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domingo, 19 de septiembre de 2010

¿QUÉ PASA SI..?, CARLOS BLANCO

¿Qué pasa si gana la oposición? ¿qué pasa si gana el Gobierno?

Llegó la hora decisiva. Aunque son elecciones parlamentarias el debate es sobre Chávez y más que una evaluación de su gobierno que, en general, se considera deplorable, el verdadero debate es sobre la conveniencia de su continuidad en Miraflores. Éste y no otro es el centro de la cuestión aunque se le disimule. Ganar para la oposición quiere decir sacar la mayoría de los diputados o, dada la operación quirúrgica hecha por el CNE sobre los circuitos, también equivale a sacar la mayoría de votos aunque no se obtenga lo simétrico en número de diputados. Ganar para el Gobierno significa obtener la mayoría de votos y más de 110 diputados. Aunque se puedan hacer interpretaciones, cosa que en esta esquina también se ha hecho debido a la existencia de zonas grises en los resultados posibles, sería una engañifa que el Gobierno intentará vender como victoria, sacar menos votos que la oposición o que la oposición presentara como victoria menos de 50% de votos

La Victoria Opositora. La Mesa de la Unidad ha dicho que la disidencia democrática va a ganar y eso debe querer decir al menos la mayoría de los votos. Si Chávez pierde el centro de poder se puede deslazar a la AN, a menos que le dé un manotazo también con algún truco como el de la Constituyente, el poder comunal o lo que le salga de los epiplones, si se le deja. Aun siendo menos los diputados antichavistas que los del Gobierno, pero con mayoría de votos que los dirigentes opositores han anunciado como resultado, el mundo sabrá que en el plebiscito en que se han convertido estas elecciones, el caudillo habría sido desbaratado. La sociedad habría derrotado la trampa, el fraude, y las condiciones insólitas en que ha transcurrido el proceso electoral y que no fueron denunciadas con todo vigor, aduciendo realismo.

En caso de que Chávez ganara con ventaja apreciable, se evidenciaría en primer lugar el terrible error cometido al aceptar condiciones fraudulentas sin protestarlas, y luego que se hubiesen postulado candidatos de las burocracias partidistas, con las excepciones conocidas; además sin tarjeta única. Pero podría ocurrir que el chavismo perdiera en votos y los resultados fuesen alterados el día de las elecciones por la misma mano que ha mecido la cuna en oportunidades. Allí dependerá de la dirección opositora, la sociedad civil y de la FAN, como ya ocurrió en 2007.

Votar Sin Vacilación. El voto resuelve los dilemas en una democracia. En un régimen autoritario no es así porque los que están al mando pueden desconocerlo, como ya ha ocurrido cuando han sido derrotados en estos años. Desconocieron la victoria de 2004; desconocieron la victoria contra la reforma constitucional de 2007 al imponerla luego; y desconocieron el mandato popular otorgado a varios gobernadores y alcaldes opositores. La pregunta que muchos se hacen es ¿para qué votar? La respuesta en un régimen autoritario está menos del lado del resultado que del proceso. Dicho de otro modo: para que un autócrata reconozca sus derrotas electorales tiene que estar muy averiado antes de llegar a las elecciones y así se vería obligado a reconocer el resultado. En el marco autoritario aceptar los resultados electorales es un hecho de fuerza; en una democracia es como beber agua.

Por ese carácter aleatorio del reconocimiento de la voluntad electoral en este tipo de regímenes es por lo que puede ser unas veces aconsejable votar y en otras abstenerse. En las circunstancias actuales la más importante avenida disponible para expresar el descontento popular es votar sin vacilación. ¿Por qué hacerlo si hay los riesgos anotados? Porque congregar una voluntad alrededor de un propósito único y unitario -el de votar- es la herramienta para constituir una fuerza social y política que antes ha estado en las inmensas marchas, en el paro, en la abstención y en varios eventos electorales exitosos -2007 y parcialmente 2008-. Votar masivamente es un medio para reconocerse en la misma lucha y, en este momento, para tratar de convertir el descontento desparramado en el país y muchas veces atemorizado, en votos contantes y sonantes. ¿Se logrará traducir la furia en votos?, ¿se lograrán contar los votos?

Claro que hay componentes parciales lamentables, como por ejemplo los partidos que están engarzados en una soterrada lucha de unos contra otros para imponer, por medio de la propaganda, que sus tarjetas sean las más votadas con la ilusión de que tal evento les dará vara alta para la candidatura presidencial. También habría que lamentar la aceptación de unas condiciones realmente deplorables para la participación, sin ninguna protesta masiva y contundente, así como la no inclusión de candidaturas que habrían sido realmente representativas. A pesar de lo mencionado, es una oportunidad magnífica -como ayer fueron las marchas gigantescas o el paro en el que mucha gente, la del petróleo en primer lugar, entregó su destino.

Resultados. Si la disidencia antichavista gana la mayoría de votos, Chávez se verá obligado a negociar con la parte del país que lo rechaza o, en su defecto, tendrá que acentuar las argucias jurídicas y la represión. Habiendo perdido la mayoría, este último camino solo conduciría a desatar la dinámica de su reemplazo constitucional sobre la base de acuerdos entre el chavismo y la oposición.

Si Chávez gana en el marco de condiciones en las cuales los dirigentes opositores han aceptado participar, alternará su condición despiadada con la carita de yo-no-fui y el traje de oveja, pero, sin duda que se radicalizará. Convertiría su mayoría en un mandato para hacer lo que tiene pensado o pueda ocurrírsele. La dirección opositora sufriría un nuevo e importante descrédito, no obstante el reconocible y en buena parte exitoso esfuerzo unitario; más aún si los electos quieren comenzar a bregar la candidatura en 2012; tema brumoso e inútil hoy, pero que ronda cabecitas ambiciosas y desesperadas.

Pero si Chávez gana porque el día de las elecciones hay chanchullo mayor y la dirección opositora lo enfrenta y denuncia, entonces la ilegitimidad se extenderá como un vaho tóxico sobre el régimen. En este caso no hay forma de prever los desarrollos eventuales porque dependen de la acción de factores nacionales e internacionales. Cuando Fujimori cometió el fraude en las elecciones de 2000 el descontento dentro y fuera de Perú lo llevó a largarse a Japón y a renunciar desde allá por medio de un fax. Cuando Mugabe lo hizo en 2008 compró tiempo, reprimió a más y mejor y, luego, "ganó". De tal manera que el menú de los autócratas está lleno de variedad y sorpresas. Los desarrollos por venir dependen de las masas, pero sobre todo de los dirigentes.

Fuente: www.tiempodepalabra.com

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