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jueves, 2 de diciembre de 2010

TRIBUNA LIBERTARIA. COMPENDIO OPINÁTICO. RAUL AMIEL. 02/12/2010. ESCRIBEN HORACIO VÁZQUEZ-RIALY ARMANDO RIBAS

"La felicidad está en la libertad, y la libertad en el coraje." Pericles

Esfuérzate, anímate y trabaja. Solo faltan 769 dìas. Artículo 231. Constitución de 1999. El nuevo Presidente tomará posesión el 10/01 del primer año de su período constitucional.- @raulamiel

* LA FELICIDAD. HORACIO VÁZQUEZ-RIAL
* VERITATE ET RATIO. ARMANDO RIBAS

LA FELICIDAD. HORACIO VÁZQUEZ-RIAL

Entre los derechos establecidos en la fundación de los Estados Unidos –por obra, como tantas otras cosas, de Thomas Jefferson– se cuenta el de la búsqueda de la felicidad. Hace un tiempo, a mediados de este año que termina, se discutió en Brasil si se debía incluir tal derecho en la constitución del país. Lo que no está claro es en qué consiste la felicidad.
La idea de felicidad es reciente. Rosa Sala Rose, en su extraordinario libro El misterioso caso alemán, nos recuerda que fue Saint-Just quien se refirió a ella como "la gran idea" del siglo XVIII. Y explica a continuación:
La búsqueda de la felicidad, tanto individual como colectiva, es una pretensión genuinamente ilustrada y va de la mano de una paulatina secularización de la sociedad (...) el hombre europeo deja de conformarse con la promesa de una felicidad post mortem [y] empieza a pensar que acaso la felicidad terrenal y la felicidad eterna no se excluyan necesariamente la una a la otra.
Lo cual abre una serie de nuevos problemas, entre los cuales se encuentra el del sentido de la muerte. Si ya no se pasa "del sufrimiento a la dicha eterna", ¿cómo aceptar [la] presencia intrusa [de la muerte,] si lo único que hace es arrancarnos de una vida terrenal que consideramos razonablemente feliz para llevarnos a otra felicidad equivalente, supuestamente eterna, pero de características desconocidas?

En el otro extremo de la hasta ahora breve historia de la felicidad se encuentra, en el siglo XX, Albert Camus. "Los hombres mueren y no son felices", dice el escritor francés. Y abre El mito de Sísifo con una contundente afirmación: "No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio". Es decir: ¿tiene la vida sentido? ¿Y lo tiene la muerte? ¿Acaso, nuevamente, como en tiempos más píos, la muerte puede ser el camino a la felicidad que no es posible encontrar en este mundo?
Tal vez el verdadero problema, lo que sobrevuela todo este conflicto moderno, sea la indefinición del término felicidad, que es lo que hace tan difícil la cuestión de la muerte y el más allá. El DRAE dice que es el "estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien". Y sospecho que, por una vez, tiene razón. Porque desde la Ilustración estamos hablando de lo que tal vez no sea más que un estado del ánimo, como si se tratara de algo objetivamente precisable. Cuando Camus dice que los hombres mueren sin ser felices se refiere al sentimiento de felicidad, algo tan inasible que hasta mencionarlo da miedo. Y cuando Jefferson afirma que se tiene el derecho a buscarla, ¿no remite acaso a la posesión de un bien, o de determinados bienes?

Para la piedad tradicional, la felicidad eterna radica en la contemplación gozosa de Dios en lo que llamamos paraíso, definido por Juan Pablo II –al igual que el infierno y el purgatorio– como una "metáfora". Para el secularizado hombre corriente de nuestros días, la felicidad es pura exaltación de los sentidos.

