Aprender a amar: dar y recibir gratuitamente
Señor Presidente, estamos en este mundo para aprender a amar en la escuela de la vida. Y aprender a amar resulta muy sencillo: es saber dar gratuitamente y saber recibir gratuitamente. Sin embargo, a nosotros, a quienes el pecado nos ha vuelto bastante complicados, una cosa tan simple como ésta nos resulta muy dificil.
Señor Presidente, estamos en este mundo para aprender a amar en la escuela de la vida. Y aprender a amar resulta muy sencillo: es saber dar gratuitamente y saber recibir gratuitamente. Sin embargo, a nosotros, a quienes el pecado nos ha vuelto bastante complicados, una cosa tan simple como ésta nos resulta muy dificil.
En nosotros no es algo natural dar gratuitamente: tenemos una fuerte tendencia a dar para recibir a cambio. La entrega de nosotros mismos está motivada siempre, en mayor o menor medida, por la espera de una gratificación. La vida nos invita a superar dicha limitación para practicar un amor tan puro y desinteresado como el de Dios, que es libre porque puede existir y prolongarse en el tiempo sin estar condicionado por la respuesta o los méritos de aquel a quien se dirige: Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del altisimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. (Lc 6, 35-36).
Tampoco resulta fácil recibir gratuitamente. A todos nos encanta recibir algo cuando lo consideramos una recompensa a nuestro méritos. Pero recibir gratuitamente también significa confiar en quien da y tener el corazón abierto y disponible para acoger. ¡Tambien acoger es ser libre! Recibir gratuitamente requiere mucha humildad. No podemos recibir gratuitamente si no reconocemos y aceptamos que somos pobres, algo contra lo cual nuestro orgullo se rebela. Somos capaces de reivindicar y de exigir, pero pocas veces de acoger.
Pecamos por no ser agradecido Señor Presidente, cada vez que, en nuestra relación con Dios o con los demás, el bien que hacemos se convierte en un pretexto para reivindicar un derecho o para exigir reconocimiento o compensación de la otra parte; o también -aunque de manera más sutil- cada vez que, a causa de tal limitación o error de nuestra parte, tenemos miedo a no recibir AMOR, como si el AMOR tuviera que merecerse o pagarse. El evangelio trata por todos los medios terminar con esta lógica. (Por ejemplo, recordándonos que somos siervos inútiles (Lc 17, 10), o también que los obreros de la última hora reciben el mismo salario que los de la primera (Mt 20. 1-16).
Aunque nos cuesta reconocer este hecho (que crea en nosotros una tremenda inseguridad), resulta vital, porque jamás encontraremos la felicidad si permanecemos en una lógica de regateos, de derechos y deberes: una lógica que puede tener razón de ser en nuestra sociedad terrena, pero que poco a poco debemos ir superando para penetrar en la del AMOR.
Aprender a dar y a recibir gratuitamente requiere una reducción larga y laborisa de nuestra psicologia, que no se encuentra "estructurada" para aceptarlo, sino que lleva varios milenios condicionada por la ncesidad de luchar para sobrevivir. Se podria decir que la irrupción de la revelación divina y del evangelio en el mundo es como un fermento evolutivo que tiene como fin "modificar"nuestra mente hacia una lógica de gratuidad que será la del Reino, porque es la del AMOR. Se trata de un proceso de divinización, pues su fin consiste en llegar a AMAR a Dios como Dios AMA: Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo (Mt 5, 48). ¡Una divinización que es verdadera humanización! Esta maravillosa y leberadora evolución requiere de la coperación de nuestra LIBERTAD y sólo se puede producir mediante dolorosas refundiciones de la mente, que muchas veces es vivida como un auténtico duelo.
No se puede llegar a una nueva manera de ser más que a costa de la "muerte" -algo asi como una agonia- de muchas de nuestras conductas naturales. Pero, una vez franqueda la "puerta estrecha" de esta conversión de nuestra mentalidad, penetramos en un universo espléndido: el del Reino, el mundo donde el AMOR es la única ley, un paraiso de gratuidad en el que el AMOR se intercambia sin limites y se da y se recibe sin restrincciones, en donde no existen los "derechos" ni los "deberes", ni nada que defender o conquistar; donde no hay oposición entre "lo tuyo" y "lo mio"; donde el corazón se ensancha hasta el infinito. En este mundo nuevo reina el AMOR, un AMOR tremendamente exigente (porque lo pide todo: mientras no se AMA totalmente, no se AMA verdaderamente), pero totalmente libre, pues no tiene otra ley que él mismo.
Señor Presidente, por sus acciones lo conocereis, despues de 11 (once) años y 10 (diez meses) sobran las palabras......,
Un Peatón sin Barreras
Arq. www.peatonessinbarreras.tk
peatones.sin.barreras@gmail.com
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