Visto después de siete años adicionales en el poder, once en total, de un régimen que se autoproclama eterno, la anécdota anterior puede resultar una demostración de absoluta ingenuidad de la oposición. Quizás, pero la pregunta sigue siendo válida: si se produce una caída rápida, literalmente una desintegración de lo que aparece hoy como el monolito chavista, ¿Está la oposición preparada para asumir los retos del gobierno del país?
El ejercicio está lejos de ser ocioso. A la catástrofe de corrupción y desgobierno de la última década se le une ahora un fantasma cuya corporeidad se hace cada vez más manifiesta: una crisis económica de dimensiones incontrolables. La caída en el ingreso real del país, el aumento imparable de la inflación y el desempleo, el acoso a la empresa privada y el laberinto de la asignación de divisas, conforman un cuadro explosivo. La crisis económica está comenzando a gravitar con la misma fuerza que la inseguridad, el desabastecimiento y el deprimente repunte de todas las plagas tropicales, sobre la ya muy angustiada existencia de los venezolanos.
El nuevo temor del chavismo es una abstención descomunal. La única forma de protesta concebible, por ahora, para quienes no queriendo ninguna identificación con la oposición, están cada vez más descontentos con la gestión del gobierno. Pero esta cuenta se puede quedar muy corta. Venezuela es hoy un hervidero de protestas que se puede salir de cauce en cualquier momento. Las elecciones del 26S pueden terminar por evidenciar que el chavismo es minoría en el voto popular y precipitar un agudo conflicto político. El gobierno se puede ver tentado a aumentar abiertamente la represión. En muchas direcciones se puede abrir el disparador de una profunda crisis que en este momento nadie puede afirmar que ocurrirá, pero que es muy imprudente ignorar como escenario inesperado.
Es en el interés de todo el país, no solamente de la oposición, que esta actúe cada vez más como si estuviera en real capacidad de asumir las riendas de Venezuela. Una campaña electoral de cara al 26S que apele a la unidad como valor, y no una campaña partidista, nos conviene a todos. Ello puede terminar por tener el efecto de atraer hacia el campo opositor a los Ni-Ni y, sobre todo, abrirle una puerta a los descontentos del chavismo.
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