La impresión general que dejaron los comicios del pasado domingo es que el oficialismo perdió y que la oposición, en este caso representada exclusivamente por el Partido Colorado, ganó.
Se podrán comparar cifras y resultados de pequeñas localidades del interior y quizás con un espíritu optimista se contabilicen éxitos y avances para el PLRA, pero los resultados dados en las ciudades y departamentos importantes están lejos de poder producirle satisfacción a ningún liberal ni a otro integrante de la alianza gubernamental que esté consciente de la realidad.
Lo verdaderamente decepcionante para el PLRA no es simplemente haber obtenido pobres resultados en las elecciones, lo cual es un riesgo que hace parte de la experiencia de todo competidor en un sistema democrático (solo en Venezuela, Irán, Siria y otros países parecidos ganan siempre los mismos en sus manipuladas elecciones), sino el hecho de que se trate de un partido que, al menos formalmente, está en el ejercicio del poder legítimo del Estado, apoyando a Lugo y gobernando con él.
Se alegará quizás que quien perdió fue el gobierno de Lugo y que este arrastró tras de sí al PLRA. Puede que sea así, pero este partido no debe ocultar ni minimizar su gran responsabilidad propia en la derrota que sufrió, especialmente en Asunción, en las localidades aledañas que antes controlaba y en departamentos como San Pedro y Concepción, donde antes ganaba con cierta comodidad.
La diferencia entre liberales y colorados radica en lo que habitualmente se denomina “vocación de poder”, esa fuerza de convicción que empuja y conduce hacia la victoria política. Los colorados luchan con fuerzas propias, sin experimentar con refuerzos externos y alianzas. Esto sucede así en parte, es cierto, porque nadie querría aliarse con ellos, pero también porque están convencidos de que pueden lograr el éxito sin ayuda de terceros.
Los liberales no sienten esta seguridad y ensayan alianzas con otros sectores, lo que les dio el éxito del triunfo con Lugo, en 2008 (aprovechando el hartazgo ciudadano del largo reinado colorado), victoria pírrica que, a la postre, no sirvió para que su partido se afianzara mejor en el campo de la contienda electoral y lograra obtener resultados significativos por sí mismo.
Para empeorar, la disgregación interna liberal es tan profunda que hasta parece que perdieron el sentido de las prioridades, pues el sector oficialista partidario prefirió abandonar uno o dos bastiones a manos de sus adversarios externos tradicionales solamente porque la alternativa era que ganaran sus adversarios internos. Les causa más placer asistir a la derrota de sus contrarios correligionarios que tristeza la victoria de los colorados sobre ellos mismos. Y esto, según se ve desde afuera, no solamente nada tiene que ver con la “vocación de poder” sino es una clarísima tendencia al suicidio.
En Asunción, el liberalismo comenzó intentando hacer el camino electoral en forma solitaria, luego se alió con el “Frente Guasu” (de la izquierda gobernante), cuyo aporte electoral y publicitario –se veía a las claras– iba a ser negativo, para finalmente plantear una alianza con el sector cuyo candidato estaba mejor posicionado, el Partido Patria Querida (PPQ). El PLRA quería sumar y, en verdad, realizaba operaciones de resta. En una extraña maniobra intentaba ganar dos votos de la izquierda y a cambio perdía cinco de su propio partido, porque mientras negociaba con ellos, Camilo Soares, referente principal de la izquierda chavista y luguista, los trataba de “oligarcas de mierda” y, comparándolos con los dirigentes colorados “hambreadores del pueblo”.
Es evidente pues, con estos antecedentes, que por lo menos gran parte de los liberales que marcaron “Anki Boccia” en la papeleta, anulando su voto –con el que hubiera ganado Carrizosa–, no lo hicieron por ignorantes de las circunstancias o por distraídos, sino en expresión consciente y cabal de su rechazo a la improvisada, apresurada y tardía alianza que se configuró en Asunción.
Los colorados, que conocen mejor el valor del triunfo electoral y la conquista del poder (de su uso y abuso también), superaron sus diferencias con la antelación debida y dispusieron del tiempo y las energías suficientes para dedicarse de lleno a lo suyo. Ganaron en la mayoría de las localidades con valor simbólico, manteniendo su clientela electoral movilizada.
Es cierto que estas fueron una de las peores elecciones en este período democrático en lo que a participación ciudadana se refiere, una jornada política pobre y decepcionante, pero este defecto no resta mérito a la labor de los ganadores y no debe constituirse en excusa para los perdedores, en ninguna localidad. Lo que sí revela contundentemente este ausentismo es que la oferta electoral que presentan los partidos ya no convence a un amplio sector del electorado, ya sea por sus figuras gastadas o porque ya no creen en las promesas que formulan los candidatos, después de tantas mentiras.
Es preciso decir que no parece que el PLRA esté en el Gobierno. No se entiende qué está haciendo en ese lugar, que no es realmente suyo y del que no obtiene ninguna ventaja institucional legítima. Tendrá que revisarlo todo de nuevo, aprender qué es realmente la “vocación de poder” y tratar de adoptarla. Recibió una lección bastante clara de lo que pasa cuando se cae en la desorientación y la inseguridad políticas.
Si sus dirigentes persisten en su actitud, un oscuro panorama se cierne sobre sus posibilidades para las elecciones generales del 2013.
Fuente: http://www.abc.com.py/
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