Los brujos conjuran demonios usando la magia. Desde el origen más lejano de los tiempos el hombre estuvo interesado en liberarse de esa cotidianidad opresiva que lo confinaba a temer que en cualquier momento la naturaleza acabara con su existencia. Bien temprano aparecieron unos pocos con la facultad extraordinaria de ponerse en trance para darle un traspiés a la calamidad y ponerla al servicio de los hombres. Sólo ellos eran capaces de señalar la piedra que se podía convertir en fetiche, el palo que producía fuego, la planta que facilitaba la curación o la danza que provocaba la lluvia en épocas de intensa sequía. Maga es la vieja palabra de donde procede magia y carisma, un don que el objeto o la persona poseen por naturaleza y que no puede alcanzarse con nada. A través de una elaboración simbólica progresivamente compleja estos chamanes forzaban a los espíritus a ponerse al servicio del capricho de los hombres, atenuaban sus miedos y le daban sentido a su precaria existencia en la tierra. Los magos trajeron consigo la inagotable expectativa por los milagros.
Los profetas son portadores personales de carisma cuya misión principal es anunciar una doctrina religiosa o un mandato divino. Se distinguen del mago en que anuncian revelaciones con contenido transformadas en doctrinas y mandamientos. No adivinan, el uso de la magia es instrumental, no viven de la doma de los espíritus y no conceden gracias personales. Sienten que tienen una misión que les ha sido revelada y el sentido de sus vidas se confina a la proclamación de “esa verdad”, aunque en algún momento les toca enfrentar el desiderátum de desaparecer o transformarse en legisladores.
El legislador se encarga de la tarea de ordenar sistemáticamente un derecho o establecerlo de nuevo. Su principal competencia es la minuciosidad en establecer la compatibilidad entre la verdad revelada y la realidad de los hombres. El legislador redacta los mandamientos y acuerda los términos de la convivencia. La ley es un imperativo de la racionalidad y esa exigencia se convierte en la principal dificultad de sus hacedores. Debe responder a un por qué en términos de utilidad social, debe saber alejarse de la futilidad o el despotismo.
Entre magos, profetas y legisladores revolotea una interrogación esencial que afecta el carisma de cada uno de esos roles. ¿Será verdad lo que ofrecen, anuncian o regulan? ¿Tendrán sentido? Y aunque entre ellos haya abismos que sólo la inteligencia privilegiada de Max Weber entendió como un continuo en la búsqueda de explicaciones sobre cómo dominar el mundo, lo cierto es que todos asumen el riesgo de ser eficientes frente a cada uno de sus públicos. La magia tiene que resolver, el profeta tiene que ser certero y la ley debe garantizar el orden social. Si eso cualquiera de sus imposturas son tratadas como chapucerías que siempre han merecido un repudio mortal.
La pregunta es entonces obvia. ¿Frente a quién estamos? Frente a un farsante chapucero sin magia, sin don profético, sin capacidad para ordenar la sociedad, pero que se reviste de toda la parafernalia que caracteriza a los sumos sacerdotes para forzar la creencia en unos resultados que no existen. Por eso es que resulta a la vista de todos la presa de un patetismo insoportable, como los viejos bufones cortesanos, a veces disfrazados de reyes para provocar la risa del público.
Magos, profetas o legisladores culminan abruptamente sus carreras cuando el pueblo deja de creer en ellos. En cualquiera de los casos la ruptura es abrupta, consiste en dejar de otorgarle validez a los que antes se creía a pies juntillas. Weber lo llamaba “creencia en la legitimidad del orden social de dominación” que se asume por las buenas cuando funciona, o comienza a ser impuesto por las malas cuando comienza a ser un fraude. Pero el imponer la fuerza donde antes había respaldo es igualmente un cálculo que está más en las manos de los secuaces que del chapucero, cuando algunos signos de los tiempos advierten que la conclusión es inminente.
Hay una delgada línea entre lograr la aquiescencia de la gente o provocar su rebeldía. Esa probabilidad siempre variable a la que aludía Weber, esa espada de Damocles que tanto tortura las mentes de los poderosos y que les hace temer una rechifla que se convierta en tumulto y acabose. El Chapucero queda entonces en las manos de su propio abismo. Decía Khalil Gibrán que los locos se reducen al ego más miserable, lleno de odio y ansias destructivas. El ego tormentoso nacido en las negras cuevas del infierno, donde la magia ancestral intenta someter a los demonios para comenzar a dominar al mundo.
La Construcción de la Unidad Luis Homes Jiménez
La unidad es un proceso que toma tiempo y todos estamos obligados a transitar por ese camino. Hasta conseguirla y perfeccionarla. No es un proceso lineal ni libre de obstáculos: Al contrario, esta lleno de dificultades. Unas naturales y otras provocadas por factores y actores externos, interesados en la división. Todos podemos aportar a la construcción de la unidad. Pero otros tantos pueden estar interesados en la división. Me atrevo a decir la unidad es como los buenos sentimientos: Siempre hay que demostrarlos.