En cualquier caso, se trata de la felicidad individual, en la cual el amor y la pareja desempeñan un papel importante. Si bien antes del siglo XVIII no faltaron jamás las historias de amor (quizás otra clase de amor), sólo entonces se empezó a pensar en la posibilidad de que el matrimonio se conciliara tanto con la pasión como con la felicidad. El matrimonio por amor, cuya primera defensa entre nosotros aparece en 1806 con El sí de las niñas de Moratín, escrito en 1801 pero no representado hasta entonces, es uno de los ideales sociales de nuevo cuño, nacidos de la "gran idea" de la felicidad. La práctica contradice en ocasiones esta expectativa, y no falta quien, tras un estrepitoso fracaso, con pérdida de felicidad incluida, se lanza a abogar por una institución familiar a lo Ancien Régime, donde la felicidad se derive antes de la eficacia de una unión que de la pasión realizada (y extraviada misteriosamente en el día a día). Con lo cual se renuncia al amor loco, pero no a la felicidad, y el papel de la sexualidad se orienta más hacia lo reproductivo que hacia lo estrictamente placentero. La felicidad cobra así el carácter, más modesto, del bienestar.
También, y es tópico popular, se asocia la felicidad con el dinero. Con un criterio tal vez excesivamente ramplón, pero en ningún caso despreciable, se concluye que, a mayor riqueza, mayor felicidad. O mayor bienestar. Pero ya en El utilitarismo John Stuart Mill escribía, en 1863, que el dinero "ha llegado a ser él mismo un elemento principal de la concepción individual de la felicidad". Esta afirmación ha sido repudiada por las izquierdas estatalistas, y Marx se refirió al dinero como forma de la alienación. Pero todas las construcciones políticas en torno del Estado de bienestar son crasamente economicistas, aunque sea imposible negar su raíz cristiana. Se trata de que el Estado asuma de modo orgánico la caridad, ocupándose de quitar a unos para dar a otros, limitando así el derecho a la búsqueda individual de la felicidad, que se ha demostrado más beneficiosa para la sociedad que el arbitraje de los gobiernos, autoritarios siempre, por mucho que su elección sea democrática.

Oímos a menudo la frase: "Que Dios me dé salud". Sin un buen estado físico, es difícil ser feliz. Pero en modo alguno la salud la reparte Dios en nuestras sociedades: lo hace también el Estado, y del mismo modo en que reparte el dinero, mediante la caridad organizada, y en ningún caso gratuita, sino financiada, en parte por los propios beneficiarios, en parte por la recaudación fiscal general. De las pérdidas de un sistema de salud perverso hay un montón de culpables: los viejos que viven demasiado, los fumadores –que, por otro lado, hacen un ingente esfuerzo fiscal para servir al Estado camello–, los marginales de toda clase y condición, incluidas las viudas abusonas que hasta cobran pensiones.

Se supone, y así es aceptado hoy por izquierdas y derechas, que la síntesis propuesta por la célebre canción de Rodolfo Sciamarella, "Salud, dinero y amor", es imprescindible para la felicidad, que el Estado debe proveer, a su saber y entender. Se trata de una traición rousseauniana a la concepción de Thomas Paine expuesta en Derechos del hombre:

"Cualquiera sea la forma o la constitución del gobierno, no debería tener más objetivo que la felicidad general. El solo gobierno civil, o el gobierno de la ley, no da pretextos para muchos tributos; actúa dentro del país, de modo visible, y excluye la posibilidad de grandes engaños. Las revoluciones, pues, tienen como objetivo el cambio de condición moral de los gobiernos, y con este cambio se reducirá la carga de las contribuciones públicas y se permitirá a la civilización el goce de esa abundancia de la que actualmente se le priva."

A Paine, muy claro en cuanto al tamaño y el poder fiscal del Estado, no se le hizo mucho caso. El "propender" de los Estados a la "felicidad general" que recogen diversas constituciones inspiradas en Rousseau, como la venezolana, es entendido siempre como función del Estado y, por lo tanto, como privilegio de éste. José Martí, que era un tipo mucho más inteligente y, desde luego, mucho más liberal que el personaje Martí creado por la doctrina castrista, dejó dicho, en cambio, que "la felicidad general de un pueblo descansa en la independencia individual de sus habitantes". Más cerca de Paine de lo que les gustaría a muchos.

