Una noche de Octubre del 98, en la amplia terraza de un Pent House elegante del Este de Caracas, propiedad de un alto personero de FEDECÁMARAS, esperamos con paciencia la llegada del actual Primer Mandatario para una muy importante reunión político-electoral. Se agigantaba el temor de un golpe preventivo.
El triunfo con los votos garantizaba el acceso al Poder del invitado. Ya estaban con nosotros, muy cordiales, quien fuera su Primer Ministro de Relaciones Interiores y dos de sus más cercanos colaboradores, vestidos de civil. Pero la noche se alargaba y el sujeto central del encuentro nocturno, no aparecía. La impaciencia comenzó a ganarnos el ánimo, a nosotros, los invitantes.
Los otros seguían tranquilos y así se mantuvieron, cuando a la una de la madrugada, vía telefonía celular, llegó la información que ellos esperaban: se había habilitado, con luces de emergencia, la pista del aeropuerto de La Carlota y había aterrizado, sin problemas, el transporte aéreo dentro del cual viajó el invitado. Quien bajó del aparato, sano, salvo y contento. Venía de Colombia, de San Vicente del Caguán, de una muy promisora entrevista con el máximo jefe de las FARC, Manuel Marulanda, (a) “Tiro Fijo”.
No habría golpe. Los compromisos iban más allá de lo imaginable y nadie impediría a nuestro “amigo” entrar por la puerta grande a Miraflores. La misión nuestra no era otra que la de asegurarle que los rumores golpistas no tenían asidero y que el sistema democrático garantizaría, suficientemente, el respeto rotundo a la voluntad popular. Los votos y no las armas, decidirían la suerte de Venezuela. Pero el invitado había ido a Colombia, preventivamente, a pedir apoyo, “por si acaso”, a otros rebeldes amigos suyos, evidentemente enemigos nuestros. Todo eso lo supimos en las conversaciones previas, ocurridas en la larga y obscura espera nocturnal. Pero, no obstante, no constituyó sorpresa alguna, para nosotros, comprobar el agudo y profundo pacto del Candidato, con los peligrosos subversivos del país vecino.
Lo recordamos ahora, doce años después, a propósito de Walid Makled, el preso “de oro” que retiene Bogotá, para ser enviado (¿extraditado?) a Venezuela, dentro de “seis a diez y ocho meses”, según el anuncio del Presidente Juan Manuel Santos, lapso dentro del cual espera obtener el permiso de la Corte Superior colombiana, para proceder, policialmente, a colocar en frontera venezolana al narco-traficante requerido, igualmente, por los Estado Unidos y por nuestras leyes.
El Mandatario de allá habría preferido a Venezuela, en primer lugar, porque él si respeta el honor de la palabra empeñada, --le habría hecho la promesa específica al Presidente nuestro, en su reciente reunión en Caracas, independientemente de que éste hubiese anunciado, hace pocos meses, otra promesa, la cual no cumplió, en el sentido de que no recibiría a Santos, en Venezuela, aún cuando fuere electo por los votos de los colombianos— sin acentuar, para nada, muy diplomática y políticamente, la importante distancia de los dos estilos contrapuestos. En segundo lugar, por si el primero no fuere lícitamente suficiente, por cuanto la reclamación venezolana imputaba a Makled un delito adicional, lo cual hacía, desde luego, mucho más atractiva la solicitud bolivariana. También los santos se forman en el infierno.
Makled será, pues, entregado a Venezuela, a partir de Junio del 2011, cuando ya le habremos pagado todo lo que le debemos a los exportadores colombianos, quienes nos han estado asegurando nuestra soberanía alimentaria, así como cuando ya habremos “limpiado” el territorio nacional de la incómoda presencia de guerrilleros, personal de adiestramiento de las FARC y campos de entrenamiento de los insurrectos vecinos. Probablemente, la factura irá a más, incluido un segundo puente en la frontera con el Táchira. Pero, por ahora, bastará con lo primero: el pago de la deuda y el saneamiento territorial. ¿Los santos en el infierno?
De las bases militares y del acuerdo bélico con USA no se dice nada, ni en Caracas, ni en Bogotá. Tampoco de las promesas de inversión, en el área de los hidrocarburos. En la diplomacia, los silencios son mucho más bulliciosos que los estruendos de las palabras inoportunas. Y cuando los santos entran al infierno, las crepitantes calderas apagan sus fuegos. Los diablos saltan la talanquera y dejan de ser rojos. Makled vale lo que vale y su precio será cobrado, hasta el último centavo. No en vano Francisco de Paula Santander nació en Cúcuta y Simón Bolívar murió en Santa Marta. Y ni que revuelvan sus huesos, con ayuda de otros santos cubanos, los santos de allá van a soltar su presa y satisfacer, “así como así”, la pretensión venezolana. A veces, la historia se repite. Se repite y se repite. Una y otra vez. Sobre todo, cuando los santos llegan al infierno.
grooscors81@gmail.com.-
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