La posibilidad de que algo malo no ocurra es la esperanza, el sentimiento opuesto al miedo.
La semana pasada, analizando el trabajo de J.A. Marina y otros, conversamos sobre el miedo y resaltamos que mientras más inteligentes son las personas, más capaces de prever los peligros, una cualidad útil para protegerse, aunque también negativa cuando se sobredimensiona. Lo interesante es que el sentimiento contrario al miedo no es, como cree mucha gente, la valentía. Desde pequeños presionan a los niños con el tema de que "los valientes no tienen miedo". La realidad es que la valentía es más bien una posible respuesta al miedo y no su antagonista. Se requiere tener miedo, y ser capaz de hacer lo correcto pese a él, para ser valiente.
Frente a la anticipación del peligro las personas pueden 1) ceder a la tentación de hacer lo cómodo: siendo sumisos, pasando agachados o alejándose de lo que los amenaza, o 2) pasar por encima de él. En esta segunda opción radica la valentía.
Pero esto no significa reaccionar como un toro de casta que embiste el capote de un torero por instinto de supervivencia, sin una estrategia y sin usar todo el espacio y el tiempo del que se dispone para protegerse del adversario. Esos toros terminan a la parrilla, incluida las criadillas.
Para hacer lo que se debe hay que tener un proyecto, estar dispuesto a sacrificios y formar parte de las redes que persiguen el mismo objetivo. Los irreverentes visibles juegan un papel importante, pero el protagónico lo tienen las personas cotidianas cuando continúan su vida sin desviarse, defendiendo sus derechos. Crean con eso un muro insalvable frente a quien intenta doblegarlos.
Supongamos un gobierno que ataca a la empresa privada. La historia muestra que esa acción deteriorará, sin duda, la economía. Cuando eso ocurre, el Gobierno busca chivos expiatorios para camuflar sus fracasos y finalmente, inventa argumentos para pedirle a la gente que acepte vivir peor por defender una "ideología" que termina convirtiéndose en "odiología". Si la gente por miedo o comodidad lo acepta, ese país se jo... Pero cuando se niegan a perder lo que merecen y protestan y reducen su apoyo al líder como consecuencia de ese deterioro, entonces estamos en presencia de un acto de valentía que podría atemorizar al atemorizante.
Ahí, en la acción de una ama de casa que se molesta porque no le alcanzan los reales y lo manifiesta a voz tendida. Cuando le dice cuatro cosas al dirigente comunal del partido cuando este intenta culpar de la inseguridad al imperio. El obrero que manifiesta a sus compañeros: estoy con el líder, pero no acepto que ponga en riesgo mi fuente de empleo. Un grupo de trabajadores, sin distinción de filiación política, defendiendo juntos su empresa del embate absurdo en su contra. Ahí, en las acciones del día a día, hay mucha más sustancia que en los gritos de un charlatán que llama a la gente a "ir hasta el final a todo riesgo" cuando él no estuvo dispuesto a ir ni pa´ la esquina.
Pero, ¿qué es entonces lo contrario al miedo?
Si tuviéramos la certeza de que lo terrible pasará inevitablemente, no tendríamos miedo, puede que resignación o tristeza. Hay miedo porque hay dudas sobre el futuro y si dudas, es porque lo malo podría ocurrir... o podría no ocurrir. Precisamente, la posibilidad de que no ocurra es la esperanza, el verdadero sentimiento opuesto al miedo, que lleva a muchos a preguntarse si vale la pena dejar el futuro al libre albedrío o si hay que darle un empujoncito negándose a hacer lo incorrecto o ilegal, pese a las consecuencias. Puede que pierda, pero el valiente siempre está dispuesto a intentarlo. ¿Qué hacer? Muchas cosas, pero lo que tienes al frente de tu nariz: el próximo domingo... vota.
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