Que factores que contribuyen a la unidad? Factores cualitativos y factores cuantitativos. Los factores cuantitativos están relacionados con números que suman, aglutinan y determinan mayoría ante procesos electorales. Maquinarias, recursos y gente. Los factores cualitativos se refieren a la calidad de los aportes a la unidad. Al trabajo conceptual, sostenido y coherente como alternativa política.
En la elección para la candidata o candidato a la Alcaldía de Maracaibo, la oposición democrática nacional tiene una excepcional oportunidad de demostrar como se construye y se muestra una unidad perfecta, porque tiene a su favor los elementos cuantitativos y cualitativos. La maquinaria exitosa, los votos incuestionables y extraordinarios del principal partido político regional como Un Nuevo Tiempo, junto a la figura sorprendentemente carismática y la experiencia política de Eveling Trejo de Rosales, por una parte; y por la otra, el trabajo meritorio, las bases programáticas de un gobierno municipal y la acción ejemplarizante que ha venido desarrollando Juan Pablo Guanipa. Se cometería un error imperdonable si estos dos factores cuantitativos y cualitativos, se sacrifican el uno por el otro, en la elección de la candidata o el candidato. Todos los actores políticos deben estar conscientes que existe una complementariedad de estas formulas que sumadas, benefician al electorado opositor y que serian un ejemplo extraordinario de unidad, regional y nacional. Tenemos que hacer posible la lógica de que dos mas dos, si pueden sumar cuatro. Mucho mas cuando los ambos aspirantes, son extraordinarios candidatos.
Tenemos un reto por delante para la construcción de la unidad. El trabajo para la selección de los candidatos a diputados para la Asamblea Nacional, demostró ser exitoso y se puede ir perfeccionando en cada etapa electoral que se avecina. Nosotros confiamos que los actores políticos sean lo suficientemente sensatos para entender que estamos ante dos caras de una misma moneda (la unidad) y que, todos estamos obligados a hacer nuestros mejores aportes para ella.
Sepultar a Maquiavelo. Juan Miguel Matheus
Para tener una visión unitaria de la política es necesario apreciarla en todas sus dimensiones. Aunque en la práctica no están separadas, conviene distinguirlas conceptualmente para comprenderlas con mayor claridad. Hablamos, entonces, de (i) una dimensión moral, (ii) una dimensión de servicio o ministerial, y (iii) una dimensión trascendental.
La dimensión ministerial se refiere a la política como servicio. El político está para servir a los demás; para alcanzar plenitud con y desde el servicio político. El verdadero político es capaz de jugarse su bienestar personal con tal de servir al bien común. La política no vista como servicio es una aberración. Su desnaturalización sería tal que el político actuaría por provecho personal y sería capaz de poner el bien particular sobre el bien común, lo cual, en pequeño o en grande, debe ser llamado por su nombre: corrupción. La tercera dimensión de la política es la trascendental. El político debe tener en cuenta, siempre, en cada decisión, que el hombre es un ser llamado a trascender lo físico. La felicidad que busca el político para la comunidad debe ser la que le permita al hombre acceder a realidades más altas.
No es que el político deba fomentar estatalmente lo que, en concreto, corresponde al plano de la religión. Pero sí debe crear las condiciones favorables para que el hombre realice libremente todo aquello que apunta a la trascendencia, lo cual resulta imposible si el político no considera al hombre como una unidad corpóreo-espiritual al momento de implementar las acciones económicas, sociales, legislativas, administrativas y culturales que dan contenido a la política. Desde la perspectiva que fuere, bien como político de profesión, bien como miembro de la comunidad, la actividad política exige de nuestras vidas una contribución generosa al bien común. Trabajar por hacer del hombre más plenamente un hombre es una constante responsabilidad que pesa sobre nuestros hombros.
Actualmente hay una agrupación que llama la atención por el modo en que cultiva la vocación política de los jóvenes: FORMA. Es una institución que trabaja con perseverancia en la siembra del porvenir. En miras a esa siembra, han lanzado el programa de formación “La juventud y el destino de la Nación”, que tendrá lugar a partir del mes de Octubre en cinco ciudades del país. Además del reconocimiento público, apoyo y aliento que merecen el programa y la institución, hay que procurar la existencia de más agrupaciones de esa naturaleza. Pero, sobre todo, propiciar que los partidos hagan de la formación de sus juventudes una prioridad real. La historia enseña que el porvenir de las naciones está en dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para mantener la esperanza. En eso consiste, precisamente, la formación política.
Debe tenerse en cuenta que la política le es natural al hombre. Siempre serán necesarios hombres y mujeres que atiendan profesionalmente los asuntos públicos, pero en tiempos de crisis —hoy— la necesidad se acrecienta, pues son los más viles los que copan los espacios públicos para satisfacer sus intereses egoístas. De todos, pero en particular de nosotros los jóvenes, depende rescatar el espacio de lo público para que vuelva a ser ocasión e instrumento de servicio. Asumamos la responsabilidad, queramos ser con mayor plenitud humanos contribuyendo a hacer más plenamente humanos a los demás. Hoy, como siempre, la política es un compromiso vital.
raulamiel@gmail.com
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