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LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA

martes, 4 de enero de 2011

TRIBUNA LIBERTARIA. COMPENDIO OPINÁTICO. RAUL AMIEL. 04/01/2011. ESCRIBEN CARLOS ALBERTO MONTANER, SERGIO RAMIREZ Y


El socialismo es la distribución igualitaria de la miseria. Winston Churchill

Esfuérzate, anímate y trabaja. Solo faltan 736 días. Artículo 231. Constitución de 1999. El nuevo Presidente tomará posesión el 10/01 del primer año de su período constitucional.- @raulamiel

Agonía y muerte de la izquierda democrática. Carlos Alberto Montaner

Con Carlos Andrés Pérez muere también el último gran representante de la Izquierda Democrática, una corriente ideológica con vocación internacional que cuajó en América Latina a mediados del siglo XX. ¿Quiénes la formaban? Fundamentalmente, el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre (APRA), el venezolano Rómulo Betancourt (AD), el costarricense José Figueres (Liberación), el guatemalteco Juan José Arévalo, el boliviano Víctor Paz Estenssoro (MNR), el dominicano Juan Bosch (PRD), los cubanos Ramón Grau y Carlos Prío (PRC) y el puertorriqueño Luis Muñoz Marín (PP).


Todos, menos Haya de la Torre, que era el más culto y brillante, gobernaron en sus respectivos países. Todos, menos Muñoz Marín, sufrieron persecuciones y exilios. Todos, menos Juan Bosch, que en 1963 fue electo democráticamente y a los siete meses lo derrocaron los militares, hicieron reformas profundas que dejaron una honda huella en la sociedad de su tiempo. El primero de ellos que llegó al poder fue Arévalo en 1945, pero su obra de gobierno no tuvo continuidad en la convulsa Guatemala de aquellos tiempos.

¿En qué creían? Eran demócratas convencidos, antimilitaristas, nacionalistas, anticomunistas, intervencionistas, estatistas y, en alguna medida, pronorteamericanos. Se habían reconciliado con Washington y con el capitalismo. Pensaban que los males económicos nacionales se corregían con la mítica reforma agraria, la nacionalización del crédito y el control por el Estado de ciertos servicios públicos “esenciales”. Aspiraban a formar clases medias nutridas y reclutaban a sus partidarios entre los trabajadores asalariados.

Naturalmente, eran keynesianos, al menos en el sentido de que creían que el empleo, la inflación y la creación de riquezas se podían modular mediante la manipulación del gasto público. Eran, también, cepalianos en lo tocante a la colocación de barreras arancelarias para provocar la industrialización mediante la paulatina sustitución de las importaciones por bienes producidos nacionalmente. Confiaban en la planificación económica como el camino moderno hacia el desarrollo.

En realidad, la Izquierda Democrática era la expresión latinoamericana de la socialdemocracia europea. Procedía, como ella, de un polvoriento y ya entonces descartado análisis marxista, pero lo tenía con un fuerte componente antimilitarista porque en esa época, en Hispanoamérica, el gran enemigo era, en primer lugar, el ejército, al que había que someter a la autoridad civil. Había, sin embargo, otros tenaces adversarios: la oligarquía rural y, muy destacadamente, los débiles pero siempre insidiosos partidos comunistas pro soviéticos.

El ejercicio del poder no fue exactamente glorioso para la Izquierda Democrática. En general, tras la experiencia de varios periodos de gobierno en diversos países, la sociedad descubrió que el estatismo, la planificación centralizada y gasto público excesivo conducían a la inflación, la corrupción de la clase dirigente coludida con los empresarios y cortesanos mercantilistas, a la creación de burocracias parásitas que obstaculizaban y encarecían la creación de riqueza, al atraso tecnológico y al crecimiento de la pobreza y la desigualdad.

