La operación protectora del pueblo libio encabezada por Francia, Inglaterra y Estados Unidos, con España, Alemania e Italia en guardia solidaria para la acción, está plenamente justificada. Según refieren los cables, el ataque aliado es coordinado desde una base estadounidense ubicada en Alemania y cuenta con el respaldo pleno de la opinión pública internacional. Existía, desde hace algunas semanas, un tímido pero real reclamo, al Consejo de Seguridad de Nacionales Unidas y hasta a la misma Unión Europea, por la lentitud en responder frente al indiscutible genocidio de Muammar Al Gaddafi contra los hombres y mujeres de su nación. Verdaderos héroes que la historia contemporánea registrará como próceres de la liberación de una de las más infames tiranías de que tengamos memoria.
Nos acercamos a un desenlace cuyos detalles son difíciles de pronosticar. Pero estamos convencidos de que ya es demasiado tarde para el dictador. No valdrán los retrocesos retóricos, ni sus incumplidas promesas de cese al fuego o de paralizar cualquier movimiento militar o miliciano. Mucho menos su amenaza de proyectar la guerra sobre todo el Mar Mediterráneo o el anuncio de su potencial alianza con Al-Qaeda contra occidente. Hasta hace poco tiempo responsabilizaba a esta organización de la rebelión popular en su contra. A estas alturas todo indica que el paso decisivo para la normalización democrática de Libia, es la salida del dictador y su familia y de los co-responsables jerarcas del régimen que finaliza. Sólo así podrá haber mediación válida y diálogo constructivo entre los distintos y hasta contradictorios factores que coinciden en la rebelión para alcanzar el propósito señalado.
Durante las semanas transcurridas desde el inicio del conflicto, a la lentitud de los organismos internacionales, ha habido especulaciones infinitas por la calidad y cantidad de intereses en juego. Van desde lo energético hasta lo estrictamente religioso, pasando por la cuantiosa fortuna del dictador, su familia y colaboradores más destacados. Decisiones ambiguas y complacencias lucen imposibles. Al asesino de Libia, le espera la misma suerte de tiranos como Hussein y otros, debidamente ajusticiados. Los tiempos de la impunidad internacional pertenecen al pasado. Tampoco es legítimo arroparse con la bandera de la “soberanía” o de invocar el principio de la no-intervención para evadir el compromiso de normas existentes o resoluciones de las instancias correspondientes.
El drama del pueblo libio también es nuestro. Cuanto sucede en aquella parte del planeta, incluido Egipto, Túnez y las demás realidades convulsionadas, tiene que servir de ejemplo para gobernantes con delirios de liderazgo universal y pretensiones de permanencia eterna. Esos que no vacilan en mentir, en robar y hasta matar, tendrán en el caso Libia una lección imposible de ignorar. ¿Qué estará rondando en la cabeza de los Castro, de Ortega… y de Hugo Chávez?
oalvarezpaz@gmail.com
Lunes, 21 de marzo de 2011
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