Tras varios años en el poder, los mandatarios pertenecientes a la corriente del llamado ‘Socialismo del Siglo XXI’, inician el 2011 con un evidente fracaso de sus políticas y el repudio de sus iniciativas en el plano internacional.
El caso más llamativo es el de Evo Morales, mandatario boliviano, que fue reelegido con un 70% de favorabilidad y que hoy afronta un descontento general, hasta el punto de que en las últimas encuestas conocidas, apenas es apoyado por el 30% de la ciudadanía. Morales ha fracasado en todos los frentes: no ha podido unir el país y mantiene un pugnaz enfrentamiento con la oposición política, frenó la inversión extranjera en Bolivia, no ha logrado reducir la pobreza ni mejorar las condiciones de vida de los bolivianos, no ha sido capaz de manejar la riqueza minera y de hidrocarburos del país, se ha enfrentado a antiguos aliados como el Brasil y Argentina, e incluso ha concitado la unión del pueblo en su contra, como sucedió con una reciente alza general de combustibles, que debió echar apresuradamente hacia atrás, ante la reacción ciudadana.
Bolivia es una nación paralizada, envenenada por odios impulsados desde el poder y sin ninguna perspectiva cierta para atender a las demandas del desarrollo económico y social. En igual estado se encuentra Nicaragua, cuya situación se ha agravado por el enfrentamiento propiciado por Daniel Ortega contra la vecina Costa Rica. Si bien esta aventura nacionalista le ha hecho mejorar en las encuestas, sólo el 45% de la ciudadanía lo apoya, porcentaje muy lejano de la popularidad con la que inició su gobierno. Empeñado en reelegirse, ha pisoteado la Constitución y embarcado a su país en un conflicto armado que la comunidad internacional repudia.
Casi sobra recalcar el fracaso del régimen chavista en Venezuela, que está a la vista del mundo. Un país riquísimo donde todo escasea, donde se prefiere destruir la riqueza generada por el emprendimiento particular, y donde no sólo campean la inseguridad, el narcotráfico, el desempleo y la parálisis económica, sino también una corrupción estatal que recuerda las peores épocas del hermano país.
En contraste, las naciones latinoamericanas respetuosas del sistema democrático y de los principios internacionales de convivencia pacífica, presentan indicadores de buena salud en casi todos los frentes. Son muy destacados los logros de Brasil, Chile y Uruguay. Y no están a la mengua los casos de Perú, Colombia y Argentina, aún pese a los escándalos de corrupción que han salpicado al matrimonio Kirchner en el país austral.
Así, el péndulo de la política latinoamericana parece inclinarse de manera fuerte hacia la consolidación de gobiernos democráticos, marcados por un régimen capitalista de signo social, antes que por los llamados radicales de socialismos trasnochados en los que reinan el populismo y la corrupción.
Cuando los hechos hablan, la discusión sobra. América Latina ha escogido, para bien, un rumbo opuesto al del ‘Socialismo del Siglo XXI’.
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