Alguien dijo que colegios y universidades, como los bikinis, enseñan mucho pero tapan lo principal. La ética, por ejemplo, parece que entró en desuso. Y la malicia se rindió a la necesidad de empleo. A lo que son vulnerables los jóvenes. Y hasta gente inteligente y preparada, con un recorrido académico largo y un ejercicio profesional igual, que se mete en el ocaso de la vida en enredos que terminan por aguarles los años otoñales, que por lógica deben ser los más tranquilos.
Ese fenómeno se da, principalmente, en la política y los negocios, en los que la ambición no se satisface y termina por romper el saco. El poder y la riqueza son alienantes. Quien se sumerge en sus turbulencias no es capaz de salirse, ni quiere hacerlo. Como una gallina amarrada del pescuezo, quien se aferra a sus apetitos jala hasta que se ahorca, pero no afloja. Y hace cualquier cosa por conseguir lo que se propone, sin importarle pasar por encima de cualquier derecho ajeno y sin detenerse en escrúpulos para corromper a quien sea. Con lo que logra pervertir los sistemas, aprovechándose de la ignorancia o la necesidad de los demás. O de la posición dominante, como es el caso de quienes comprometen en ilícitos a sus subalternos, que son los que finalmente enfrentan la justicia, mientras el jefe se sacude las manos y sale indemne
Pero lo que llama la atención es que quien paga el pato, por doloroso que le toque, sigue lamiendo la mano del amo y, distinto al perro, se deja operar una y otra vez. Cómo se explica que un intelectual brillante, con un largo recorrido por el Congreso Nacional, dueño de una apreciable fortuna y de una jugosa pensión, formado en disciplinas jurídicas y de distinguida prosapia, por halagar a un gobernante ambicioso de reelección se brinque por encima de toda legalidad y termine negociando con la justicia la pena menos severa para sus faltas, lo que no borrará el estigma ni concitará la gratitud de nadie.
Porque los beneficiarios de favores conseguidos de esa manera escurren el bulto y dejan a sus amigos colgados de la brocha; y es posible que ni siquiera los vuelvan a saludar. El clientelismo ha pervertido de tal manera los sistemas burocráticos, que los muchachos tienen que hacerse amigos de los políticos, desde los últimos años de carrera, y trabajarles a sus causas, para acceder a un puestico cuando alcancen el anhelado grado. Que es como vender el alma por ingresar a una nómina.
Colegios y universidades tendrán que cambiar su estilo de formar profesionales para la burocracia, e inculcarles a los muchachos valores que los vacunen contra la corrupción, de cuyas consecuencias legales van a ser los trompos pechadores, porque los jefes buscan quién trabaje para sus apetitos y pague sus faltas. Y malicia para no comer cuentos y no firmar cuanto papel les pongan por delante los superiores, después de la palmadita en la espalda o de la invitación a almorzar o a tomarse unos traguitos, que después se les van a indigestar.
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