Imaginemos un país sin empresas privadas. Estas son las claves: está desabastecido de productos de consumo, incluso los de primera necesidad; los servicios, cuando funcionan, lo hacen muy mal, esos países suelen caracterizarse por constantes apagones y ciudades sumidas en la oscuridad en cuanto cae la noche; naturalmente, el Estado es el único empleador, de manera que impone los salarios e incentivos, así como los mecanismos de ingreso, ascenso y despidos; por si fuera poco, los jefes no llegan a esa posición por sus méritos sino por su velocidad en arrojarse con la lengua presta a las botas de quien corresponda. Sin excepción, es un país donde impera la miseria y su correlato, las mil formas de rebusque humanamente imaginables, con el estraperlo y la prostitución a la cabeza.
Un país sin empresa privada es un país como Cuba. Pobre, acostumbrado a la mendicidad, lleno de pillastres habilísimos para sisar comida o cualquier fruslería.
Un vistazo a este panorama puede contribuir a que los venezolanos valoremos la empresa privada, tradicionalmente poco favorecida por nuestro reconocimiento. Es como si el emprendimiento que trae empleos, riqueza y bienestar no tuviera la nobleza de la refriega bélica o el atractivo del poder político.
Hemos necesitado una década de persecución contra la empresa privada para apreciar en su justo valor el papel que desempeña en la sociedad. Cada cierre de empresa supone la eliminación de puestos de trabajo directos e indirectos, el empobrecimiento de muchas familias y esa marca atroz que el actual régimen ha impreso en la piel de Venezuela: la emigración masiva de jóvenes desencantados de su país que les niega oportunidades al tiempo que les muestra el colmillo helado de la violencia y la inseguridad ciudadana.
En estos años, muchos empresarios han claudicado. Otros han pactado con el demonio, que ya sabemos cómo paga a quien bien le sirve. Algunos han hecho marañitas debajo de la mesa. No falta quien haya recorrido en diez años la senda que a otros les llevó varias generaciones. Pero también ha habido una clase empresarial que se ha mantenido en el país contra los vientos más bravos, dando trabajo, invirtiendo en este suelo, ofreciendo bienes y servicios; en este grupo se incluyen las empresas periodísticas que han afinado una voz autónoma frente a un poder omnímodo, corrupto y corruptor.
En ese conjunto de organizaciones que han demostrado con hechos cotidianos su nacionalismo y su arraigo venezolano destaca Empresas Polar, que esta semana cumplió 70 años. De las muchas cosas que pueden decirse de esta empresa familiar, lo más descriptivo de su naturaleza es el hecho de que no hay trabajador en este país que no aceptaría un empleo en Polar si allí le ofrecieran desempeñarse en su campo. Es por eso que cuando su presidente, Lorenzo Mendoza, va a un ministerio, desde el portero hasta el personal secretarial del despacho se le arrima para pedirle, en tono de confianza, un trabajito para el hijo, la hija, el sobrino, el esposo… Ningún empleador ofrece el respeto, los estímulos, el entrenamiento constante, los salarios (indexados por inflación), el ambiente de trabajo, el apoyo para adquisición de vivienda y el plan de jubilación de Empresas Polar, cuya plantilla pasa ya de 31.000 trabajadores que, al menos cada 2 años, tienen la oportunidad de hacer contacto directo con Mendoza y plantear sus puntos de vista y exigencias.
Después de que en Venezuela cayó un aguacero de plata que no modificó el mapa de la pobreza, sabemos que la única manera de no ser pobre es tener un buen trabajo. Y en esto la empresa privada es fundamental. Empresas Polar lo ha sido. Con un espíritu venezolanista que se ha expresado en sus constantes inversiones, incluso en los años de la canallada; en la adquisición de firmas como Mavesa, que ha podido pasar a manos de alguna multinacional y, en vez de eso, sigue siendo venezolana, con mano de obra y productos nacionales.
Y, lo más importante, cuando todo ha parecido diluirse en la morralla, en la pacotilla y en lo deleznable, Empresas Polar ha persistido en el mandato de sus fundadores: ha seguido llevando al último rincón del territorio productos de calidad a precios accesibles. Cuando otros han igualado por lo bajo, Empresas Polar nos ha hermanado con cosas buenas, hechas por mano venezolana.
Hay épocas en que la excelencia es una forma de resistencia.
El país debe apreciar esto en su exacta dimensión.
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