artículo publicado por The Economist bajo un título que pudiera traducirse como "¿Qué falla en la economía estadounidense?", y que pareciera haber sido escrito no sólo para los Estados Unidos, sino también para otros países. Entre ellos, El Salvador.

Comienza con lo habitual: mencionando que los estadounidenses están disconformes con la evolución económica de su país y con las acciones de sus políticos para mejorarla, para luego citar una encuesta del New York Times/CBS, según la cual el 70% de los consultados opina que las cosas van por mal camino. Y el 60% cree que las acciones gubernamentales en materia económica no están bien enfocadas.

Asimismo, al igual que en tantos otros países, el Congreso se lleva las palmas con un 75% de desaprobación. El mismo panorama que vemos en nuestros humildes arrabales, los ubicados al sur de México. La gente es ingrata en todo el mundo..., murmurarán los inefables políticos vernáculos.

Pero además de comprobar el carácter planetario de la ingratitud popular (según los políticos, claro), el escrito permite reflexionar sobre problemas de enfoque que, sorprendentemente, muestran puntos en común entre los Estados Unidos y El Salvador.

Se destaca, por ejemplo, esa visión cuasi deportiva que, equivocadamente, la costumbre otorga a conceptos tales como la competitividad. Los Estados Unidos, en efecto, se obsesionan con su "competitividad versus China".

El error está en el "versus". Y el problema es que eso ya forma parte del discurso oficial. Como suele ocurrir con las cosas que a la gente le gusta escuchar.

Es cierto que la palabra competitividad tiene una connotación deportiva, por lo que el concepto de "versus" es fácil de vender. Y de comprar.

De todos modos, dado que estamos hablando de economía y no de fútbol, hay que recordar que competitividad es el "conjunto de instituciones, políticas, y factores que determinan el nivel de productividad de un país", pudiendo concluirse, a los efectos prácticos, que competitividad y productividad son sinónimos.

En consecuencia, es un sinsentido aplicar el "versus" porque si una sociedad aumenta su productividad, sin dudas mejorará también el nivel de vida de sus miembros. Independientemente de lo que haga algún otro país. Incluso si se llama China.

No todo es un partido de fútbol, donde si uno gana el otro pierde. No es así como funciona el comercio.

En El Salvador, por su parte, hace unos días pareció reavivarse ese mismo espíritu pseudo deportivo, donde el "versus" se le aplicó a Honduras, como si el portafolio de posibles nuevos emprendimientos fuese una suma cero.

Es decir, como si el supuesto aluvión de inversiones que a la brevedad estaría llegando a Honduras (¡?) fuese a producir un freno a las inversiones que, como consecuencia, ya no llegarían a El Salvador. "Nos comen el mandado", se escuchó. Eso es verso.

Nadie va a dejar de invertir en El Salvador porque haya otra gente que paralelamente lo esté haciendo en Honduras. En todo caso, si dejan de invertir es por otras razones.

En verdad, existiendo las condiciones adecuadas, que no necesariamente implican subsidios o exenciones tributarias, sino seguridad jurídica, combate efectivo a la delincuencia y un buen clima de negocios, los inversionistas vendrán. Y no sólo lo harán para asisitir a elegantes eventos, como el reciente de Honduras.

Hay que comenzar por olvidarse de tantos "versus". Y también de ciertos versos.

Hasta la próxima.


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