Algunos políticos de la Izquierda Democrática, o sus sucesores, vivieron lo suficiente para rectificar los errores originales. El primero fue Víctor Paz Estenssoro. El hombre que en los años cincuenta hizo la violenta revolución nacionalista boliviana, en los ochenta, más sabio, regresó al poder para devolverle la autoridad a la sociedad civil de su país reduciendo el peso del Estado, controlando el gasto público y confiando más en el mercado que en las decisiones de los burócratas.

En Perú, Alan García fue un caso parecido. Su segundo mandato ha sido, felizmente, la negación del primero. Algo similar sucedió en Venezuela: Carlos Andrés Pérez regresó al poder en 1989 dispuesto a corregir los errores de su primer mandato (74 al 79). Lo hizo, muy acertadamente, pero las rencillas políticas, llevadas al plano judicial, consiguieron, primero, sacarlo del poder, y luego condenarlo a arresto domiciliario, maniobra que desgastó peligrosamente la débil institucionalidad democrática venezolana.

En Costa Rica –donde más éxito tuvieron las ideas de la Izquierda Democrática a partir de la revolución de José Figueres–, Oscar Arias dedicó sus dos periodos presidenciales a tratar de corregir los errores parciales de la teoría inicial. Ya contaba con los copiosos análisis del premio Nobel de Economía James Buchanan y de sus discípulos de la Escuela de Virginia sobre el comportamiento pernicioso del sector público, más la impresionante obra de pensadores como Mises, Hayek, Gary Becker, Douglass North y otra media docena de gigantes. Sencillamente, el punto de partida estaba equivocado.

¿Qué paradigmas quedan vigentes en América Latina? Fundamentalmente, dos: Chile -el de la Concertación y el de Piñera, que es el mismo con matices diferentes- y el alboroto chavista (nadie toma en serio la tumultuosa cleptocracia argentina). Ya no hay Izquierda Democrática. Se acabó.

Democracia en la pasarela. Sergio Ramirez


El socialismo del siglo XXI trae pocas novedades, porque parece más bien un viejo espejo de luna turbia, que repite las imágenes del siglo XIX, que es cuando aparecieron en el escenario latinoamericano los caudillos, derribando a sablazos los telones de la democracia. Y además de un juego de espejos, todo parece una representación teatral en la que domina el absurdo que espanta y divierte a la vez, como ocurre en La cantante calva , de Eugenio Ionesco, o en Dos viejos pánicos , de Virgilio Piñera.

Veamos, por ejemplo, las más recientes ocurrencias en Venezuela. La oposición al presidente Chávez gana por más de la mitad de los votos las elecciones para renovar la Asamblea Nacional, pero de antemano existe ya una ley que manda que el que pierde, gana, y así la mayoría de los asientos son adjudicados a los derrotados. Y antes de instalarse la nueva Legislatura, con la mayoría convertida en minoría, la Asamblea saliente, que pertenece por unanimidad al presidente Chávez, emite una ley que habilita al Líder Supremo de la Patria a legislar por decreto en todas las materias de su gusto y antojo por espacio de año y medio, con lo que de un plumazo, o mejor, de un zarpazo, se arrebata a la Asamblea que aún no se ha instalado todas sus facultades. La cantante calva se queda sin peluca.

He hablado de un juego de espejos que copia las imágenes arcaicas del caudillo del siglo XIX paseándose orondo sobre el tablado, sable en mano para desgarrar todos los decorados constitucionales, pero quizá me equivoque. El espejo lo que devuelve son imágenes mejoradas, porque aquellos viejos caudillos no tenían tanta imaginación para pasar las leyes por los filtros y redomas que las vuelven dúctiles y maleables, de modo que pueden asumir cualquier figura que el taumaturgo en el poder quiera darles, y aun deslizarse debajo de los resquicios de las puertas como el Hombre de Goma, el superhéroe de las historietas cómicas de mi niñez, que hacía de su cuerpo lo que mejor le convenía.