En Paine, el término felicidad tiene más que ver con la satisfacción que con cualquier exaltación anímica. Paine murió en 1808, dos años después de nacer John Stuart Mill, que enunciaría, entre muchas otras cosas, la teoría del deseo como generador de voluntad.

Escribo en tiempo y lugar de infelicidad general o insatisfacción general, escasa independencia individual, exceso de Estado y de tributos, reparto estatal de salud, dinero y amor. No hay que esperar gran cosa del porvenir inmediato. Ni libertad ni bienestar, ni permiso para desear o ambicionar, ni siquiera emociones desbordadas que se puedan confundir con la felicidad íntima.


VERITATE ET RATIO. ARMANDO RIBAS
(¿Verdad es Razon?)
reconocer que cada día estoy más influenciado por el pensamiento de David Hume. Es más he llegado a la conclusión de que sólo a partir de su pensamiento podemos empezar a comprender el mundo que nos ha tocado vivir. En ese sentido creo que uno de sus preceptos fundamentales fue su escepticismo respecto a la razón. Es por ello que hoy pretendo involucrarme en este pensamiento que lo definió diciendo: “La razón es y solo puede ser esclava de las pasiones”.
Yo sé que el precepto anterior es un desafío trascendente a la aparente percepción universal del rol preponderante de la razón en la naturaleza humana. Tanto así que suponemos, o más bien presuponemos que es la razón la que distingue al hombre de los animales. Y es en ese sentido que hemos llegado a aceptar la sinonimia entre la razón y la verdad. Tanto así que cuando alguien se equivoca, lo consideramos un irracional. Pero voy a echar mano de Aristóteles y me permito desarrollar el siguiente silogismo: “Si los hombres son racionales, y la razón es sinónimo de verdad, ergo el hombre parece haber sido irracional a través de la historia”.

Pero más aún si solo son racionales los que no se equivocan me atrevería igualmente a decir que todos los hombres (perdón y mujeres) seguimos siendo irracionales. Esta ratiolatría ha sido pues desvirtuada en los hechos, por más que los mismos la seguimos ignorando. Pero volviendo a David Hume, cuando dijera: “Somos liberados de una duda pirrónica, gracias a los elementos no racionales de nuestra mente”. Pero siguiendo, si la razón fuere el elemento vital de nuestra naturaleza, entonces no nos quedaría más remedio que hacer esa clasificación de los hombres y de las sociedades en términos de racionalidad. Podríamos concluir entonces que las sociedades de países atrasados son irracionales. Entonces ¿qué son los hombres que las constituyen?.

El juicio anterior sin embargo, nuevamente se contradice con la historia. El llamado Iluminismo, al que me he permitido clasificar como el oscurantismo de la razón, trajo sin lugar a dudas el totalitarismo, de sociedades como la alemana. Allí se desarrolló el racionalismo moral, que se iniciase con Rousseau y se pusiera de manifiesto con Kant y sus imperativos categóricos y la razón en la historia. Por supuesto estos principios fueron llevados por Hegel a sus últimas consecuencias. De conformidad con el idealismo dialéctico, el antagonismo Kantiano determinó la racionalidad de la guerra y por supuesto la concupiscencia del comercio. Así en nombre de la razón Marx desarrolló el materialismo dialéctico e igualmente en nombre de la razón la lucha de clases y la dictadura del proletariado.

