En su nombre pueblos enteros han sucumbido hasta perderse en la oscuridad infinita. Extraviaron el rumbo detrás de ilusiones que fueron alimentadas por mentes fermentadas con la maldad de sus corazones. El vocablo revolución fue perdiendo su aureola de redención libertaria; los sediciosos lograron secuestrarla hasta convertirla en trampa jaulas de picaros de ocasión. Robaron su combate histórico en el escenario de los pueblos; transfiguraron la idea del cambio social anhelado para hacerlo estiércol de dictadores ruines y perversos.
Amparados en los procesos reales, sostenemos que no existe una revolución más productiva que la sociedad de oportunidades que ofrece Estados Unidos. Hace sesenta años era imposible ver sentado en el mismo autobús a hombres blancos con sus compatriotas negros; casi formaba parte de un sacrilegio un saludo cordial entre ciudadanos con diferente color de piel. Antes del 15 de abril de 1947 el talento negro no había podido tener acceso al beisbol de grandes ligas, hasta que Jackie Robinson lo hizo con los Dodgers de Brooklyn, en el desaparecido estadio Ebbets Field, de Nueva York, en un partido contra los Bravos de Boston. Este hecho singular en los anales del deporte, abrió las puertas para que muchísimos atletas de de diversas partes del mundo llegaran a grandes ligas. El hecho contribuyó a cambios extraordinarios que se desarrollarían en décadas posteriores. Todos los grupos han logrado rebasar esas odiosas barreras y forjar todo un abanico de posibilidades que nacen con el consentimiento del libre juego democrático. Una verdadera revolución sin asesinar a nadie; sin destruir la libertad individual o los derechos de las minorías.
La historia reciente nos cuenta un episodio trepidante en la lucha por la emancipación. Hace algunos días el presidente norteamericano Barack Obama estuvo de gira por el continente europeo. Un hecho, escasamente destacado por los influyentes medios informativos, nos llamó poderosamente la atención. Fue el discurso del primer mandatario ante el parlamento británico. Por primera vez las cámaras de Los Lores y Los Comunes se unían en el antiguo edificio del Westminster Hall, para escuchar a un presidente norteamericano. Se vistieron como príncipes medievales, se colocaron sus mejores joyas para delirar con el antiguo estudiante negro de un suburbio de Chicago. Solo personajes históricos como: El Papa Juan Pablo II, la Reina Isabel y el líder sudafricano Nelsón Mandela. Habían tenido el honor de dar un discurso con las cámaras en conjunto. Y pensar que quien los deleitaba con su oratoria monumental es un nieto de cocineros kenianos, descendientes de aquellos humildes labriegos de la tribu Lou, que salieron de Sudan por el Nilo blanco hasta llegar a Nyangoma; ellos sembraban los campos y servían a sus amos británicos en las solariegas mansiones, luego iban con su familia a dormir en su chozas de palma. Ahora alguien que genéticamente viajó en el tiempo desde la palma de la choza, hasta el distinguido palacio inglés, les da lecciones a los descendientes de sus antiguos matirizadores.
¿Díganos, si el hecho no es verdaderamente revolucionario? Un hombre que rompiendo todas las barreras étnicas tuvo acceso al estudio hasta lograr ser un aventajado estudiante de Harvard, para posteriormente llegar a ser presidente de la nación más importante del globo terráqueo ¿No es esto la demostración del éxito, del empeño personal acompañado de un sistema de libertades e igualdad de oportunidades que si funciona, en donde millones de ciudadanos crecen sin ser condenados por pensar distinto o tener otro color de piel?
Con todos sus defectos la democracia norteamericana tiene atributos que no poseen los regímenes de la orbita del comunismo. Es cierto que en ellos existe la posibilidad de prosperar, pero perdiendo la libertad; convirtiéndose en un autómata que respalda de manera enfermiza a regímenes oprobiosos. Se suprime el pensamiento individual para que reine la jauría de los canes rabiosos.
Venezuela merece una mención aparte. Aquí padecemos una verdadera pesadilla que anda en doce años de permanente tortura. Han saqueado el país en nombre de una revolución de pillos y malandrines cargados de ansias de sustraerlo todo.
La democracia es la expresión de la libertad. No es el capricho de alguien que quiere pensar por todos, es la respuesta del pensamiento ante la tiranía. En ese juego de las ideologías creemos que la experiencia norteamericana, con todas sus imperfecciones, es muy superior a lo que puede ofrecer el totalitarismo.
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