El presidente Sarkozy ha convocado en París una especie de cumbre sobre lo cibernético antes que los poderes mundiales económicos se reúnan. El poder de Internet es el tema, sobre el tapete por la revolución árabe y hasta por el M-15 español, lo que nos obliga a algunos recordatorios.
La crisis económica de la hoy hablamos comenzó, sin lugar a dudas, en los años setenta, con tres factores: el bloqueo petrolero a occidente, la internalización del capital y, finalmente, la caída del bloque socialista, todos ayudados por el feroz ataque neoliberal contra el Estado.
El primer factor mostró una cara inédita: la crisis del modelo de crecimiento y acumulación en occidente, con una consecuencia política grave: el Estado de bienestar flaqueaba y la ruptura de las condiciones que permitían el arbitraje de los conflictos en el plano social. El segundo conllevaba a una redistribución del poder que ya no respetaba marcos nacionales: el capital perdía su rostro, se movía en un plano mundial, sin nacionalidad y sin escrúpulos de respeto a los viejos marcos. El tercero mostraba la caída militar, de dominio, de control por parte de los polos en que el mundo venía funcionando. La caída del bloque soviético no dio paso a un mundo unipolar y al fin de la historia, sino a un proceso de confusión donde el imperio norteamericano restante daba sus nuevos pasos militares que no representaban otra cosa que los estertores de una manera de ejercer el poderío económico y militar, hasta llegar a lo que ahora tenemos, esto es, unos Estados Unidos tratando de mantener su influencia en una indefinida actuación colectiva y multilateral. En otras palabras, moría el Estado Tutelar.
En lo económico, como suele suceder, se encuentran las fuentes de variados cambios en la estructura política. La imprevisibilidad de lo económico conduce al Estado a la impotencia, todo debe ser provisional y de ajustes momentáneos, la demanda y la inversión se confundieron con los abusos de una especulación financiera desatada bajo la sin razón y la falta de escrúpulos que llevaron a la más reciente crisis. En este cuadro el Estado-nación ya no sirve para la expansión del capital –internacionalizado por cuenta propia- e impotente para los compromisos sociopolíticos.
Los espacios económicos nacionales se ven cada día más limitados. Si recordamos el traslado de la producción de bienes a sitios con mano de obra barata podremos afirmar que se ha producido una transnacionalización de la producción. Hoy se produce en redes globales lo que conlleva también a una reconfiguración del espacio social. Verifiquemos el retroceso de la hasta ahora llamada clase obrera y la disolución persistente del sindicalismo, a lo que debemos sumar la reducción de la clase media.
El contrato original descrito como base del Estado-nación viene socavado pues cada día el ciudadano no encuentra respuesta en su cesión de derechos a ese ente supra llamado Estado. Ello forma parte de la evidente crisis de las instituciones políticas y del desplome de los llamados “dirigentes”.
Los problemas se han globalizado y ya el Estado-nación no tiene modo de alcanzarlos. El problema de la contaminación, con la destrucción de la capa de ozono; la propagación del terrorismo; del SIDA o de otras virosis; el sistema financiero internacionalizado; el potencial nuclear; el narcotráfico; la pobreza extrema. Problemas todos que han obligado a la creación de organizaciones transnacionales o supranacionales donde la palabra soberanía se ha hecho hueca.
Las instancias locales de poder están a la orden del día. Dentro de esta tendencia se inserta el reclamo de descentralización administrativa, pues cada región quiere manejar sus asuntos, desde los hospitales hasta la policía. Cabe destacar que esta tendencia universal sólo es contrarrestada en países como Venezuela, donde el régimen considera necesario acumular todos los poderes.
La conformación de los bloques regionales altera los sistemas geopolíticos de seguridad global. Las decisiones claves no se toman en el marco del Estado-nación, ni siquiera en continentes como el latinoamericano donde todos los procesos de integración jamás pasan de la fase embrionaria.
Y llegamos al propósito de la cumbre convocada por Sarkozy y al efecto sobre el mundo árabe y sobre España: las nuevas tecnologías de la comunicación. Los ciudadanos lo son cada vez más de otro espacio distinto del propio territorio, lo son del ciberespacio, de un terreno universal donde se forman nuevas redes de intereses y de intercambio cultural que excede con creces los viejos límites.
Ahora se determina y se actúa en términos globales. Ya no hay un espacio territorial propiamente dicho como base de acción. La tendencia es a la desterritorialización. Hoy existen ONG que intervienen en campos específicos en situaciones que ocurren en cualquier lugar del mundo. Ello marca otro tipo de organización que interviene en los procesos globales, pues están integradas por personas que pertenecen a diversas nacionalidades. Ejercen poder en cuanto inciden en modificar situaciones, desde ambientales hasta políticas, desde económicas hasta geoestratégicas. Así, un ciudadano venezolano interviene en la crisis de Birmania junto a un inglés o a un sudafricano, uniendo esfuerzos y recurriendo a la moderna tecnología de la comunicación.
Hay un nuevo modo de ser ciudadano y en él se entremezclan el refugio en lo local con una participación intensa en el destino del planeta todo. En medio queda el Estado-nación, aún superviviente, pero advertido de término de su existencia. Si la construcción del Estado-nación fue un proceso de siglos la formulación jurídica de un Estado global tardará, pero no siglos, gracias a las nuevas tecnologías.
La impotencia del Estado-nación obliga a buscar un envoltorio protector sustitutivo del antiguo contrato de cesión. No es por casualidad que hasta una plaza sea un refugio. Ello implica un renacimiento de las aspiraciones comunitarias ante la consecuencial pérdida de la protección que otorgaba aquél. Es curioso sólo en apariencia: la sacudida española se ha llamado a sí misma en inglés: spanish revolution.
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