Ya es casi imposible que el Gobierno pueda salir indemne de las denuncias que Colombia llevó a la Organización de Estados Americanos y que ahora reposan en las manos de las cancillerías de los países miembros, y en las redacciones de los medios de comunicación de América Latina. Se trata de una jugada que había sido cantada desde tiempo atrás y que sólo la torpeza de la diplomacia rojo rojita dejó que sucediera, cuando era vox populi que esa espada de Damocles pendía sobre Venezuela.
Sólo a un gobierno idiota e ineficiente se le puede ocurrir que un hecho tan notorio como la presencia de narcoguerrilleros en territorio venezolano podía pasar inadvertida no sólo para las autoridades de ambos países, sino para la prensa, los alcaldes y gobernadores y, desde luego, los representantes indígenas de Zulia, Apure y Amazonas, así como la Iglesia Católica, que lleva muchísimos años predicando la fe en esas zonas.
La mentira oficial de que todo estaba bajo control y que no era verdad que los narcoguerrilleros estuvieran a sus anchas de este lado de la frontera era imposible de esconder bajo un amplio camuflaje, ya que establecidos en el sitio escogido, a los grupos armados se les dificulta disimular sus necesidades de alimentos, medicinas, transacciones económicas y desplazamiento hacia los centros poblados. Cualquiera que visite, a su propio riesgo, esas zonas descubrirá que no hace falta una cámara fotográfica ni de video para comprobar la presencia de los irregulares colombianos.
Lo que sí es difícil es obtener declaraciones de los alcaldes, de los grupos comunales o de los jefes indígenas porque con ello se juegan la vida. Todos los venezolanos que moran en esas zonas de penetración guerrillera saben que si hablan tienen por destino la muerte y el destierro de su familia. Los narcoguerrilleros imponen en tierra venezolana su ley y la hacen cumplir con la implacable violencia de quienes son expertos en hacer sufrir a la población civil inéditas y monstruosas torturas que, por ser los venezolanos como somos pacientes y tranquilos, no nos imaginamos que alguien pueda llegar a hacer. Y los subversivos colombianos las practican a diario.
Puede parecer una exageración y un acto de propaganda estas afirmaciones pero, en verdad, nos quedamos chiquitos. Recordemos la matanza de Cararabo, donde los guerrilleros colombianos utilizaron el "método de la corbata" que consiste en abrir la garganta de nuestros infantes de marina y sacar por allí la lengua de la víctima. Pues esa gracia se le olvida al canciller Maduro que predica la paz en Colombia como una manera de evitar que los narcoguerrilleros se conviertan en un problema económico y político para Venezuela y para la imagen tan deteriorada del Presidente.
Con ello trata de disimular que el gobierno bolivariano es cómplice de la narcoviolencia colombiana al hacerse la vista gorda ante lo que ocurre en nuestro patio. Qué cinismo.
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