Diría que Hume desarrolló un pensamiento fundamental de Aristóteles que en su “Moral a Nicómaco” escribió: “Las distinciones que se hacen del juicio son las de verdadero o falso y no las de bien y mal. Estas últimas son aplicables sobre todo a la intención, a la preferencia reflexiva” y sigue Hume en esa línea cuando dice: “La razón es el descubrimiento de la verdad o la falsedad. La verdad o la falsedad consiste en el acuerdo o desacuerdo, bien en la relaciones de ideas, o de existencia real cuestiones de hecho…”. Las acciones pueden ser laudables o culpables, pero no pueden ser razonables”.

Se que toda esta disquisición puede parecer esotérica, pero mal que nos pese es a partir de esta disquisición que se desarrollaron en el Occidente geográfico las dos filosofías políticas más antitéticas de la historia: la libertad y el totalitarismo. La confusión reinante al respecto la podemos comprobar cómo en un reciente ensayo de Rodney Stark: “The Victory of Reason” (La Victoria de la Razón). En el mismo sostiene nada más y nada menos que esa victoria de la razón se debió al cristianismo. Más aún a diferencia de Weber sostiene que el proceso racional en Occidente, por supuesto Europa comienza con la Iglesia Católica. Seguidamente llega a la conclusión más controvertible, que fuera que el desarrollo de Estados Unidos se debió a que fueron modelados por Inglaterra en tanto que el languidecimiento de América Latina se debió a su descendencia española. Pero aún insiste que el problema en nuestra región se debió a que la Iglesia Católica era muy débil. Una conclusión de esa naturaleza, más allá de que es una falacia monumental, nos dejaría inermes ante la posibilidad de futuro.

Otra contradicción inherente a conclusiones de ésta naturaleza es que una vez que se acepta el derecho a la libertad religiosa, es necesario abandonar todo intento de explicar la creencia en términos racionales. Es evidente que si la razón es la forma de hallar la verdad, solo habría una religión verdadera y la supuesta libertad religiosa entrañaría un mito. Por ello considero que las encíclicas de Juan Pablo II, pero escritas por el actual Papa. Veritates Splendore y Fides et Ratio. Incurren en esa contradicción evidente de pretender la racionalidad del las creencias del catolicismo.

Demás está decir que si el a mi juicio mal llamado capitalismo, fuera el producto del Protestantismo, (Weber) o del catolicismo (Stark), los indios, los chinos y los japoneses tendrían que convertirse. Y si mal no recuerdo en primer lugar la India hizo su aparición 2000 años antes que Europa y podría decir que en el Upanishad encontramos principios que se podrían asimilar al Evangelio. La China siguiendo más hoy a Confucio que a Marx (Occidental) ha dado un salto cuántico en su desarrollo. Y por favor no olvidemos el marxismo es occidental y está vigente, Bernstein mediante, en la Unión Europea, a través del Estado de bienestar de la social democracia. El problema de América Latina no ha sido la religión sino el uso político de la misma. Pero tengamos en cuenta asimismo que el terrorismo occidental que padecemos en nuestro continente, hoy disfrazado de socialismo del siglo XXI se funda igualmente en el racionalismo europeo.

Por tanto volviendo a David Hume aceptamos que la naturaleza humana es universal. Por ello dijo: “Es imposible cambiar o corregir algo material en nuestra naturaleza, lo más que podemos hacer es cambiar nuestras circunstancias y situación”. Esa situación es la que se deriva del Rule of Law que es el sistema ético, político y jurídico que determinó un cambio en los comportamientos, que constituyó un punto de inflexión en la historia. Y cuando hablaba de nuestra naturaleza no se refería a los ingleses sino a la humanidad. Por ello podemos ser optimistas, y en la medida que podamos superar la demagogia implícita en el racionalismo socialista, todos los países podremos aspirar a alcanzar el reino de la libertad partiendo de la admisión de la naturaleza humana tal cual y no como debe ser. Y por tanto no olvidemos que son nuestras pasiones las que determinan nuestros objetivos pues son los sentimientos los que nos hacen felices, o nos causan tristeza. La razón es instrumental y falible por más que sea el único instrumento de que disponemos para tratar de encontrar el camino.
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