Un liderazgo de tipo carismático, como en buena medida lo es el de Hugo Chávez, contiene poderosos ingredientes emocionales, y su desgaste es usualmente más lento y demanda mayores reveses que liderazgos tradicionales y burocráticos.
De allí que la confrontación política que tiene lugar en Venezuela desde hace más de una década se parezca a una “guerra de desgaste” y no a una Blitzkrieg o guerra de decisión rápida. El rasgo central de una guerra de desgaste es su mayor
duración, así como el imperativo para los participantes de diseñar una estrategia que combine el uso del factor tiempo (estrategia de largo plazo) con acciones tácticas ajustadas a la concepción general del conflicto.
En tal sentido, y luego de no pocos errores y traspiés, el pueblo y la dirigencia democráticos venezolanos hemos alcanzado un punto de madurez, que armoniza el deseo de poner punto final a este período oprobioso de nuestra historia, con la convicción de que hay que dejar la violencia en manos de los “revolucionarios” que se empeñan en destruir el país.
En vista del carácter carismático del liderazgo de Chávez, es crucial para los demócratas entender el profundo sentido emocional del apego que, a pesar de sus desmanes y fracasos, la figura del caudillo sigue produciendo en numerosos venezolanos, principalmente en los sectores más pobres a los que Chávez ha dado reivindicaciones simbólicas que no debemos subestimar.
En ese orden de ideas, destaco la importancia de los resultados electorales del pasado día domingo 27, pues no solamente reafirmaron la vocación cívica y pacífica de la oposición democrática sino que pusieron de manifiesto que una mayoría aspira reequilibrar el país, dejar de lado la funesta utopía socialista, y hallar un rumbo de reconciliación.
El desafío hacia delante es muy complejo. Se ha producido un gradual pero efectivo aprendizaje político en vastos sectores populares y de la clase media, pero tal aprendizaje debe ahora ser cultivado y fortalecido por una dirigencia democrática que comprenda el significado de lo ocurrido y preserve la mirada fija en la estrategia de desgaste al adversario.
Chávez es un demagogo formidable al que sería fatal subestimar. Sus propios errores y delirios le están conduciendo a dilapidar de modo paulatino su capital político. Pero para que tales desatinos generen el resultado que deseamos, con su salida del poder, es imperativo que la dirigencia opositora preserve a toda costa la unidad alcanzada, subordine las ambiciones personales a los intereses colectivos, y asuma con claridad que el carisma de Chávez está mellado pero no agotado.
Es importante reconocer las derrotas cuando tienen lugar, pero es igualmente necesario apreciar las victorias y aprender de ellas. También hay que celebrarlas con genuina pero humilde alegría. Vale por ello la pena celebrar los resultados obtenidos en las elecciones del pasado día domingo. Ha sido reconfortante comprobar la vocación civilista de los venezolanos, con las escasas excepciones provenientes de la violencia oficialista. Creo que dicha violencia va a ser asfixiada por el deseo mayoritario de convivir en paz.
Insto a la dirigencia política democrática a asumir el triunfo con ponderación, a mantenerse unida, a no caer en provocaciones, a transmitir siempre un mensaje constructivo y de reencuentro entre los venezolanos. Las tareas prácticas que ahora se ponen a la orden del día deben ser ejecutadas con prudencia y balance.
El futuro empieza a perfilarse con más intensa claridad, y no me cabe duda: vendrá el amanecer.
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