El presidente Chávez ha anunciado que ya tiene un buen manojo de decretos listos, que una vez firmados de su puño y letra se convertirán en leyes de la república bolivariana, capaces de afrontar con ellos cualquier clase de emergencia, desde asonadas hasta huracanes. Una voluntad única sobre un conjunto de voluntades concertadas, que es lo que las cámaras legislativas se supone que representan, lo cual no es sino una clausura virtual del recinto legislativo, las sillas de los diputados vacías u ocupadas por sus propios fantasmas.


Volvamos otra vez al teatro del absurdo, e invoquemos Las sillas , de Ionesco. En el escenario hay cada vez más sillas, todas vacías, tantas que ya no caben más. Entonces aparece el Gran Orador para decir su discurso, un discurso capaz de redimir a la humanidad entera. Comienza a hablar frente a las sillas vacías, pero de su boca no salen sino estertores y sonidos guturales, porque es sordomudo. ¿Estamos en el siglo XXI ante la democracia de las sillas vacías, o vaciadas, y de los redentores sordomudos?


Redentores sordomudos que firman decretos frente a las sillas vacías, una nueva técnica del golpe de Estado, arte este que conoce infinitas variantes, tantas como la viciada imaginación del poder absoluto quiera. Ya lo habíamos visto antes, cuando fue elegido alcalde de Caracas alguien que al Gran Orador no le gustaba. Lo despojó de sus funciones, también de un plumazo, o de un sablazo, y nombró por encima de él a un funcionario de facto que las asumió todas.


Ahora veamos a la democracia, desvestida y vuelta a vestir de falsos ropajes, recorrer la pasarela que termina frente al estrado del mago. El mago prestidigitador que en lugar de vaciar las sillas transforma a sus ocupantes con actos de ilusionismo, cambiándolos de sustancia. Para presenciar un acto semejante, tenemos que cambiar de teatro, y de escenario. Al instalarse la Asamblea Nacional de Nicaragua en enero de 2007, el partido del presidente Daniel Ortega tenía 38 asientos de un total de 90, de acuerdo con los resultados electorales, muy lejos de la mayoría absoluta; hoy, sus artes de prestidigitación han elevado ese número a 52, al menos.

A la luz de los reflectores que lo siguen con su luz blanca, el mago va hasta donde se encuentra la oposición, toma de las orejas a los conejos vociferantes e intransigentes, algunos de ellos verdaderamente rabiosos, regresa al escenario, los introduce dentro de la chistera, y cuando vuelve a meter la mano lo que saca son conejos risueños y complacientes, dóciles a más no poder, tanto que en lugar de conejos podríamos hablar más de bien de palomas. Pero dejémoslos mejor en su naturaleza de conejos, que son los que mejor se prestan a los experimentos científicos.

Porque aunque se trata aparentemente de un acto de magia, ya sabemos que los magos dependen de la ciencia con que manejan sus trucos, y las conversiones políticas de esta naturaleza siempre tienen trasfondos, resortes, palancas y recovecos. ¿Cómo personas de cerrada reputación de derecha, que juraban hasta hace poco enemistad eterna al sandinismo en el poder, que fueron dirigentes de la contrarrevolución en los años 80, confiscados unos, exiliados otros, hoy se muestran convencidos de que el comandante Ortega, desde su estatura de líder preclaro, es el faro que ilumina con sus rayos potentes el destino de la nación?

Para alivianar el misterio, quizá sea mejor recurrir a la sabiduría siempre presente de don Quijote, que en su célebre discurso sobre las Armas y las Letras declara: "Los hemos visto mandar y gobernar el mundo desde una silla, trocada su hambre en hartura, su frío en refrigerio, su desnudez en galas, y su dormir en una estera, en reposar en holandas y damascos...". ¿De dónde tela, si no hay araña?, preguntaría algún pícaro.


Y allí estaría el buen Sancho Panza para responderle: "Que no falte ungüento para untar a todos? porque si no están untados gruñen más que carretas de bueyes".

raulamiel@gmial.com

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